28 de marzo de 2024

El tango: patrimonio cultural inmaterial

18 de octubre de 2009
18 de octubre de 2009

La candidatura había sido presentada de manera conjunta, desde el año inmediatamente anterior, por los gobiernos de Argentina y Uruguay,  en consideración a que el tango es una de las principales manifestaciones de la identidad de los habitantes del Río de la Plata.

¿Qué significa para los amantes del tango que esta música haya sido declarada patrimonio cultural de la humanidad? Primero, un reconocimiento a una expresión cultural que brotó en las barriadas de Buenos Aires para adquirir carta de ciudadanía después de que Carlos Gardel logró que se bailara en Paris. Segundo: un premio a quienes han trabajado para que el tango permanezca en el tiempo, contando historias de amores truncados, dramas de cuchilleros, dolores de percantas y  ambientes de arrabal.  Porque eso es el tango. Una música que interpreta la angustia del hombre contemporáneo, que vive entre desengaños y esperanzas.

Enrique Santos Discépolo dijo que el tango es un pensamiento triste que se baila. Y tenía razón. Las letras de los tangos tienen todas una expresión de tristeza, de rabia contenida, de lamentos desbordados. Utiliza su ritmo para cantarle con voz quejumbrosa a la mujer que se fue dejando en el corazón una honda pena, para calmar el dolor de esos  hombres que en las cantinas lloran por un amor perdido, para atizar la soledad de aquellos que buscan en las copas un consuelo a su dolor. El tango tiene fuerza expresiva en su lenguaje, y acento varonil en la voz de sus intérpretes. Habla del desmoronamiento del alma cuando la traición irrumpe en la vida del hombre.

Jorge Luis Borges dijo que el tango es una música de burdel. Nosotros agregaríamos que es música de lunfardo que llena el alma cuando expresa verdades amatorias, poesía musicalizada que interpreta la desazón que produce en el alma un desengaño, melodía de arrabal que inyecta en las venas sangre nueva para hacerle frente a una desilusión, compendio de relaciones tormentosas que dejan cicatrices en el corazón. Sus letras son evocadoras, con contenido lírico a veces, plenas de quejumbres. Hay en ellas, en ocasiones, mucho dolor acumulado. El drama humano, el rencor, los celos, la rabia, el amor herido son su fuente de inspiración. 

Importante que se le haya dado al tango reconocimiento como patrimonio cultural de la humanidad. Carlos Gardel y Agustín Magaldi deben estar celebrando, en el cielo, este acontecimiento. Porque el tango no sólo es audición musical. También es discurso sustentado en filosofías elementales, donde se habla de la vida en un lenguaje sencillo, lleno de sugerencias. Su mensaje trasciende porque expresa con claridad una concepción realista de la vida. O sino, escúchese “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo, en la voz de Julio Sosa, para entender plenamente el mundo en que vivimos. Compuesto hace más de 75 años, este tango es una radiografía de la sociedad contemporánea.

No se puede negar que esta música marcó a Colombia. La muerte de Carlos Gardel,  el 24 de junio de 1935, convirtió a Medellín en referencia obligada cuando se habla de tango. El barrio Manrique es como la Calle Corrientes de Buenos Aires. Allí se vive a ritmo de bandoneón. Tanto que el novelista Manuel Mejía Vallejo inmortalizó este ambiente en “Aire de Tango”. Es decir, a Colombia le toca algo de este reconocimiento. Porque muchos de sus grandes intérpretes han tenido a nuestro país como su segunda patria. Con razón Fernando Cruz Konfly, en su novela “El cadáver de Gardel”, muestra cómo el traslado del cuerpo del cantante entre Medellín  y  Buenaventura conmovió a todo un pueblo.