29 de abril de 2025

Las telenovelas colombianas: entre el disfraz de las noticias y el moralismo por televisión

7 de junio de 2009
7 de junio de 2009

Colage El Espectador
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La angustia de la carátula

El periodismo colombiano, acostumbrado a tener una  cosecha abundante de escándalos y de chismes, algunas veces tiene que afrontar períodos de sequía. No brotan de la tierra los “golpes del Ministro de Defensa” (véase captura de Don Mario, Jaque, etc.) los “escándalos de semana y media” (véase DAS) “los paras enredando a sus amigos” (véanse más de 70 para-congresistas) “la guerrilla cometiendo atentados terroristas” (véase lista infinita) o “los falsos positivos” (véase lista incompleta).

Cuando no hay cosecha fresca y apetitosa para la opinión pública -y aún peor, cuando la Selección Colombia no está jugando – la imagen de la portada produce  angustia en las salas editoriales. ¿Qué poner en primera plana?, ni modo,  hay que escudriñar los viejos debates filosóficos o existenciales, pero sólo aquellos  suficientemente estáticos como para aguantar inmunes el paso de los años.

Por esa razón la portada de la Edición Número 823 de la Revista Cambio (una portada que tomo apenas como ejemplo porque se repite cada cierto tiempo) desempolva el debate ficción – realidad y lo reencaucha a propósito de la adaptación televisiva de la historia de David Murcia Guzmán (el padre de la familia DMG) titulada “Inversiones el ABC”.

No es mi propósito decir si el artículo de Cambio está bien o mal escrito o darle tips de periodismo investigativo a esa revista. Sin embargo su “Historia de telenovela”  muestra una pobreza conceptual que nos remite al cuento del borracho que pierde las llaves en la oscuridad y se pasa a la otra acera porque allá sí puede ver.

Los tres debates de siempre

La pobreza del artículo de Cambio es volver a los debates sobre el  límite entre ficción y realidad, sobre si “Inversiones el ABC” es un documental o una telenovela, y sobre si la televisión educa o maleduca  al público.

De un lado están los libretistas y los productores de televisión, personas por lo general pragmáticas que piensan en el rating y en la pauta para sobrevivir, mientras que del otro lado están los críticos que casi siempre escriben textos despectivos sobre la televisión pero no nos proponen ninguna alternativa. A continuación un resumen de los argumentos más socorridos de lado y lado:

Debate 1: Ficción vs Realidad

Empresarios de la televisión

Críticos de la televisión

Los productos se basan en hechos reales, pero incluyen elementos de ficción para no molestar a nadie. Los libretistas se escudan tras la ficción para justificar sus faltas de rigor en la investigación de los hechos.

Debate 2: Telenovela vs Documental

Empresarios de la televisión Críticos de la televisión
La telenovela es el formato preferido por el público. Se han presentado historias en otros formatos, pero la historia de amor prevalece. La telenovela se ha apoderado de la realidad con historias repetitivas y ausencia de investigación para adaptar historias basadas en hechos reales.

Debate 3: Educar vs Maleducar

Empresarios de la televisión Críticos de la televisión
Educamos como parte de nuestra Responsabilidad Social Empresarial, pero el objetivo de la televisión es el entretenimiento. La televisión privada no puede desprenderse de sus responsabilidades públicas y por eso debe construir valores.

Tres debates mal planteados

De la presentación escueta de estos argumentos surgen tres preguntas de mayor calado:

 – Debate 1 ¿El problema radica en el escudo que utilizan los libretistas para no comprometerse con la verdad, o más bien en que la realidad contada a través de las noticias está más cerca de la ficción?

 – Debate 2 ¿El dilema consiste en escoger entre melodrama y documental, o el desafío es articular mejor la relación entre ficción y realidad?

 – Debate 3 ¿Es suficiente culpar a la televisión por la falta de valores, o la televisión es simplemente uno de los actores que han ayudado a construir lo que somos y pensamos como sociedad?

Exploremos algo más las tres preguntas.

Mucha ficción, poca realidad, escasa interpretación

La columnista María Jimena Duzán se sorprende de que el ex narco Andrés López (alias `Fresita´) se gane un premio al mejor libretista por la serie “El Cartel” y aboga por los buenos investigadores y periodistas que hay en Colombia.

Puede que sea así, pero el problema no está en que un narco se gane una estatuilla, porque los premios en cada campo se ganan porque el jurado estima que el galardonado  ha hecho un buen trabajo en ese campo, y no por su conducta en otros campos. Para efectos de la ética sería tal vez mejor que una persona irreprochable cuente lo que ha dado en llamarse la “realidad del país a través de la ficción”; pero para los efectos prácticos y simplones de la televisión, poco importa que sea un ex narco o un ciudadano ejemplar quien relate la historia.

La pregunta entonces es porqué un ex narco tiene más éxito al narrar esta clase de hechos del que tuvieron o tendrían los escritores de ficción. Atribuir el hecho  a la publicidad es una explicación probable, pero simplista. En el caso del seriado Sin Tetas no hay Paraíso, la historia fue escrita por un reconocido periodista, no por algún ex delincuente que atrajese las luces de la publicidad.

Así que la respuesta debería buscarse más bien en la forma como la construcción de realidad está dotando a la ficción de una cierta manera de ver los hechos.  Y en cómo esa ficción basada en las noticias no es aceptada por quienes viven de cerca realidades tan complejas como las del narcotráfico y la estética traqueta.

Los medios construyen y transmiten la llamada “realidad” como una serie inconexa de historias de ficción, con pocos elementos verificables, poco análisis, con noticias de Internet y de agencias de prensa, con ostentosa escasez de trabajo de campo y -ocasionalmente- con buenas piezas estilísticas. Esto no justifica la excusa de los libretistas cuando se auto-compadecen porque se ven forzados  a rellenar los vacíos que no encontraron en la realidad. Todo lo contrario, los libretistas ayudan desde otro formato a construir una ficción mediocre de eso que arbitrariamente denominamos “realidad“.

Hace mucho tiempo que las noticias contadas como chismes y las novelas contadas como melodramas dejaron de prestarle atención a la cacareada frontera entre ficción y realidad. Es ingenuo pensar que un producto “de ficción” va a despistar a la gente porque se cambie el nombre de los personajes. Y es ingenuo creer que una ficción que incorpore elementos de realidad va por eso a ser más eficaz para cambiar las formas de percibir el mundo: las audiencias no son tan poco inteligentes como los libretistas creen,  ni están tan “alienadas” como los críticos de la televisión lamentan.

La eterna fórmula de la telenovela-ficción no ha borrado las barreras de clase, ni ha hecho creer a los pobres que vayan a casarse con las hijas de los ricos, ni la historia real o retocada del Fresita ha llevado a los narcos a tragarse el estribillo de El Cartel  o aquel eslogan de que “El crimen no paga”.

DMG – ABC: La banalización de la pirámide

Desafortunadamente el borracho sigue creyendo que con la luz encontrará sus llaves y ahora compra una lámpara para seguir buscando en la misma acera donde no las perdió. El caso de DMG para televisión reproduce este cuento.

La serie ABC, además de sus múltiples fallas técnicas y de actuación, comprueba en parte la perogrullada de ficción y realidad en el país. Los puristas dicen que su problema está en ser una telenovela y los más puristas dicen que la serie no está educando en valores. Pero poca atención se ha prestado a la forma como la serie-telenovela está planteada y donde la ficción y la realidad se prestan el beneficio mutuo de la omisión noticiosa y la moralización televisiva.

La serie presenta a DMG (”ABC” para despistar al público)   como una pirámide, lo cual implica un monumental y -no quisiera creer- malintencionado error de los libretistas, quienes no investigaron o no tuvieron el sentido común para notar que en DMG había mucho más que el viejo truco de una pirámide (Jorge Iván González lo ha explicado muy bien en Razón Pública).

Al otro extremo de “El Cartel”, donde el lado bueno de los narcos se presentaba con algo de exageración, el David Murcia de “Inversiones el ABC” resulta ser un  atembado que de un momento a otro se alió con traquetos y que acabó en la cárcel  por bruto y por fantoche.

Puede ser que el señor Murcia sea tan tonto como lo pinta la serie, pero el papá de la inmensa “familia DMG” tiene razón al quejarse por la ridiculización que ABC hace de él y de sus protegidos. Pero aquí la razón de Murcia no reside en el hecho de que los libretistas usaran el escudo de la ficción o en que “la familia DMG” tenga derecho a la reparación moral. Sin tener obligación de hacerlo, pero tampoco licencia para omitirlo, libretistas y productores sintetizan una realidad compleja. Y el desafío de hacer una buena síntesis no se resuelve con reproducir de manera burda las escenas registradas en los noticieros, pero tampoco con pintar a Murcia como un personaje simplón y cantinflesco.

No se puede justificar a los libretistas por la dificultad de transmitir mensajes complejos, como lo hizo por ejemplo la revista Cambio. La historia ha demostrado varias veces que las ideas sencillas y las argumentaciones sobrias son las más eficaces para cambiar las prácticas sociales.

Insistir en que DMG es una pirámide no cambiará la realidad, como tampoco lo hará el análisis de su modelo económico. Pero al menos en el segundo caso se aportarán   mínimos éticos para asumir nuestra responsabilidad como sociedad (independientemente de si fuimos o no inversionistas de DMG).

En esta propuesta, el papel del televidente es clave. Es muy fácil culpar a la TV de nuestra mala educación, pero qué bueno sería que los programas del “defensor del televidente” se convirtieran en espacios de debate y dejaran de ser simples rellenos para cumplir con una ley o tribunas aburridas donde uno que otro mojigato se horrorice que unas niñas piensen ponerse tetas.

La culpa es de la vaca

La televisión tiene un compromiso pedagógico aunque está en manos privadas. Pero además de eso la TV es un bien público, y esto nos debería dar algunas pistas sobre el papel que ha de jugar la sociedad en la escogencia de temáticas y formatos para las parrillas de programación. Sin embargo, el borracho empieza a culpar los postes de la luz de su incapacidad para encontrar las llaves.

En nuestro caso de análisis, se le pide a la televisión más de lo que puede dar, y la televisión da menos de lo que uno puede esperar.

Se pierde el tiempo pensando que las empresas informativas van a cambiar de la noche a la mañana y que pasarán de la emisión de dramatizados a documentales científicos. Y en todo caso no es sensato suponer que la sociedad sería peor porque vea telenovelas o que sería mejor porque vea documentales. 

Estados Unidos es el mejor ejemplo de que ni lo uno ni lo otro. Su parrilla está llena de comedias con humor predecible y de seriados que exageran los rasgos psicológicos y sociales del abogado, el bombero, el médico, la ama de casa y otros personajes. Pero esto no significa que sea una sociedad atrasada y que siguen de manera ciega lo que dice la televisión.

En Estados Unidos también hay espacio para programas científicos y documentales periodísticos, lo cual no le ha evitado problemas sociales tan complejos como los asesinatos por parte de adolescentes o la “pirámide” que armaron con el precio de las viviendas.

Tomar la televisión como un MEDIO en toda la extensión de la palabra implicaría no sobrestimarla como una  institución educativa pero también implicaría dejar de mirarla como una simple fábrica de entretenimientos.

Si el problema es de culpas, Internet tendría que causar más alarma, pues está capturando más usuarios – y para algunos fines más dudosos – que una televisión que no es tan venerada como se piensa.

O en todo caso entretención no significa irresponsabilidad social o responsabilidad social no significa propagandas con tono moralizador.

Volvamos al caso de Sin Tetas No hay Paraíso, la cual dio pie a la protesta airada de las mujeres pereiranas. La presión sirvió para que el canal emitiera unos cuantos sermones diciéndoles a las adolescentes “No te pongas senos, eso es malo”, lo cual seguramente sirvió para que algunas niñas con un contexto social favorable se previnieran de potenciales tentaciones.

Muy bien por las mujeres pereiranas que reivindicaron su dignidad, pero esto no significa que las niñas que sí viven de cerca la cotidianidad del narcotráfico no reproduzcan los modelos de la telenovela, independientemente de la región del país donde se encuentra, porque si algo ha demostrado el narcotráfico es su capacidad  de hacer metástasis. 

Como decía en líneas anteriores, El Cartel mostró la astucia y la humanidad del narco, lo cual fue criticado por el Director de la Policía Nacional, General Óscar Naranjo, quien decía que el narco quedaba como un gran ser humano y sus hombres como los malos del paseo. Igual de válido a las protestas de las mujeres pereiranas, es el reclamo del General Naranjo. Sin embargo, no se le puede achacar ahora a la televisión la culpa de la influencia social y cultural del narcotráfico en Colombia, ni tampoco la culpa de los casos de corrupción dentro de la Policía.

Con o sin la televisión y con o sin corridos prohibidos, el narco y la sociedad han construido prácticas que garantizan la supervivencia y la coexistencia de ambos (violenta y sangrienta en muchas partes, omitida y aceptada en otras). Pero otra vez las señoras de Pereira y el General Naranjo toman el rábano por las hojas y reiteran el mito de que la televisión es omnipotente.

Lo que planteo aquí es la necesidad de entender que los seres humanos anteponen sus necesidades básicas a los mensajes malos o buenos de la televisión. Al vendedor de los “san andresitos” se le puede decir “No seas pirata”, pero sí su supervivencia personal y familiar depende de este negocio, seguramente ignorará las elaboradas campañas de responsabilidad social basadas en los seriados de ficción. Así, cada uno queda en peligrosa conformidad, la televisión con su negocio y el televidente con su realidad – una realidad que si le conviene nutrirá con algunos elementos audiovisuales.

ABC – Una serie sin ficción ni realidad

Pero si las mujeres pereiranas, el General Naranjo y “los ciudadanos de bien” se quejan de la falta de maestros en la televisión, a otros también les preocupa el tonito aleccionador y prohibicionista de algunos libretistas y productores que hacen sus veces de pedagogos improvisados.

Inversiones el ABC es un ejemplo perfecto de cómo el moralismo simplón puede servir para empalmar la realidad con la ficción o para unir con babas dos piezas que al fin y  al cabo quedan pegadas.

La representación de David Murcia, además de proyectarse como la de un hombre primario, se consolida con la retrospectiva de su vida, en la cual lo presentan como un buen monaguillo que escuchaba los consejos del párroco del pueblo, el mismo que le da la bendición cuando el inquieto Murcia decide buscar otros horizontes. Aquí nuestros malos pedagogos nos enseñan la parábola de la oveja descarriada y la necesidad que tendría Murcia de reencontrarse con Dios.

Y la parábola va más allá, pues nos presentan un Murcia que era bueno cuando era monógamo y un mechudo malo cuando se relacionó con más mujeres, un Murcia que era bueno cuando tenía un mediocre empleo de fotógrafo de reinados y un mechudo malo cuando empezó a vender televisores y productos de belleza, un Murcia que era bueno cuando pagaba sus impuestos y tenía un almacén más grande que los hipermercados de Colombia y un mechudo malo cuando muestra de bulto la hipocresía social, un Murcia que era bueno cuando estaba en la Hormiga, Putumayo y un mechudo malo cuando se atrevió a desafiar al centro político del país.

En esta parábola el tono aleccionador parece estar en lo que Garay llamaría “La frontera moral que a todos se nos corrió” para describir lo que ha pasado en Colombia. 

Así, en este proceso moralizador, se emulan las omisiones noticiosas, y realidad-ficción vuelven a tener un feliz encuentro. En nuestra costumbre de atribuir el problema a los sujetos e ignorar la influencia de los hábitos sociales, Murcia ha acaparado la noticia y ha sido convertido en el arquetipo de las pirámides, lo cual causa dos daños profundos: el primero, no ir a fondo de lo que es DMG; y el segundo, omitir el drama social y sus consecuencias económicas y culturales.

De esta manera, Inversiones el ABC, lejos de poner en evidencia la falta de valores sociales, pone a la televisión en un tono aleccionador que sólo Gloria Valencia de Castaño supo expresar con originalidad.

Podríamos hacerlo mejor

Entre la mala educación que inspiraba El Cartel y la cátedra de moral permisiva de Inversiones el ABC sería ideal no quedarse con ninguna. Pero esta decisión no implica la desaparición de un negocio de grandes dividendos como la televisión.

Una posible alternativa es no achacar todo el problema de nuestra construcción como sociedad a un asunto de manipulación y alienación mediática, pues nos remite a la misma lógica de explicar el narcotráfico a través del prohibicionismo, de atribuirle la responsabilidad de la violencia a la guerrilla y los paras, de creer que la repartición de la tierra es un producto de la voluntad de Dios, de odiar a Estados Unidos por nuestra pobreza mental y de culpar a la vaca por no producir un queso holandés.

Antes de seguir con el debate de realidad- ficción y educación-entretenimiento tendríamos que preocuparnos por hacer bien la tarea, es decir, porque libretistas y productores evitaran los tonos moralizantes, los periodistas ejercieran su oficio con un mínimo de criterio y los críticos propusieran alternativas convincentes.

Así como la serie gringa hace parte de la idiosincrasia de la sociedad norteamericana, la telenovela ha hecho parte de la identidad audiovisual de América Latina. La franja prime time de Estados Unidos está dominada por los seriados que a través del formato de temporadas repiten y repiten en distintos personajes los mismos conflictos del ser humano: el amor, el odio, la euforia, la intriga, etc., etc. La diferencia es de formato, pero personajes y líneas dramáticas mantienen los mismos dilemas. Y las novelas latinoamericanas por su parte repiten de mil maneras la vieja historia de la niña pobre que se casa con el niño rico o que en realidad era hija del rico.

Si algún punto fuerte tenemos en Colombia es el manejo de la técnica para hacer telenovelas. Y sí lo que sabemos hacer bien son telenovelas en vez de noticieros, seriados de vez en cuando y no documentales científicos, entonces deberíamos tratar de fortalecer la televisión con públicos exigentes y con libretistas que no se escuden tras memofichas diplomáticas, que no hacen otra cosa que desprenderlos del compromiso ético y profesional.

Por supuesto, no debemos olvidarnos de los noticieros y de los programas culturales. Pero en estos productos todavía nos falta muchísimo, en parte porque tienen poco rating y en parte porque los públicos críticos se limitan a apagar el televisor.

No hay que pedir ni esperar que los medios colombianos se escapen de las leyes del mercado o de las leyes de la comunicación de masas. Más sencillo es pedirles a los canales que ganen plata con melodramas cursis y con adaptaciones de historias reales, pero con un mínimo de inteligencia en el momento de investigar y de escoger los escenarios y contextos adecuados.

La tonta advertencia de que “Los hechos relacionados a continuación son producto de la ficción y cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia” es otra más de las disposiciones de una ley, pero acatarla no implica cercenar el sentido común del televidente, quien claramente entiende que el libretista no ha sacado las historias de musas inspiradoras.

También estamos lejos de pedir un periodismo investigativo que reemplace la costumbre de ponerle la grabadora a un personaje público para que caliente el ambiente con su vocabulario intolerante. Lo mínimo que les podemos pedir a los periodistas es que escriban bien y se asesoren de expertos con distintas posiciones en un tema.

A los críticos de los medios podríamos pedirles que se acerquen más a la ficción y que a partir de allí desentrañen ciertos elementos reveladores de nuestras formas de vivir y de pensar. Ver televisión no nos hace expertos sociólogos, como tampoco leer libros nos hace más conscientes de la realidad. Estas herramientas sólo ayudan a entender un poco más nuestros contextos y el porqué se instalan imaginarios con tendencias masificadoras en un lado y críticas poco constructivas por el otro.

Con estas propuestas, periodistas, libretistas y expertos en el tema no cambiarían el mundo, pero posiblemente sí dejarían de echarse el agua sucia unos a otros. En síntesis, necesitamos un diálogo de menos foros y más acciones, un diálogo que no se preocupe tanto por moralizar, sino por proveer herramientas de libre elección en la forma cómo cada cual quiera ver el mundo.

Palo que nace doblado, jamás un tronco endereza

El panorama no es muy alentador, porque vienen más series basadas en la realidad y los mensajes que dicen “Eso está mal, no lo vuelvas a hacer” seguirán apareciendo, incluso con más frecuencia. Y aquí deberíamos hacer algunos ajustes en nuestra ética, la  cual es muy flexible, no porque un narco cuente la historia, sino porque somos parte activa del dominio narrativo de la justificación de la violencia y la moralización del culpable.

No es un drama, pero si una verdadera lástima que esto siga sucediendo porque a excepción de una que otra portada superficial con el tema de la televisión, este medio, el más importante en la vida mediática de los individuos, seguirá siendo analizado a través del teléfono rosa.

*Periodista y politólogo. Estudiante de la Maestría en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia.