10 de diciembre de 2023

¡Qué difícil gobernar a Colombia!

7 de noviembre de 2009
7 de noviembre de 2009

Tuve con Alpher Rojas Carvajal una franca amistad durante los años 70 y 80 del siglo pasado, durante mi estadía en Armenia, cuando él era un destacado periodista e ideólogo político. En tal carácter invitaba a la ciudad a controversiales figuras nacionales que dictaban conferencias sobre temas de interés público. Recuerdo, entre ellos, a Hernando Agudelo Villa y Fabio Lozano Simonelli.

Años después –en el 90–, Alpher era el secretario privado del alcalde mayor de Bogotá, Juan Martín Caicedo Ferrer. El amigo de provincia había alzado vuelo en el panorama nacional. Después iría a dar a las Naciones Unidas. Estudioso de tiempo completo, se había graduado en periodismo, administración pública, sociología, literatura e historia.

Una vez que nos entrevistamos en la Alcaldía Mayor de Bogotá, salí cargado de su despacho con un tesoro inestimable: cuatro tomos gigantes de la Historia de Bogotá, redactada por Alfredo Iriarte, y otros cuatro tomos de la llamada Biblioteca de Bogotá, con textos históricos de José María Caballero, Mario Germán Romero, Eduardo Caballero Calderón y Andrés Samper Gnecco. Siempre he conocido a Alpher como hombre de cultura.

Por aquellos días publicó, con prólogo de Daniel Samper Pizano y la presentación de Antanas Mockus en un escenario bogotano, un formidable libro de su autoría, de ensayos y crónicas, que lleva por título “Grandes imágenes”. Esta incursión en la literatura, que en ese momento tenía impulso en el ánimo de mi caro amigo, quedó trunca. Temo que su tarea en el campo ideológico, que le absorbe buena parte de su tiempo, lo haya alejado de las letras.

Ahora me solicita, como arriba dije, un comentario sobre su reciente nota periodística. Aquí va la respuesta con que contesto su correo electrónico:

* * *

He leído con mucha atención tu importante artículo. Tus ideas son respetables. Mantengo un alto concepto sobre tu capacidad intelectual. Lamento sí que te hayas alejado de los predios de la literatura, en los cuales tuviste un desempeño notable. Hoy tu prioridad es la ideología política, y por cierto ocupas un alto nivel en este terreno, que te admiro. En lo concerniente a los juicios que haces –y vienes haciendo– sobre el estado actual del país, habría que mirar hacia atrás para ver si los gobiernos anteriores fueron mejores. Dices en tu ensayo:

“Colombia, en lo que va corrido de este siglo ha metabolizado modelos depredadores, normatividades complacientes y jurisprudencias exculpatorias que, de alguna manera, son extrañas a nuestra personalidad histórica y que generan las condiciones de exclusión y fractura social en que se asienta el modelo de desarrollo violento actualmente en boga”.

De esta manera, enfocas la lente solo hacia lo que ha ocurrido en los años recientes, y sitúas la responsabilidad de los problemas nacionales en el gobierno de Uribe. ¿Y los otros gobiernos?  

Hay una cosa cierta: el deterioro de la clase política viene desde hace largo tiempo, y esta decadencia se ha sentido, también desde hace muchos años, en todos los gobiernos. La corresponsabilidad es de todos. Y la víctima, el pueblo colombiano. ¿Soluciones? Qué difícil proponer medidas salvadoras cuando la moral pública está tan degradada. Qué difícil diseñar un modelo presidencial cuando los principios han caído hasta abismos tan insondables.

Qué difícil forjarse un líder ideal para que salve la patria, si de lo que carecemos es de líderes. La falta de liderazgo es uno de los problemas más serios del país. Nadie puede negar que Álvaro Uribe Vélez es uno de los grandes líderes que ha tenido Colombia. Muchos países quisieran darse el lujo de un Presidente de las calidades del nuestro. La inmensa mayoría de los colombianos así lo aprecia, pero la pasión política de muchos que se oponen a su mandato y buscan por todos los medios  impedir su reelección, distorsiona la realidad y oscurece el panorama nacional.  

Bolívar, el gran líder de la emancipación americana, sufrió iguales injurias, odios,  deslealtades y deformaciones de la verdad que los que se le infligen a Uribe. Los  adversarios del Libertador, movidos casi siempre por la venganza, la ambición, las intrigas, la idea de destrucción, se confabularon, como ahora ocurre con Uribe, para no dejarlo gobernar. Sin embargo, todos sabían, hasta sus más virulentos enemigos, que en momentos de grandes crisis era el único que podía salvar a la República. Él era consciente de esas conductas malsanas, y por eso se llamó “el hombre de las dificultades”. La calificación también le cabe a Uribe.          

La democracia colombiana y los seguidores de Uribe no pueden periclitar ante el sectarismo político que invade la hora actual. Se volvió moda hablar mal de Uribe. Y negarle todo mérito. Por desgracia, la moda es contagiosa. Mientras tanto, hay que seguir luchando. Y hacer de la esperanza un tónico de vida.

No nos salgamos, Alpher, de esta triste verdad, que estoy seguro que tú compartes: ¡Qué difícil es gobernar a Colombia! La encrucijada no solo es de Uribe: es, sobre todo, de la gente de bien –la inmensa mayoría del pueblo colombiano–, que busca el mejor camino en medio de tantos programas ilusorios que se proponen, y que no llevan a puerto seguro. Esto, por supuesto, no se opone a la sana lucha ideológica. Lo importante es que la controversia se ejerza con altura y sentido patriótico.