Pobreza y estructura tributaria
Este razonamiento es por supuesto equivocado. Como lo ha puesto de presente Horacio Ayala en artículo reciente, no es simple coincidencia que mientras más evidencias se recogen sobre la falta de equidad de nuestro régimen tributario (que beneficia con ingentes privilegios a los contribuyentes más ricos al paso que hace recaer el rigor de los impuestos sobre las rentas de trabajo y sobre los consumidores), aparecen informaciones preocupantes sobre los niveles de pobreza e indigencia del país.
Las cifras que divulgó recientemente Planeación Nacional (aunque muestran alguna mejoría entre el 2002 y el 2008) no dejan de ser muy inquietantes: durante los últimos siete años que fueron de gran crecimiento económico, los frutos de la prosperidad no se repartieron equitativamente. Se acentuó la mala distribución del ingreso entre el campo y la ciudad, lo mismo que entre ricos y pobres.
El contraste con América Latina es sorprendente. Mientras en Colombia- como lo evidenció el citado estudio de Planeación- 46 de cada cien personas están viviendo en la pobreza, para el conjunto América latina el guarismo es apenas del 35%. Y al paso que la indigencia ronda entre nosotros en el 18%, en el continente está en el 13%.
O sea, a pesar de que en Colombia hemos crecido macro económicamente bien durante los últimos años, desde el punto de vista social lo hemos hecho mal. Para no hablar, desde luego, de las cifras de desempleo abierto o de subempleo que continúan siendo de las más altas de América Latina.
Alguna relación debe existir entonces entre la opulenta piñata tributaria que durante los últimos siete años se organizó para provecho de los contribuyentes de mayor capacidad contributiva, y los magros resultados obtenidos en la lucha contra la pobreza y la marginalidad.
Los teóricos de la Hacienda Pública siguen pregonando todavía que una de las finalidades de ésta ciencia es procurar propósitos redistributivos. Pero en Colombia la tributación directa (es decir, el impuesto a la renta) que debería ser el instrumento redistribuidor por excelencia, se ha convertido en un queso gruyere por los múltiples huecos que le ha abierto la cascada de privilegios tributarios otorgados a unos pocos. Su recaudo ha perdido progresividad.
Y por el lado del gasto qué decir. Hace algún tiempo se anunció con bombos y platillos por parte de Planeación que se iba a hacer un gran estudio para rediseñar el esquema de los subsidios que se vienen otorgando en Colombia, pues estaban beneficiando proporcionalmente más a las clases medias y aún a las ricas que a los más pobres. Tal estudio nunca vio su día. Y seguimos montados en un esquema de subsidios y de transferencias que a juicio de la academia es regresivo. Así se hayan suspendido el subsidio a los combustibles.
La política fiscal no es desde luego la única responsable en la guerra contra la pobreza. Pero si no se le maneje con criterios de equidad puede conducir a que esa guerra se pierda. Como parece que nos está ocurriendo.