Garrote, pronombre relativo que, basuriego
QUISQUILLAS DE ALGUNA IMPORTANCIA
Por Efraín Osorio López (*)
[email protected]
“El 5 de octubre de 1546, en Loma de Pozo y en presencia de las tropas de Belalcázar, sufrió la pena vil de garrote el Mariscal don Jorge Robledo”.
De los animales que han disfrutado las maravillas que les ofrece la naturaleza, el racional es el más cruel. Éste, a través de los siglos, ha inventado y utilizado métodos bárbaros para privar de la existencia -legal o ilegalmente- a su prójimo: la crucifixión; las fieras y los gladiadores en el coliseo romano; la lapidación, el empalamiento y la parrilla; el descuartizamiento, la hoguera y la horca; la defenestración, el pelotón de fusilamiento y la desolladura; la silla eléctrica, la guillotina la cámara de gas y la inyección letal; los cortes de franela, de corbata y de florero, macabro invento de nuestros ‘famosos pájaros’, semilla de los asesinos de las Farc. Y el ‘garrote’. Este último, don Cecilio, era el “instrumento para ejecutar a los condenados a muerte, que consiste en un aro de hierro con que se sujeta contra un pie derecho (algo así como un tablón) la garganta del sentenciado y se la oprime por medio de un tornillo de paso muy largo hasta conseguir la estrangulación” (Enciclopedia Uteha). Así fue ejecutado el Mariscal Jorge Robledo, no ‘a garrotazos’, como lo explicó alguien con alguna lógica: “El 5 de octubre de 1546, en Loma de Pozo y en presencia de las tropas de Belalcázar, sufrió la pena vil de garrote el Mariscal don Jorge Robledo, quien murió dando muestras de gran valor y conformidad cristiana” (Historia de Colombia, Henao y Arrubla). Mencionan aquí estos historiadores “la pena vil de garrote”, porque para su ejecución conducían al reo de tres maneras diferentes: la ‘ordinaria’, la ‘vil’ y la ‘noble’. “En la primera, los condenados iban conducidos al suplicio en caballería mayor (mula o caballo) y llevaban un capuz pegado a la túnica; en la segunda, se llevaba al condenado sobre una caballería menor (borrico) o a rastras y con el capuz suelto; y en la tercera, se le llevaba en caballería mayor ensillada con gualdrapa” (E. Uteha). Aun para estas ‘ceremonias’ había discriminación. ¡Qué humanidad!
El otro ‘garrote’, el más conocido, es “un palo grueso y fuerte que puede manejarse a modo de bastón” (EL Diccionario), y que se puede emplear también como arma, por ejemplo, contra los perros, según el refrán “Todo los males nos vienen juntos, como al perro los palos”. Sirve también figuradamente para expresar las críticas, molestias y vejámenes que se les causan a otros, como los que recibe el Presidente de la República de sus opositores de oficio y de los otros porque sí y porque no, por fas o por nefas, es decir, garrote porque bogas y garrote porque no bogas. ¡Qué país!
Estoy seguro de que éste es un error causado, no por falta de borrador o por descuido, sino por ignorancia. Así redactó el periodista: “Los beneficiarios de los subsidios de Familias en Acción que sus apellidos comiencen por M y O…” (LA PATRIA, Revista, VI-8-09). En esta oración, el vocablo ‘que’ no es una conjunción, sino un pronombre relativo, por lo cual debe construirse en genitivo (posesivo), puesto que reemplaza a los dueños de los dichos apellidos. Y ése es el único caso que se construye de manera diferente, así: ‘cuyo-os, cuya-cuyas’. Los otros casos se conocen por las respectivas preposiciones. Elemental. La frase, pues, debió ser redactada de la siguiente manera: “Los beneficiarios de (…), CUYOS apellidos…”. Es tan común este error que algún día la Academia lo aceptará. ¡Casos se han visto! ¿Enseñarán en las escuelas, colegios y universidades el ‘análisis gramatical’? -¿No? -¡Con razón!
Daniel Samper Pizano, académico de la Lengua, escribe: “Los basuriegos acaban de obtener un histórico triunfo” (El Tiempo, VI-7-09). En su programa “Los puntos sobre las íes”, el señor Cleóbulo Sabogal, de la Academia de la Lengua de Colombia, aseguró que la palabra ‘basuriego’ no es castiza, y que no se encuentra en ningún diccionario (VI-2-09). Y tiene razón. Los términos castizos son ‘basural’ (lugar en donde se recogen o se acumulan basuras), y ‘basurero’ (que significa lo mismo que el anterior; también la persona que se dedica a recoger la basura o a vivir de ella). Pero, como los personajes nefastos e indeseados, ‘basuriego’ llegó para quedarse. Y ¿por qué no? Por lo menos, es una palabra bien estructurada, como ‘mujeriego’ (entregado a las mujeres), ‘labriego’ (que labra la tierra), ‘andariego’ (que camina mucho), ‘borrego’ (de ‘borra’, cordero de dos años), cuyas desinencias, -iego, -ego, sirven para formar sustantivos o adjetivos, y para con ellas significar alguna relación o pertenencia. Podemos, entonces, definir el término ‘basuriego’ así. “Persona que, de alguna manera, se relaciona con la basura”. Y podría hacer las veces de sustantivo o adjetivo. Y aparecer en los diccionarios. ¡Cómo no!
(*) El crítico gramatical Efraín Osorio López es columnista permanente del diario La Patria y de Eje 21