11 de octubre de 2025

Trump reaviva la tensión comercial con China con aranceles del 130%

11 de octubre de 2025
11 de octubre de 2025
Crédito: Instagram Donald Trump

Por: Redacción internacional EJE 21 

La decisión marca un nuevo capítulo en la pugna estratégica entre las dos potencias y amenaza con desestabilizar los mercados globales

Nueva York, 11 de octubre 2025. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, que muchos creían superada, ha vuelto a encenderse con una intensidad inédita. El presidente estadounidense, Donald Trump, anunció un incremento de los aranceles a los productos chinos hasta el 130%, en represalia por la decisión de Pekín de reforzar los controles sobre las exportaciones de tierras raras, materiales indispensables para la industria tecnológica, la inteligencia artificial y la defensa. La medida, calificada por el propio Trump como una respuesta a un “acto hostil y siniestro” del gobierno chino, supone una escalada económica con profundas implicaciones políticas.

El anuncio llega acompañado de la suspensión de la reunión prevista entre Trump y su homólogo chino, Xi Jinping, durante la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), programada para finales de mes en Corea del Sur. “No tiene sentido reunirse en este momento”, escribió Trump en su red social, Truth Social, horas después de lanzar una serie de mensajes donde acusó a China de “volverse cada vez más agresiva y desleal”.

La noticia provocó un sismo inmediato en los mercados financieros. El S&P 500 cayó un 2,7%, el Nasdaq retrocedió un 2,74% y el dólar se fortaleció frente al euro, mientras los inversores asimilaban el retorno de la incertidumbre comercial global. La sombra de una nueva guerra arancelaria, con efectos en las cadenas de suministro y en los costos de producción, volvió a asomar sobre una economía internacional aún frágil tras años de tensiones geopolíticas.

La batalla por los minerales estratégicos

El detonante de esta crisis es la decisión de China de restringir las exportaciones de tierras raras y maquinaria para su procesamiento. Este grupo de 17 elementos químicos es fundamental para la fabricación de microchips, teléfonos móviles, vehículos eléctricos, turbinas eólicas y sistemas de armamento avanzado. Con alrededor del 70% de la producción mundial concentrada en su territorio, Pekín controla una herramienta de enorme poder geoeconómico.

Al reforzar los controles sobre estos materiales, el gobierno chino envía una señal clara: su dominio sobre los recursos críticos puede convertirse en un arma diplomática. Aunque el Ministerio de Comercio chino afirmó que las medidas “no van dirigidas contra ningún país”, el mensaje implícito apunta directamente a Washington y sus intentos por contener la expansión tecnológica del gigante asiático.

Para Trump, la maniobra china representa una provocación en toda regla. “Es imposible creer que hayan tomado una decisión tan hostil”, escribió. “Estados Unidos no permitirá que China mantenga al mundo cautivo”. El mandatario estadounidense no solo anunció el aumento de aranceles, sino también la imposición de nuevos controles de exportación sobre software sensible a partir del 1 de noviembre.

Crédito: Donald Trump – Instagram – Potus

 Nacionalismo económico y campaña electoral

Más allá del impacto comercial, la medida tiene un evidente trasfondo político. Trump busca reforzar su imagen de líder fuerte frente a Pekín en un contexto interno marcado por la polarización y la carrera electoral. Su discurso, que combina nacionalismo económico y retórica confrontativa, resuena con una base electoral que ve en China el principal competidor estratégico y la causa de la pérdida de empleos industriales en Estados Unidos.

El anuncio llega justo después de que Trump cosechara reconocimiento internacional por su papel en la mediación para poner fin a la guerra de Gaza. Con el escenario geopolítico dominado por la rivalidad entre potencias, el presidente parece decidido a utilizar la política comercial como extensión de su diplomacia. Recurre, una vez más, a la fórmula que lo catapultó a la Casa Blanca en 2016: el enfrentamiento directo con China como símbolo de defensa del interés nacional.

Pero el contexto global de 2025 es distinto. La economía estadounidense depende cada vez más de los suministros tecnológicos que, directa o indirectamente, pasan por la órbita de China. Escalar la confrontación comercial podría tener consecuencias imprevisibles no solo para ambas potencias, sino también para Europa y América Latina, que verían alteradas sus cadenas de valor.

Un tablero global en tensión

Las tierras raras han pasado de ser un asunto técnico a convertirse en un instrumento de poder. Su control define la competitividad en sectores como la inteligencia artificial, la automatización industrial o la defensa avanzada. Pekín lo sabe y lo utiliza como carta de negociación. Washington, por su parte, ha intentado diversificar sus fuentes de abastecimiento mediante alianzas con países como Australia, Canadá o Brasil, pero los esfuerzos aún son insuficientes.

El endurecimiento de la política china puede interpretarse también como una respuesta a la estrategia de contención estadounidense, que ha buscado limitar el acceso de Pekín a tecnologías de punta, especialmente en el ámbito de los semiconductores. En este juego de presiones cruzadas, cada movimiento se traduce en un gesto de poder, una demostración de soberanía económica y una advertencia al rival.

Analistas políticos advierten que la decisión de Trump podría desencadenar una nueva fase de inestabilidad comercial global. “Estamos entrando en un escenario de desglobalización selectiva”, señala un experto en comercio internacional. “Las dos mayores economías del planeta están usando las interdependencias como armas de presión, lo que puede fracturar aún más el sistema económico internacional”.

Entre la política exterior  y la confrontación

La suspensión de la reunión con Xi Jinping simboliza el deterioro del diálogo entre Washington y Pekín. La cumbre de Corea del Sur era vista como una oportunidad para renovar la tregua arancelaria vigente desde abril. En su lugar, ambas potencias parecen encaminadas hacia un ciclo de represalias mutuas que amenaza con arrastrar al resto del mundo.

Trump, fiel a su estilo, ha advertido que Estados Unidos posee “posiciones de monopolio más poderosas que las de China” y que está dispuesto a utilizarlas. Una frase que muchos interpretan como una advertencia de posibles sanciones adicionales o restricciones al acceso de empresas chinas a tecnologías estadounidenses.

Mientras tanto, la Casa Blanca intenta contener los efectos colaterales del anuncio. Asesores económicos del presidente admiten que el aumento de aranceles podría elevar los precios de los productos electrónicos y de consumo en Estados Unidos, lo que supondría un riesgo inflacionario justo cuando la Reserva Federal busca estabilizar los mercados.

Una guerra que redefine el poder global

La confrontación entre Estados Unidos y China ya no se libra solo en los terrenos tradicionales de la diplomacia o el comercio. Es una lucha por la hegemonía tecnológica, la soberanía sobre los recursos estratégicos y la influencia política global. Las tierras raras, invisibles para el ciudadano común, se han convertido en el epicentro simbólico de esa batalla.

Con su decisión, Trump apuesta por una estrategia de presión total, confiando en que la fortaleza económica de Estados Unidos podrá resistir el impacto. Pero la historia reciente demuestra que las guerras comerciales raramente tienen ganadores claros. El riesgo es que el pulso entre las dos potencias acabe fragmentando aún más la economía mundial y consolidando un nuevo orden internacional marcado por la rivalidad, la desconfianza y el proteccionismo.

La negociación internacional del arancel ha vuelto. Y, una vez más, el mundo observa cómo Washington y Pekín mueven las piezas de un tablero en el que todos, tarde o temprano, tendrán algo que perder.