De este Berlín a Berlín oeste
El feliz azar de haber conocido ambos Berlines me llevó a reunirme conmigo mismo, hice fácil quórum, y cual manzanillo, hermané ese barrio con la capital alemana. Hasta el sol de antier, la coqueta canciller Ángela Merkel no me ha retirado el saludo ni la mirada.
El Berlín medellinense tiene la desventaja de que lo absorbe su vecino, Aranjuez. Es como si no existiera. ¡Vida propia para Berlín!
En Berlín tomé los primeros teterados de libertad. Como todos los niños del mundo, teníamos la libertad por cárcel. (Claro, vigilada por severos ojos, como los ojos comunistas vigilaban el muro para que nadie se saliera del libreto).
En el Berlín este, entonces capital de la República Democrática, la libertad estaba reducida a su mínima expresión. Sólo allí entendí que ser libre es mejor que enamorarse por última vez. En Berlín oeste respiré la libertad que se daba silvestre en ese otro barrio de mi infancia.
Otro rasgo en común. Muchos de los que anclamos con nuestros huesitos en el Berlín medellinense habíamos sido sacados con espejito, o a la brava de nuestros terruños, por absurdos motivos relacionados con trapos rojos o azules. Los berlineses alemanes, en grado superlativo, padecieron toda clase de éxodos, diásporas, persecuciones, vejámenes, desalojos y similares.
En los Berlines alemanes había de todo, incluida gente con o sin libertad. La perestroika (reconstrucción) de Mijaíl Garbachov y sus muchachos los niveló a todos por lo alto. "La historia castiga a quien llega tarde", proclamó el líder ruso hace poco en Berlín. El responsable de que no haya muro está capando estatua hace tiempos.
Llegué a Berlín, la capital alemana, y me sentí como en casa. En el barrio Berlín aterricé sin que nadie me hubiera presentado vocales ni consonantes. Allí empecé a salir del analfabetismo. Todavía me acompaña.
En el Berlín primermundista aterricé sin desatar palabra en alemán. Lo abandoné dominando una palabra mágica: "So". La traduzco para quienes no han desertado: significa ajá, ¿si?, no fregués, cómo así, claro, ni por el chiras, bueno, cómo no, a ver, entonces, ¿verdad? Con ese escueto "so" se defiende uno en Alemania.
En Berlín-Aranjuez tumbamos los primeros muros. Uno, el más grande, empezar a crecer, saber que uno está aquí, que algo hay que hacer con la vida. Y empezamos a gastárnosla. No había tutía.
Si el presidente Kennedy proclamó alguna vez: "Soy un berlinés", yo también lo fui de pantalón cortico. Mucho más ahora con el sol a la espalda.