24 de septiembre de 2023

El derecho a ser famosos

5 de noviembre de 2009
5 de noviembre de 2009

No todo ha subido. Mortales hay que nos transamos por unos segundos de fama. La vanidad se alimenta de migajas.

En televisión, niños y adultos nos apretujamos por aparecer al lado de famosos, o de los protagonistas de la noticiosa corrida de un catre. Mientras camarógrafos y fotógrafos hacen piruetas para cerrar el plano y filmar sólo al filipichín de moda, la muchachada dilapida muecas para darse su fugaz baño de inmortalidad. Si después los editan, no importa. Hicieron la tarea.

Una bulliciosa corte de bajitos saltarines suele rodear al exhausto delantero mientras explica la metafísica del gol. No importa lo que diga. Se trata de acampar a la sombra de su importancia. El político que conquista de-votos agradece que quienes se estresan por salir a su lado, sufraguen en elecciones. Si el beso del ministro o de la reina salió en televisión, se agotó el libreto vital.

En cualquier acto, cuando nuestro radar de vitrineros olfatea una cámara, se alborota el departamento de coquetería. Las bellas sacan sus cosméticos, prestas a camuflar arrugas. El varón domado ensaya la más falsa de sus sonrisas. La vanidad es demasiado atractiva para dejársela a ellas solitas.

En eventos que convocan a la aldea global, ni se diga. Los espectadores viven pendientes de las pantallas a ver si son ponchados , algo más importante que el triunfo de los suyos. Si aparecen en los monitores, valió la pena vivir. En caso contrario, tocará esperar otra encarnación.

Algunas veces, en esas transmisiones satelitales, vemos gestos de estupor de individuos que fueron pillados en flagrante compañía femenina ajena. Al regreso los espera la maleta con todos los chiros en la puerta. No se es infiel impunemente.

En cocteles y demás despelotes sociales se activan toda clase de expectativas cuando se encienden las consagratorias luces de la televisión. En la mañana, cocteleros empedernidos han ensayado frente al espejo su repertorio de poses. Cuando irrumpen en escena, regalan a camarógrafos y fotógrafos la más lagarta de las venias. Es el viejo truco para comprometerlos.

Las fotos del periódico están llenas de esa gente sonriente que dice "whisky" en vez de bebérselo. Luego correrán a darle nombre completo y ADN al fotógrafo para evitar equívocos.

El que esté libre de esta hoguera de vanidades que tire la primera piedra. Salir en medios y después disfrutar la escurridiza fama, es la consigna que impone la modernidad.