Obituario Adiela Salazar Patiño
Todo ser que se nos muere, es un ser especial, también lo es todo ser que vive, para los suyos. Pero Adíela Salazar Patiño lo fue de una manera muy personal y poco común. Lectora desde la infancia, por permanente curiosidad y goce, viajera cada vez que lo pudo, recorrió, repasó y conoció en vivo, los sitios de los que sabía por la geografía y la historia, los que encontró su sensibilidad asombrada y los que recordó de viejos libros leídos otrora.
Una memoria prodigiosa de nombres, hechos y fechas. De la familia, de los vecinos de la niñez, de la juventud o de cualquier pasado que aflorara. También del mundo de lo ocurrido y del lenguaje, llenaba crucigramas, con solo pensarlo o deducirlo, sin consultas técnicas ni trampas. Informada por el solo interés de serlo, vio siempre libros, periódicos y revistas en su casa, y como lo hizo antes su padre, se suscribió en cuanto pudo a La Patria, a El Espectador, y a varias publicaciones. Tuvo recortadas desde que salieron, las crónicas del marinero Velasco, cantidad de poesías cuyos versos afloraban oportunos en la conversación circunstancial, los Minutos de Mauricio, con muchos más textos literarios y glosas de gramática, en un abanicado álbum de pasta verde, que debió perderse en alguna imprevista imposición de la modernidad.
Trabajó infatigable desde muy joven, con dedicación y orden, durante casi medio siglo por su sustentación y la de su familia. La mecanografía, la caligrafía, la contabilidad, una letra hermosa y su pasión por el castellano y la ortografía, dieron cuenta de su eficiencia en el Almacén Departamental, por lustros en Casa Restrepo, en la Caja de Compensación. Pero volvió a empezar y con renovado impulso, estudió como nunca para ser instructora del Sena, que fue su tarea definitiva. Jamás tuvo la más mínima pretensión intelectual, sino que los saberes se le adherían por alguna emoción muy suya.
Fue tanta su modestia, que el no aparecer se hizo connatural a su conducta, solo ser como era, y se habría opuesto a una nota como esta, en que se hablara de ella. Que nos la perdone. Su parca actividad social la redujo a su familia y a sus compañeros de labor o de viajes, no por fiestas tradicionales, sino por reuniones en las que supo importante su presencia, la que ofreció presta y espontánea para acompañar, ayudar y apoyar a los más cercanos a su corazón en los momentos decisivos y urgentes, que nadie grato olvida. A la vez fue anfitriona espléndida con los próximos a su amistad y cariño, que disfrutaron de su sápida conversación.
Volcó toda su afectividad en los sobrinos y en los niños que le fueron próximos por alguna razón, a los que daba gran importancia y favorecía con algún detalle adecuado. Generosa con las amigas de todas las horas, ya que no le fue posible pasar inadvertida entre los que la trataron, fueran compañeros de trabajo o discípulos, o que tuvieron que ver con Adiela Salazar Patiño. Los que a raíz de su deceso, manifestaron sus expresiones de pesar y solidaridad, a sus hermanos Franz Gutschi, Alicia de Gutschi, Gloria de Alzate y Hernando Salazar Patiño, a sus sobrinos y demás familiares.