Sobre culos, pesos y medidas
Diana Salgado, del Valle
Tienen todo el derecho. Todas las anteriores.
En esta misma semana, el juez 25 penal municipal resolvió “en par boliones” una tutela a favor de una reina del Valle, quien había sido escogida por un jurado, pero excluida luego, dice ella que por el comité de belleza, dice el comité de belleza que por ella, pero ambos, comité y reina, están de acuerdo en la razón: tener el culo muy grande.
¿Entonces en qué quedamos?
El fallo obliga a Combelleza a devolverle la corona a la reina, pero Combelleza impugnó el fallo, prolongando de esta manera el novelón que se tejió hasta hacerlo coincidir con el reinado de don Raimundo, un señor bastante serio que se toma cada asunto con el mismo rigor científico que se tomaría un carnicero tasajeando una vaca para presentar el informe a la inspección de pesos y medidas.
No podría esperarse de él otra cosa, si entendemos que el asunto de los culos no es cosa de poca monta pues, desde hace ya algún tiempo se han convertido en asunto de interés nacional, si tenemos en cuenta que ocupan, con profusión de tamaños, colores y texturas, la franja más importante de la televisión nacional. La Comisión Nacional de Televisión -llamada “la admirable”- no ha encontrado razones para excluirlos de la programación, o para poner en su lugar los programas de opinión.
Y a juzgar por el estado de opinión que últimamente padecemos, no debería extrañarnos que si una de las encuestas que verifica cada tanto, el estado ya dicho, decidiera preguntarle a los colombianos su preferencia entre los culos y la opinión, los resultados serían abrumadores, adivinen a favor de quién o quiénes.
La reina del Valle dijo en entrevista para El Tiempo que “voy allá a pelear lo mío”. Yo me pregunté a que se referiría con “lo mío”, si está claro que la tutela no restituye propiedades sino derechos. En la nota se resolvió mi duda: “soy mucho más que celulitis y cola”[1]. Quedaba claro: lo de ella es su corona.
Y como otra costumbre reciente de los medios es la de anteponer el fútbol a la opinión, quiere decir que entre los partidos y los culos se divide la franja televisiva que tanto beneficia al pueblo colombiano. No incluyo a los reinados, en especial el de don Raimundo, puesto que no me pareció estético revolver su “significativo aporte a la cultura nacional” con patadas de futbolistas y culos de más de noventa.
A qué me refiero con noventa preguntarán los lectores, a la medida que según los parámetros de los reinados, deben tener los culos. La propia reina del Valle lo dice: “Jamás tendré noventa como lo exigen los parámetros de belleza… yo soy del Valle y así somos las mujeres colombianas”. Pregunta mi ignorancia: ¿Si así son las mujeres colombianas, por qué no suben la medida y de paso resuelven la anorexia?
¿Contestarás mi duda, don Raimundo?
En la discusión sobre la exclusión de los de menos de noventa metió baza el director de una revista de ellos, argumentando en su favor que nadie nos obliga a comprarlos. Habrán advertido los lectores que volví al proyecto de ley; lo digo porque no me extrañaría que se perdieran entre tantos datos sobre pesos y medidas.
Aquí me hace falta la opinión de los monseñores, y echo de menos que ninguno de ellos se haya pronunciado sobre tan importante materia, pues algo habrá de esperar la grey, en materia de “línea”, sobre la opinión de sus jerarcas.
Nada han dicho, y uno debe presumir que no es por ignorancia, pues hace muy poco tiempo uno de ellos opinó con profusión de verbo sobre la teoría de la evolución en un Simposio sobre Darwin, convocado por una Universidad local (ver “Serán inevitables los monseñores’” link). Si los monseñores no opinan le dejan el camino abierto a los pastores de otras clientelas, quienes, ni cortos ni perezosos, aprovecharán para meter sus manos en la masa, y referirse a una materia que de seguro les resulta menos difícil que la teoría del diseño inteligente.
El tema de las tetas, para cambiar de frente, viene dando muestras de mala salud desde que se instauró la costumbre de llenarlas de polímeros rígidos, lo cual había sido una aplicación de la tecnología de los plásticos, dedicada exclusivamente a las juntas de los vidrios en las ventanas, de modo que ganaran ajuste y seguridad.
Pues no señores. Ahora las siliconas ganaron nuevo mercado, y ahí están las muchachitas con sus pechos llenos de petróleo, que es en últimas el compuesto que subyace en la química de los polímeros.
Yo creo que no se debe prohibir nada, por supuesto, y mi opinión no está sesgada por ser yo lector -no digamos que tan asiduo, pero sí de supermercado- de algunas de las revistas de traseros y de glándulas. Las echaría de menos en Carulla, por ejemplo.
Lo que sí me parece que debería darse por reflexión estética nacional es la regulación sobre la cantidad de tetas y culos por minuto (o por hoja) que nos muestran en todas partes, empezando por la televisión.
Una gran reflexión sobre la cantidad y la calidad, que se atreva a proponer patrones éticos y estéticos, para que la sociedad colombiana rectifique su criterio sobre la importancia y el valor de las mujeres, en un momento en que los hombres deberíamos demandar de ellas, mucho más que culos y tetas.
Otro sería este país, me digo, si los hombres entendiéramos que somos, tan sólo, la mitad menos uno de una especie amenazada por igual, en lo cual tenemos más responsabilidad nosotros que ellas, por lo cual empezar a valorar su inteligencia, su pertinencia y su intuición, es cosa que le debemos a nuestra propia historia.
Es tal la avalancha de tales atributos en los medios de comunicación, y también en el llamado cine nacional, que uno tiene derecho a preguntarse si es que a los guionistas se les acabaron los argumentos -o la creatividad-, o la única consideración para la producción es el rating.
También hay que preguntarse por el oficio de las llamadas divas, y por el derecho que les asiste a que las cámaras se enfoquen en otras partes de sus cuerpos, por ejemplo en el cerebro. Y hay que plantearse la posibilidad de que no todas las damas que aspiren a los medios sean divas, o tengan necesariamente que pasar por un casting culoexclusivo para obtener el favor de las programadoras.
No me voy a referir a otras señoras de la televisión porque los editores de esta revista no mirarían con buenos ojos que uno se ponga a hablar del cuerpo de sus colegas. Pero ahí también las hay. Y todos sabemos que el periodismo mejoraría si se adoptan criterios de selección que privilegien el uso del cerebro, sobre aquellos que prefieren detenerse en lo que la senadora Rodríguez quiere que escondan los puestos de revistas.
Se preguntaba, hace unos días, una señora en una tertulia de Buenos Aires, si no es un preocupante indicador de la salud mental de nuestras sociedades, que “hoy las minas (así le llaman ellos a las mujeres) se esfuercen por lo que antes se esforzaban sólo las putas”, vale decir: por reducir la atención de sus personas a la exhibición de sus culos y sus tetas.
La generalización sobre las minas es, por supuesto, asunto de mi contertulia, que este servidor tiene bien claro que eso no se puede hacer, ni en el caso de las minas, ni en el de las putas. Otra especie, ésta última -sea el momento de decirlo- en vía de extinción, a juzgar por el eufemismo tecnológico con que hoy suele llamárseles: prepagos.
Un amigo mío, que de esto sabe, se preguntaba el otro día por la ocurrencia, a juicio de él disparatada, de haberle puesto a las putas un nombre que es asunto de teléfonos -”prepagos”- lo cual, a juicio de él, no sólo desdice del mercadeo de la telefonía celular, sino que desdibuja el contenido erótico de una palabra que existe desde los tiempos de la señora Eva.
Pero este no es un artículo sobre estas últimas, sino sobre un tema, que podrá estar relacionado con ellas o no -que eso lo juzgará cada lector- pero que a mí me parece, en principio, un asunto de estética, y nada más.
* Director del Centro de Pensamiento y Aplicaciones de la Teoría del Caos, profesor, investigador y columnista de varios diarios. Otros escritos suyos pueden consultarse en manuelguzmanhennessey.blogspot.com