Jaime Garzón mi hermano del alma
“Esta es la vida privada de nosotros, de nuestros años de infancia hasta la graduación de Jaime como bachiller. Se han escrito tantas imprecisiones sobre él, las cuales quiero borrar con esta versión. Me movió el deseo de que los niños supieran que siendo un genio, Jaime tuvo un contexto social, político y un hogar con valores concretos que lo formó, un hogar como el que necesita todo niño para que surjan nuevos hombres como él”.
El libro, titulado Jaime Garzón, mi Hermano del Alma, fue publicado el 13 de agosto de este año para conmemorar los 10 años de su muerte. En 184 páginas, repartidas en 13 capítulos; Marisol revela las raíces de Jaime y deja claro que nunca fue humorista, sino un crítico político que se valió del humor para hacer crítica y análisis de realidad. “Desde chiquito tuvo mucha chispa”.
La primera dedicatoria del libro es para la tía Cokie, Rafaela Forero, porque “gracias a que de herencia me dejó unos pesos pude sentarme a vivir de eso mientras escribía el libro. Imagínate fueron ocho meses en las que hice 27 versiones anteriores a esta que se publicó. Yo soy docente, trabajo con proyectos sociales, y si no trabajo, sumercé linda, me quedó viendo un chispero”.
Su papá murió siendo ustedes muy niños, ¿Cómo fue su vida, entonces?
-Éramos cuatro hermanos. Mi papá (Félix Garzón) murió en septiembre de 1968 de cáncer en la cabeza. Jaime todavía no cumplía los 8, yo no había cumplido 6, Alfredo, no había cumplido los 10 y Jorge no había cumplido 13. No alcanzó a dejarnos nada. Él era profesor de tabulación, que era como la carrera tatarabuela de la Ingeniería de Sistemas. Mi mamá no estudió una carrera, fue enfermera de vocación siendo joven, pero luego de casarse nunca más la ejerció, así que cuando quedó viuda estaba sin contactos, desvinculada totalmente.
Vivimos de la solidaridad de nuestros tíos. Hermanos y hermanas de mi mamacita. Mi abuela tuvo muchos hijos y por ser mi mamá la mayor, le tocó la tarea de ayudar a criarlos y esa fue su recompensa.
Mi tío Alberto nos regalaba la leche, otra tía nos pagaba el colegio, mi tía Enith nos mandaba de Estados Unidos 100 dólares para que nos mantuviéramos y finalmente nos regaló la casa; otro tío u otra tía nos daba no sé qué. Eran muy especiales todos. Mi mamá tenía una conciencia clara y era que a nosotros ni nos iba a repartir, ni nos iba a poner a trabajar.
De Jaime, no necesitamos decir nada más. Usted fue 12 años religiosa, es pedagoga, filósofa. Su hermano Alfredo tiene 27 años de ser caricaturista de El Espectador y vive en Nueva York, y su hermano mayor Jorge, también vive en Estados Unidos, es administrador de empresas y actualmente estudia un doctorado. Con todos las dificultades económicas que tuvieron en la niñez, debe ser un orgullo el éxito alcanzado por todos los hijos de doña Deysi.
-Somos hijos de una mujer muy inteligente, que es diferente a ser preparada. Le encantaba leer el periódico. Yo todavía tengo grabado el sonido de la prensa cuando la tiraban a las 4 de la madrugada debajo de la puerta. Mi mamacita leía y luego nos subrayaba cosas que a ella le parecía importante que nosotros las tuviéramos en cuenta. Nosotros también leíamos el periódico y lo dejábamos sobre la mesa muy organizado. Igualmente veía noticias. Siempre decía: no sea que se acabe el mundo y uno no se dé ni cuenta. Y nosotros somos de los que leemos muchas noticias y estamos muy enterados.
¿Cuál es la enseñanza de su mamá que más presente tiene?
-Son muchas. Nos enseñó a comer de todo y no nos podíamos levantar de la mesa hasta que no terminábamos el plato, así la comida estuviera fría. En el fondo eso nos enseñó que uno a veces tiene que hacer cosas que no le gustan, pero las tiene que hacer y punto y no se va a morir, ni se le va a romper nada por eso.
Y una cosa muy linda y que plasmo en el libro. Nos enseñó a relacionarnos y a tratar con respeto tanto a la gente que llaman distinguida como a los pobres. Nos enseñó a querer y respetar a Eulalia, la empleada de nuestra casa. Por eso la esposa de Heriberto de la Calle se llamaba Eulalia.
Nos enseñó a ser muy serviciales, por eso para mí un hombre desatento es la carta para que yo lo saque en bombas de mi vida.
¿Nunca les pegó?
-¡Uff! ¡Mi mamá nos dio palo! En esa época le pegaban a uno y no sabían que eso se llamaba maltrato. (risas)
El libro es también un álbum familiar, desde la foto de la portada.
-Sí. Es que fuimos una familia muy unida. No era el núcleo familiar cerrado, éramos la gran familia. Éramos 14 primos y todos nos reuníamos, por ejemplo, para irnos de paseo a Fontibón en la camioneta de mi tío Ramón, que era tío político, pero al que queríamos y respetábamos; lo mismo él. Jugábamos fútbol, canicas y otros juegos de la época.
¿Cómo fue Jaime con sus hermanos?
-Siempre muy conciliador, muy especial, tierno, inquieto, pero no de esos chinos cansones, él era como de investigar todo, de aprender de todo. Se ponía muchos retos. Toda la vida fue muy remedón. Nosotros (los hermanos Garzón) tenemos ese palito para remedar (risas).
¿Cuál es su impresión de Jaime Garzón?
-Jaime fue un hombre que andaba muy actualizado, que el mundo fue ampliándosele cada día más y que por eso le cabía en la cabeza y en el corazón. Cuando fue alcalde de San Juan de Sumapaz (Cundinamarca) le enseñó a la gente que el servidor público era eso, un servidor público, y que ellos tenían derecho a organizarse, y a hablar por ellos mismos.
Entendió que los medios eran un poder muy grande y que ese poder él debía utilizarlo para llegar a la gente como lo hizo. Nunca se creció. De pronto fue muy inocente. Era como un niño grande. Le creía a esos monstruos que también hay en los medios, creía mucho en la gente, en la palabra de la gente, porque nosotros nos criamos en la época en que la palabra era la garantía de las cosas.
¿Qué pensaba la familia de los programas que hacía?
-Al principio nos dio mucha alegría. Cuando ya empezó a hacer esas críticas tan mordaces me preocupó mucho. Yo le decía que se cuidara porque no todo el mundo iba a entender esa crítica y podía ser peligroso. Siempre sentí que lo que él estaba haciendo era un trabajo pedagógico.
¿Ustedes llegaron a temer por la vida de él?
-Nunca pensamos que lo iban matar. Amenazado sí. Lo había amenazado el cartel de Cali, el cartel de Medellín, la guerrilla y los paramilitares. Pero los paramilitares fueron los menos inteligentes y los menos capaces de dialogar.
¿Porqué tiene esa opinión?
-Porque no fueron capaces de sentarse a dialogar con él. Él habló con todos los enviados de los unos y de los otros, su propuesta era: sentémonos y hablemos de nuestras diferencias. Ellos (los paramilitares) nunca aceptaron. Él incluso esa semana que lo matan va a la cárcel y busca contacto con Carlos Castaño y Castaño le dice que él ya había dado la orden de matarlo que si alcanza a dar la contraorden se veían el sábado, pero ya se sabía que no iba a dar ninguna contraorden. A él le mandaban razones como ‘mejor que ande solo para no causar más muertes’. Él buscó la manera de hablar con el general Mora y otros militares, pero no encontró respuesta.
¿Usted perdonó a los asesinos?
-El problema no es de perdón. Yo no le dedico odio a nadie, ni un segundo de mi vida. Si eso es perdonar, pues sí. Pero no es tan sencillo.
Uno de los capítulos del libro se titula ¿Dónde estaba usted cuando mataron a Jaime Garzón?. ¿Dónde estaba usted Marisol?
-En este instante no le voy a contar eso. Me costó mucho elaborar ese pedazo del libro y no es para contarlo a la carrera. Es muy difícil, me dolió en el alma.
¿Qué opinaba Jaime de sus propios programas?
-Era otra persona cuando se sentaba él mismo a verlos. Mi hermano Jorge que está en Estados Unidos me enviaba los VHS para que yo le grabara los programas y se los enviara. Cuando Jaime iba a mi casa y se sentaba a verlos, decía: ve ese man tan chistoso lo que dice.
¿Qué anécdota recuerda con él?
-Jaime tenía como 9 años y yo 7. Nos fuimos a pasear a Fontibón con mi tía Soledad y su novio Arturo, que hoy es su esposo. Cerca de las pistas del aeropuerto había una zanja que tenía hierba y aparentemente era tierra firme, pero mentiras era un terreno fangoso. Eso lo había allí para impedir que las vacas se pasaran a la pista. Mi tía nos advirtió del riesgo y se fue a caminar con Arturo. Yo me descuidé y cuando volteó a Jaime estaba hundido hasta el cuello. Empecé a llamar a mi tía a gritos. Lo sacaron, olía horrible, a podrido y así mi tía lo metió en el carro del novio, ¡qué pena!, le quitó la ropa en el carro y se la botó, lo envolvió en papel periódico y nos llevó a la casa. Mi mamá lo bañó con una manguera y hasta creolina le echó.
¿Si tuviera a Jaime en frente que le diría?
-¿Por qué se dejó matar?. Nunca me he preguntado si hubiera elegido la opción de dejar de hacer críticas, creo que hubiera vuelto a hacer exactamente lo que hizo porque mi mamá nos enseñó a enfrentar los problemas. Quizás obtenga una respuesta cuando yo muera.
Jaime nunca se casó, ni tuvo hijos.
-No, era un sinvergüenza, tenía un poco de mujeres y a cada una me la presentaba como su futura esposa (risas).