Tregua frágil en Gaza, el alto el fuego de Trump pone fin a la matanza, pero no a la injusticia
Por: Redacción política EJE 21
Madrid, 10 de octubre 2025. La firma del alto el fuego entre Israel y Hamás, impulsado bajo la mediación de Donald Trump, ha generado un respiro tan necesario como precario en una de las zonas más castigadas del planeta. Tras casi dos años de ofensiva militar israelí sobre la Franja de Gaza, el acuerdo, que entra en vigor esta tarde, pone fin —al menos momentáneamente— a una guerra que ha dejado más de 67.000 muertos, en su mayoría civiles palestinos, y un territorio reducido a escombros. Sin embargo, el pacto no resuelve las causas profundas del conflicto, ni ofrece garantías de justicia o de reconstrucción real para los gazatíes.
El plan estadounidense, recibido con euforia contenida por la comunidad internacional, se presenta como una “victoria diplomática” para Trump, quien habría presionado personalmente al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu para detener los bombardeos. Pero más allá de los titulares, la iniciativa adolece de graves carencias: no define un marco político para la paz, evita hablar de soberanía palestina y apenas aborda las responsabilidades por las violaciones de derechos humanos cometidas durante la ofensiva. En otras palabras, detiene la violencia sin poner fin al conflicto.
Una tregua que no borra la devastación
La aceptación simultánea del acuerdo por parte de Israel y Hamás representa un cambio drástico respecto a las semanas anteriores, cuando las posiciones parecían irreconciliables. Sin embargo, la violencia no se detuvo de inmediato. Horas después del anuncio, nueve personas murieron en la Franja, recordando la fragilidad de la palabra “alto el fuego” en una región donde las promesas diplomáticas suelen disolverse entre el polvo de las explosiones.
El acuerdo incluye un intercambio de rehenes y prisioneros: 44 israelíes retenidos por Hamás serían liberados a cambio de 1.950 presos palestinos. Esta cláusula ha desatado tensiones internas en el gobierno israelí. El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, de línea ultraderechista, denunció abiertamente el plan y se opuso a cualquier acercamiento que recuerde los Acuerdos de Oslo de 1993, aquel intento fallido de construir un marco de coexistencia pacífica entre ambos pueblos. La postura de Smotrich no solo refleja la fractura dentro del gabinete de Netanyahu, sino también la resistencia de sectores poderosos de Israel a aceptar cualquier concesión política hacia los palestinos.
Por parte de Hamás, la aceptación del plan responde tanto a la presión militar y humanitaria como al desgaste interno. Con gran parte de la infraestructura de Gaza destruida y millones de personas al borde de la inanición, el grupo islamista no tenía margen para prolongar el enfrentamiento. Sin embargo, sigue presentándose como vencedor moral por haber forzado a Israel a negociar.

Gaza, una tierra exhausta
Mientras las diplomacias celebran, sobre el terreno se impone una realidad brutal: más de dos millones de personas viven sin agua potable, sin electricidad estable y sin acceso a medicamentos esenciales. La catástrofe humanitaria ha alcanzado niveles sin precedentes, y la reconstrucción —si alguna vez llega— requerirá un compromiso internacional sostenido que hasta ahora ha sido esquivo.
Francia, con el respaldo de España, Naciones Unidas y varios países árabes, ha convocado una cumbre en París para coordinar la asistencia humanitaria y exigir la apertura inmediata de los pasos fronterizos. El jefe humanitario de la ONU, Tom Fletcher, aseguró que los equipos están “plenamente movilizados” para enviar camiones con alimentos y medicinas a “gran escala”, aunque insistió en que aún falta lo esencial: un acceso seguro y garantías de no agresión por parte del ejército israelí.
El futuro de Gaza depende de que esta tregua no se limite a un simple respiro logístico. Si las restricciones persisten, si los bloqueos continúan y si la ayuda se utiliza como herramienta de presión política, el alto el fuego se convertirá en una pausa antes del próximo estallido.
Política y geopolítica, el tablero en movimiento
El contexto político detrás de esta tregua no es menor. Donald Trump, en plena campaña electoral, busca presentarse como un negociador eficaz ante el electorado estadounidense y ante una comunidad internacional que lo observa con recelo. Su mediación, sin embargo, responde más a cálculos geopolíticos que a convicciones humanitarias: reducir la tensión en Oriente Medio le permite proyectar una imagen de liderazgo global, especialmente frente a la administración Biden, criticada por su ambigüedad en el conflicto.
Netanyahu, por su parte, llega a este punto debilitado y dividido internamente. El costo político de la guerra ha erosionado su popularidad, y la presión internacional por los crímenes de guerra cometidos por su ejército crece cada semana. Su aceptación del plan de Trump no obedece a una voluntad de paz, sino a la necesidad de ganar tiempo ante una crisis política y judicial que amenaza su permanencia en el poder.
Del otro lado, Hamás intenta recomponerse como fuerza política en un contexto de desastre. Su control sobre la Franja sigue firme, pero su legitimidad está en entredicho, incluso entre los propios palestinos, que padecen las consecuencias de su estrategia militar y del bloqueo israelí.
El papel de Europa y la oportunidad perdida
La guerra de Gaza ha evidenciado la incapacidad de Europa para actuar con autonomía política en los grandes conflictos internacionales. Su reacción, tardía y fragmentada, permitió que la devastación avanzara sin freno. Ahora, con el alto el fuego en marcha, el continente tiene la oportunidad de desempeñar un papel distinto: garantizar el respeto a los derechos de los palestinos, exigir responsabilidades por los crímenes cometidos y apoyar una reconstrucción sostenible bajo supervisión internacional.
Pero para que eso ocurra, Europa deberá superar su miedo a contradecir a Washington y a Tel Aviv, y asumir que la estabilidad en Oriente Medio no puede construirse sobre los escombros de Gaza ni sobre la humillación de un pueblo. La paz no se decreta: se construye con justicia, memoria y compromiso político.
Un respiro que no es aún esperanza
El alto el fuego en Gaza no es la paz. Es, en el mejor de los casos, un paréntesis en una guerra que ha durado demasiado y que ha dejado cicatrices imposibles de borrar. La comunidad internacional celebra un alivio, pero los palestinos siguen viviendo entre ruinas, con la misma incertidumbre de siempre y la convicción de que su destino se decide lejos de sus manos.
Solo si la tregua se transforma en una agenda de derechos, reconstrucción y rendición de cuentas, podrá hablarse de un nuevo comienzo. De lo contrario, Gaza seguirá siendo el espejo más cruel de la indiferencia del mundo.