30 de septiembre de 2025

EDITORIAL Gobierno irresponsable

Por La Redactora
30 de septiembre de 2025
Por La Redactora
30 de septiembre de 2025

 

Estados Unidos le retiró la visa al presidente Gustavo Petro y con ello dejó en evidencia el grado de deterioro de la relación bilateral. Un gesto administrativo se transformó en un mensaje político inequívoco: la Casa Blanca ya no ve en Petro a un aliado confiable, sino a un líder incómodo, impredecible y dispuesto a tensar hasta el límite los vínculos con su socio histórico.

La respuesta del Gobierno, lejos de calmar el incendio, lo avivó con gasolina. Ministros, superintendentes y hasta la canciller compitieron por quién renunciaba primero a su visa, como si estuviéramos en un concurso de lealtad ideológica. Lo llaman “acto de dignidad”, pero parece más bien una tragicomedia diplomática: funcionarios celebrando en redes sociales la pérdida de un documento que, en la práctica, refleja el aislamiento del país. ¿Soberanía? No. Es simple improvisación vestida de heroísmo.

Lo que debería preocupar a cualquier jefe de Estado no es si puede o no viajar a Miami, sino qué significa que su principal aliado político y comercial le cierre la puerta. Colombia depende de Estados Unidos en cooperación antidrogas, inversión extranjera y acceso a mercados. Pero en lugar de proteger esos intereses, Petro prefirió usar la tribuna de Naciones Unidas para insultar a Donald Trump, arremeter contra Israel y recomendar a soldados estadounidenses desobedecer órdenes. Una cosa es defender principios; otra, confundir la diplomacia con la militancia callejera.

Que el presidente de Colombia se presente ante el mundo como “el presidente descertificado” ya suena más a consigna de campaña que a discurso de Estado. Y lo peor es que arrastra a todo su gabinete a esa lógica de conflicto. Cada renuncia voluntaria a la visa se vende como “gesto de resistencia”, pero en realidad es un aplauso desesperado a la imprudencia de un mandatario que cree que su pelea personal con Trump y Netanyahu define la política exterior de un país de 50 millones de habitantes.

El resultado es tan evidente como preocupante: Colombia se queda sin interlocución en Washington justo cuando más la necesita. El comercio, la cooperación militar y la inversión extranjera directa no se sostienen con frases pretensiosas en X ni con gestos teatrales frente a las cámaras. La política internacional se construye con prudencia, discreción y negociación. Tres cualidades que brillan por su ausencia en este gobierno.

El colmo de la torpeza fue la justificación del ministro de Minas: “Gaza bien vale una visa”. Una frase que suena bien en una pancarta de protesta, pero que en boca de un alto funcionario solo confirma el extravío del Ejecutivo. ¿Desde cuándo se gobierna un país con slogans importados de X? ¿Acaso Colombia puede darse el lujo de dinamitar relaciones con Washington mientras la economía languidece y la inseguridad crece?

El Gobierno insiste en que se trata de una injusticia política, pero ese relato solo convence a quienes ya creen en él. La verdad incómoda es que Petro confundió el liderazgo internacional con la provocación permanente, y esa estrategia terminó explotándole en la cara. No es la Casa Blanca la que está aislada: es Colombia, dirigida por un presidente que convirtió un altercado en bandera y que ahora paga las consecuencias de su propio exceso.

Y mientras en Palacio celebran “actos de dignidad”, el país asiste a la pérdida de credibilidad en los escenarios globales. Colombia, que solía ser ejemplo de estabilidad y socio privilegiado en la región, ahora aparece en los titulares como el país de un presidente sin visa. Triste símbolo de lo que significa una política exterior improvisada, personalista y atrapada en la pedantería del conflicto. Un presidente que quiso jugar de revolucionario, y terminó con las puertas cerradas.