EDITORIAL La ONU, entre el veto y la impotencia
La ONU llega a sus 80 años con más tinieblas que luces. Lo que debía ser la mayor esperanza de paz para la humanidad, hoy parece un escenario de intervenciónes solemnes mientras afuera siguen cayendo bombas en Gaza, Ucrania y Sudán. En Nueva York se habla de derechos humanos, pero en las calles del mundo se cuentan cadáveres. Difícil celebrar cuando el contraste es tan brutal.
El corazón del problema está en el Consejo de Seguridad, esa sala cerrada donde cinco potencias deciden con un simple “veto” el destino de millones de personas. Rusia protege su guerra en Ucrania, Estados Unidos blinda a Israel, China cuida sus intereses estratégicos. El resultado es siempre el mismo: parálisis. Lo que nació en 1945 como un mecanismo de equilibrio mundial hoy es un monumento a la impotencia.
En la Asamblea General se volverá a hablar del Estado palestino, de la catástrofe humanitaria en Sudán, de las agresiones rusas y de la urgencia climática. Se harán minutos de silencio, se escucharán aplausos y promesas. Pero nadie ignora que, una vez terminado el desfile de líderes, las bombas seguirán explotando. El multilateralismo suena bien en los discursos, pero ya casi nadie cree en él.
El aniversario también exhibe la doble moral de los grandes. Washington presume ser garante de la paz, pero niega visas a representantes palestinos y financia a Israel. Moscú acusa a Occidente de hipocresía mientras arrasa con Ucrania. Pekín pide respeto al derecho internacional, aunque persigue y silencia a su propia gente. En medio de esta danza de intereses, la ONU apenas funge como notario de la decadencia.
Habrá también espacio para conmemoraciones: los 30 años de la Conferencia de Beijing sobre los derechos de las mujeres, llamados urgentes de países insulares frente al cambio climático, y charlas esperanzadoras sobre cooperación. Nobleza en los papeles, pero irrelevancia en los hechos. La organización acumula buenas intenciones y promesas incumplidas como un viejo archivo polvoriento.
La gran pregunta es si la ONU puede reformarse o si está condenada a la irrelevancia. El Sur Global exige más representación, voces académicas reclaman limitar el veto y algunos bloques como los BRICS+ empiezan a levantar la mano como alternativa. Pero, ¿renunciarán las potencias a sus privilegios históricos? Todo indica que no. Y sin esa renuncia, el sistema seguirá atado de manos.
Ochenta años después de su creación, la ONU está más cerca de un club de palabras que de un garante de la paz mundial. Entre aplausos y sermones, los muertos siguen contando la verdad que nadie quiere decir en Nueva York: la ONU nació para evitar guerras, pero hoy se ha convertido en su espectador más caro.
XG