Recaudo; carroñoso-carroñero; acontabilidad…
Porque, pensó ella, quien se somete a tan comprometida intervención debe tomar las ‘precauciones’ para tal fin recomendadas. O ‘cuidados’ o ‘prevenciones’. No ‘recaudos’. Y yo estuve de acuerdo. Sin embargo, como en infinidad de casos similares, me pareció extraño que el redactor hubiese empleado esa palabra como sinónimo de ‘precaución’, así como así. Investigué, entonces, y encontré que, aunque la Academia de la Lengua las considera sinónimas, las dos tienen raíz latina muy diferente. ‘Recaudar’, en efecto, viene del verbo latino ‘cápere’, cuya acepción primaria es la de ‘tomar, coger, apoderarse de, y apoderarse de algo por la fuerza’; de ‘precaución’, en cambio, la raíz es el verbo, también latino, ‘cavére’ (‘precaver, prevenirse, desconfiar, tomar medidas para’, etc.). ¿Por qué, pues, la Academia citada define ‘recaudo’ de la siguiente manera: “m. Acción de recaudar // 2. Precaución, cuidado”? Ahora bien, si ‘recaudo’ es la acción de ‘recaudar’, ¿por qué la misma venerable Institución no le da a este verbo el significado de ‘asegurarse, cuidarse, tomar precauciones’? Tal vez, deduzco yo, porque su naturaleza es únicamente de verbo transitivo, que no se puede usar como pronominal. Está asentado en El Diccionario: “Recaudar. transitivo. Cobrar o percibir dinero // 2. Asegurar; poner o tener en custodia, guardar”. No es, pues, de extrañar la extrañeza de la doctora Aristizábal García.
Hay quienes oyen doblar campanas pero no saben por quién. El columnista de LA PATRIA, César Montoya Ocampo, escribió: “…y un viejo guayacán, con potentes brazos, en donde dormían los cuervos carroñosos” (X-29-08). ‘Carroñero’, doctor, porque el cuervo, carnívoro, se alimenta de ‘carroña’, y ésta le debe saber como a nosotros un churrasco argentino con papa tocana, o como un “bocado de Cardenal”. Y, a pesar de que nunca he estado cerca de uno de ellos, no creo que huelan a carroña, requisito indispensable para que a algo o a alguien se le pueda calificar de ‘carroñoso’. Hay un animal al que sí se le pueden chantar los dos calificativos, la hiena: ‘carroñero’, porque se alimenta de carroña; y ‘carroñoso’, ya que, afirman los que saben, tiene “una cola corta, y entre ésta y el ano, una bolsa que segrega un líquido espeso y nauseabundo” (Enciclopedia Uteha). Como dicen, “a cada señor su don”.
‘Acontabilidad’. Según John Sudarsky, “esta palabrita, que no existe en español, debe ser introducida en la cultura para poder nombrar el fenómeno”. Significa, dice el columnista, que existe “un contrato entre el elector y el elegido”. Y continúa: “…contrato que implica que éste tiene la responsabilidad de rendir cuentas y explicar sus actuaciones” (El Tiempo, X-31-09). Estamos de acuerdo, señor, “esta palabrita no existe en español”, y, le agrego, no la necesita -¡ni de fundas!-, porque nuestro idioma tiene las palabras que la reemplazan, como ‘deber, responsabilidad, compromiso, obligación, carga’, etc. El vocablo propuesto por el señor Sudarsky es un anglicismo (de ‘accountability’ = ‘responsabilidad’) contrahecho e innecesario. Suena mejor, aunque es también inútil, ‘acauntabilidad’. Hace poco, una señora se quejaba en Línea Directa, de nuestro periódico, del sinnúmero de voces inglesas empleadas sin necesidad en todas partes y en todos los niveles de la sociedad. Quienes, por ejemplo, bautizan a sus empresas o a sus hijos con palabras y nombres (nunca bien escritos) tomados del inglés, creen que de esa manera les dan una categoría superior, y mayor importancia. Para éstos, el castellano, que habló don Miguel de Cervantes Saavedra, no tiene la alcurnia del que usó Shakespeare. ‘Complejo de inferioridad’, dizque se llama esta extravagancia.
Una frase desventurada: “…el dogma católico se desgarra las vestiduras cuando una mujer, con amparo legal, interrumpe una mera expectativa de vida” (El Tiempo, XI-1-09). ¿Sabrá su redactor, académico de la Lengua, qué es expectativa? ¿Y qué es vida? ¿Qué es un embrión? ¿Y qué, un feto? Parece que no. Cuando uno se pasa la vida leyendo, se encuentra de tarde en tarde con afirmaciones estúpidas. Pero ésta sí es la mayor de todas, la tapa del congolo. Todos los días, señor, llegan a este planeta muchas de esas ‘expectativas de vida’, milagrosamente y para felicidad de quienes las cuidaron durante nueve meses, convertidas en hermosas ‘realidades’ con cabecita, manitas, piececitos, y todos los órganos que necesitan para vivir como seres humanos. ¿Cuándo, dónde, cómo y porqué ocurrió este portentoso fenómeno? Que responda el señor Daniel Samper Pizano, progenitor orgulloso de tan desafortunada frase.