10 de diciembre de 2023

a que, la Plaza de Bolívar, baquiano

10 de septiembre de 2009
10 de septiembre de 2009

Es frecuente en el lenguaje coloquial el uso de la expresión ‘pueda que’, que entraña deseo algunas veces, pero, casi siempre, la posibilidad de que algo suceda, como en la siguiente oración: “Pueda que hombres como Tyson nos roben más de una mirada…” (El Tiempo, Salud, Esther Balac, VIII-23-09). Mas es inadmisible en el lenguaje culto, como debe serlo el periodístico, porque en oraciones como éstas la posibilidad no está en la principal sino en la subordinada. Doctrina que se entiende mejor si, en lugar de ‘pueda ser’, empleamos ‘es posible que’, frase en la que el verbo está en indicativo, como tiene que ser. Hasta disuena decir “sea posible que” en dicha construcción. El verbo de la frase subordinada sí va en modo subjuntivo: “…que nos robe…”. La oración, castizamente redactada, es, entonces: “Puede ser que hombres como Tyson…” o “es posible que hombres…”; e, inclusive, “puede suceder que…”. Es obligación del redactor profesional buscar la forma castiza y mejor de expresar lo que pretende comunicar.
La catedral de Notre Dame, en París; la de San Marcos, en Milán; la de San Patricio, en Nueva York; la basílica de San Pedro, en Roma; la plaza del mismo, en la misma ciudad; el templo del Sagrado Corazón, la iglesia de la Inmaculada y la plaza de Bolívar, en Manizales. Es así como las nombramos cuando de ellas hablamos o escribimos. El estudiante aquel, alumno de doña Edith Angélica en la universidad de Manizales, puede estar seguro de que el uso de la preposición ‘de’ en esos nombres no significa que Nuestra Señora, San Marcos, San Patricio, San Pedro, el Sagrado Corazón, la Inmaculada y Bolívar tengan la ‘escritura’ de esos edificios y de tales espacios. De ninguna manera. Pero sí podemos decir que les ‘pertenecen’, porque fueron dedicados a su memoria. El padre Fabo, en su Historia de Manizales, habla de los parques de Bolívar y de Caldas. Hoy, por costumbre y porque va desapareciendo para ello la preposición, decimos el Parque Caldas. Como la biblioteca Orlando Sierra Hernández, allá en los Yarumos. Pero bien podríamos hablar de la biblioteca ‘de’ Orlando Sierra Hernández, sin referirnos a la que fue suya en su residencia. ¿Por qué no?
Cuando Caldas, nuestro departamento, estaba aún en pañales, los campesinos usaban con mucha frecuencia y mayor propiedad la palabra ‘baquiano’, con la que calificaban a aquellos que conocían los caminos, los vericuetos y los secretos de ríos, valles y montañas. Según Juan Corominas, el sustantivo ‘baquía’ (probablemente, dice él, del árabe ‘baqíya’, ‘el resto, lo restante’),  empezó a utilizarse en la segunda mitad del siglo XVI para llamar “hombres de baquía” a los que quedaron en América de expediciones anteriores, y por lo tanto conocían ya el país. De su adjetivo, ‘baquiano’, enseña don Roberto Restrepo: “Es voz castiza aunque por allí se diga lo contrario, y significa práctico de los caminos, trochas y atajos, y guía para poder transitar por ellos”. Con él se califica también a la persona diestra en los trabajos manuales. Por lo tanto, no tiene nada que ver con la consorte del toro, y le asiste la razón al señor Carlos Mario Vallejo Trujillo cuando escribe: “Me pregunto qué habrá querido decir Martín Rodas en su artículo para Quehacer Cultural, sobre un artista de nombre Darío Alzate (…): “Fue artesano, vaquiano en haciendas ganaderas, carpintero (…)”. Me niego a creer que para este señor lo baquiano tenga relación con nuestras amigas lecheras” (VIII-25-09). Sin embargo, don Carlos Mario, ese gazapo no lo debe asombrar, pues, si uno se encuentra en alguno de los potreros de la finca, esquivando a cada momento boñigas (‘plastas’, como les decíamos), no es raro que, en el momento en que le mencionen la palabra ‘baquiano’, la relacione inmediatamente con los mansos animales que por aquí y por allá las depositaron. Nos pasó a muchos.
Dos frases que necesitan exégesis: “La libertad de expresión es un derecho que va independientemente devaluado del derecho a la intimidad”; y “Limitar la publicación de errores es amorfo a toda la humanidad” (LA PATRIA, En Debate, Ignacio Gómez Gómez, Presidente de la Fundación para la Libertad de Prensa, VIII-26-09). ¿Sabrá el ilustre paisano qué diantres significan los adjetivos ‘devaluado’ y ‘amorfo’ y por qué los puso ahí? Lo dudo.