11 de octubre de 2025

María Corina Machado, Maduro tiene la decisión, pero su salida es inevitable

11 de octubre de 2025
11 de octubre de 2025
Crédito: María Corina Machado

La líder opositora se convierte en símbolo de resistencia global y plantea un nuevo horizonte político para un país sumido en el colapso institucional.

Madrid, 11 de octubre 2025. La concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no solo representa un reconocimiento personal, sino un acontecimiento con profundas repercusiones políticas. Desde la clandestinidad, la dirigente opositora venezolana concedió una entrevista a El País en la que reflexiona sobre el significado de este galardón en medio de una de las etapas más críticas de la historia contemporánea de Venezuela.

El premio llega en un contexto de parálisis institucional, sanciones internacionales, hiperinflación y una crisis humanitaria sin precedentes en América Latina. Machado, de 58 años, se muestra abrumada, pero decidida: “Esto es un impulso moral y político para todos los venezolanos. Nunca hemos estado tan cerca de la libertad como ahora”.

El Nobel, en su lectura, es más que un gesto diplomático: es una señal de que la comunidad internacional ha tomado partido, de que la narrativa oficial del chavismo —basada en la soberanía y el antiimperialismo— comienza a perder credibilidad incluso entre sus antiguos aliados.

La clandestinidad como trinchera política

Desde hace más de un año, Machado vive oculta. La persecución del régimen de Nicolás Maduro la obligó a refugiarse en una red de apoyo civil, operando con sigilo para evitar ser detenida. Pese al aislamiento físico, su presencia política no ha disminuido: se mantiene activa a través de plataformas digitales, emisarios y redes de comunicación que desafían el control informativo del Estado.

“La clandestinidad fue al principio un golpe devastador”, confiesa. “Pero nos obligó a reinventarnos, a crear nuevas formas de organización. Hoy Venezuela está más articulada que nunca, incluso bajo tierra”.

Esa capacidad de adaptación se ha convertido en el sello de su movimiento. Los llamados “comanditos” —grupos de voluntarios distribuidos en todo el país— funcionan como células de resistencia cívica. Frente a un aparato estatal sostenido por el miedo y la dependencia económica, Machado apuesta por una estructura horizontal, flexible y silenciosa.

El premio como catalizador de la transición

Para la oposición, el Nobel de la Paz actúa como un catalizador simbólico y diplomático. Desde Washington hasta Bruselas, las cancillerías han retomado el debate sobre la viabilidad de una transición democrática en Venezuela. En palabras de la propia Machado: “Estamos en el umbral de un cambio que será ordenado, porque el 90% de los venezolanos quiere lo mismo”.

Su discurso se aleja de la retórica de confrontación y busca legitimidad moral: “No habrá venganza, pero sí justicia”, asegura, consciente de que cualquier proceso de transición necesitará reconciliar a una sociedad profundamente fracturada.

La líder opositora sostiene que el régimen chavista no puede sostenerse indefinidamente. “Esto no es una dictadura convencional”, afirma. “Es una organización criminal que se financia del narcotráfico, el contrabando de oro, de armas y de seres humanos. Cuando se cortan esas fuentes de ingreso, el sistema se desmorona. Y eso es lo que está ocurriendo”.

Crédito: Maria Corina Machado
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El aislamiento internacional de Maduro

Mientras el chavismo intenta restar importancia al reconocimiento, el entorno internacional observa con atención. La reacción del Gobierno español —cauta y tardía— ha contrastado con la hostilidad de sectores políticos como el del exvicepresidente Pablo Iglesias, quien llegó a comparar irónicamente el Nobel con un galardón “a Hitler a título póstumo”. Machado respondió sin estridencias: “Dependiendo de quién venga el ataque, puede ser el mayor de los elogios”.

El comentario encierra un mensaje político calculado: no necesita confrontar a los detractores, porque el prestigio del Nobel habla por sí mismo. Desde la perspectiva internacional, el chavismo se enfrenta a un aislamiento progresivo. Las sanciones se han convertido en herramientas de presión diplomática y la narrativa del “asedio imperialista” pierde fuerza ante la evidencia del colapso interno.

El diálogo con Washington se mantiene en tono reservado. Machado confirmó que habló con el expresidente Donald Trump, a quien agradeció su “firmeza frente a un sistema narcoterrorista”. Sin embargo, evita detallar los contenidos de la conversación. Su intención, más que anunciar alianzas, parece ser proyectar la imagen de una oposición reconocida por los principales actores del poder global.

El dilema de la negociación

Uno de los temas más espinosos en la política venezolana es el de una posible negociación entre el régimen y la oposición. Machado no la descarta, pero la condiciona. “Desde que ganamos la elección —dice—, hemos estado dispuestos a una negociación que permita justicia, nunca venganza. Pero Maduro decide: va a salir con o sin negociación.”

La frase, contundente y calculada, marca una línea divisoria entre el pragmatismo y la firmeza. Para Machado, la única negociación posible es aquella que conduzca a una transición democrática real, no a un reparto del poder. “Hay quienes aún piensan que el chavismo puede reformarse desde dentro —advierte—. Es un error histórico. Este sistema no se reforma, se sustituye.”

Su visión es la de una salida política supervisada por actores internacionales, con garantías judiciales y con participación civil. En su discurso, la reconciliación no significa impunidad, sino justicia restaurativa.

AFP PHOTO/Juan BARRETO (Photo by Juan BARRETO / AFP) (Photo by JUAN BARRETO/AFP via Getty Images)

Un país ocupado por el crimen

Machado sostiene una tesis inquietante: “Venezuela está ocupada”. No por potencias extranjeras, dice, sino por redes criminales transnacionales. “Aquí operan grupos armados colombianos, iraníes, rusos, cubanos, Hezbolá y Hamás. No es una exageración, es una realidad documentada. Los países de América Latina lo saben y ya no tienen excusas: o están con el pueblo venezolano o con el crimen organizado.”

Esa afirmación reconfigura el conflicto venezolano como un asunto de seguridad continental, no solo de derechos humanos. En este marco, el Nobel se interpreta como un llamado de alerta al hemisferio: Venezuela, más que una dictadura, sería una base de operaciones del crimen político y económico regional.

Machado busca así colocar a su país en el centro de una agenda geopolítica que obliga a los gobiernos vecinos —como Brasil, México o Colombia— a tomar postura. Su mensaje es directo: “No pedimos una intervención, pedimos solidaridad activa”.

El poder moral como última frontera

Más allá de la argumentación, el discurso de Machado se apoya en un principio esencial: la resistencia moral. En un país donde la censura, la persecución y la pobreza han sido herramientas de control político, la apelación a la ética tiene un peso transformador. “El poder del régimen es el miedo. Nuestro poder es la esperanza”, repite con frecuencia.

Esa esperanza, hoy reforzada por el Nobel, se traduce en un renovado protagonismo político. Machado no solo encarna la resistencia venezolana, sino que simboliza la posibilidad de una nueva etapa en la política latinoamericana: una donde la legitimidad no proviene de la fuerza, sino del reconocimiento moral y democrático.

Un punto de no retorno

El chavismo, pese a su aparente solidez, enfrenta un desgaste estructural. La economía se sostiene en la precariedad, la corrupción es endémica y la población, exhausta, ha perdido la capacidad de asombro. El Nobel de Machado actúa como recordatorio de que el mundo sigue observando.

En el cierre de su conversación con El País, la dirigente lo resume con sobriedad: “Este premio no es mío. Es de los que murieron, de los presos, de los que están lejos y de los que aún resisten. Venezuela está más cerca de la libertad que nunca”.

El reconocimiento internacional no resuelve la crisis venezolana, pero cambia el eje del relato: de la desesperanza al desafío. El futuro político del país sigue siendo incierto, pero una cosa parece clara: el mito de la invulnerabilidad del chavismo ha comenzado a resquebrajarse.

Fuente: El País (España)