29 de noviembre de 2023

Entre supuestos y presuntos en tiempos de Pablo Escobar

13 de septiembre de 2009
13 de septiembre de 2009

Cuando se iba a hablar del jefe máximo del ‘Cartel de Medellín’, en alguna noticia,  el redactor  debía  referirse al “supuesto narcotraficante”, si quería cuidar su propio pellejo. La razón que daban los cercanos a Escobar era que ningún juez había logrado comprobarle que él exportaba cocaína a los Estados Unidos y a otras latitudes, pese a que en la entrada principal de su hacienda “Nápoles” exhibía ostentosamente la pequeña aeronave con la que coronó su primer envío del alcaloide al país con los más altos índices de drogadictos en el mundo.

A don Pablo le agradaba el “supuesto” porque le traducía hipotético, posible, simulado, no verdadero o una afirmación no demostrada, circunstancias que les transmitían tranquilidad a sus seres queridos sobre su conducta ante la sociedad.
Reporteros cercanos al capo decían que también se transaba por el “presunto” que equivale a algo que se supone o que se sospecha, aunque no es seguro. La consigna era negarlo todo, hasta el final.
El ahijado del ex ministro Joaquín Vallejo solía salirse de la ropa cuando en algún medio se le anteponía a su nombre la socorrida denominación del “confeso narcotraficante”.
El mismo Escobar telefoneaba, furioso, desde su escondite, al periodista, para exigirle perentoriamente que enmendara el error en el término de la distancia porque jamás había hecho semejante confesión.
Lo del “confeso” que llenaba de indignación al capo antioqueño salía de Emisoras Nuevo Mundo, matriz de Caracol, en Bogotá, lejos del escenario paisa, en los tiempos de Yamid Amat, pero quienes debían responder por el desaguisado eran los periodistas de la cadena, en Medellín.
Para ponernos a salvo de la ominosa espada de Damocles, optamos por referirnos en adelante al jefe de “Los Extraditables” o del “Cartel de Medellín”, sin más calificativos,  y santo remedio. No debíamos correr el alto riesgo de molestar al hombre que pretendía poner de rodillas a todo un país..
Una madrugada, sin embargo, nos dejó una carga dinamitera de 25 kilos, en el antejardín de la sede radial, en el barrio Laureles, en el occidente de Medellín, pero tuvo la “gentileza” de prevenirnos con tiempo (al mejor estilo de la Eta española)  sobre la presencia de la bomba, que tenía mecha lenta, para que llamáramos a los expertos en explosivos de la Sijin que se encargaron de desactivarla.
El “paquetico” era una advertencia para la cadena porque el nuevo director de noticias, Darío Arizmendi, pagó la novatada radial al difundir –sin tener plena confirmación– unas supuestas declaraciones que Escobar habría hecho a través de un tal “Dakota” en las que llovían las amenazas de muerte para todos los estamentos de la sociedad colombiana. La “primiparada” del ahijado de Augusto López nos tuvo de pelo para’o durante un tiempo. La metida de pata del debutante debió ser capoteada (¡otra vez!) por el equipo de  periodistas caracoleros en Antioquia.
Si era duro, arriesgado y penoso el trabajo de los periodistas cuando los mercenarios de Escobar libraban la demencial ofensiva terrorista contra el Estado, la guerra adquirió mayores dimensiones al irrumpir en la escena paisa el grupo “Los Pepes”, (Perseguidos por Pablo Escobar), comandado por los hermanos Fidel y Carlos Castaño, que lo combatió con los mismos métodos sanguinarios de su archi-enemigo: carros-bomba, secuestros, asesinatos a plena luz del día, ejecuciones sumarias, destrucción de propiedades, etcétera. La presencia de este escuadrón para-militar fue el principio del fin de la tenebrosa carrera delictiva de quien pasó de ser un ladrón de lápidas a uno de los hombres más ricos del mundo a través del lucrativo y criminal negocio de la cocaína.

La apostilla: Los paisas que le revuelven humor a todo se inventaron este macabro chiste de salón: Al  cumplirse el quinto aniversario de la muerte de Escobar, sus deudos acudieron a Jardines Montesacro, al sur de Medellín, a sacar los restos, y se llevaron un gran susto: sus despojos estaban intactos y en un rincón del ataúd temblaban de pánico miles de  gusanitos que se negaban a dar buena cuenta del rígido difunto que seguía metiendo miedo después de muerto.