18 de abril de 2024

Invictus Cinco años sin Mandela: cuando un poema cambia una vida

Por Guillermo Romero Salamanca
5 de diciembre de 2018
Por Guillermo Romero Salamanca
5 de diciembre de 2018
Crédito: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina

Un poema le cambió la vida de Nelson Rolihlahla Mandela, a Suráfrica y al continente africano.

Un día en su prisión leyó “Invictus” de William Ernest Henley y Mandela quedó impresionado con la vida de este poeta británico que vivió entre el 23 de agosto de 1849 y el 11 de julio de 1902, había sufrido de tuberculosis en su infancia, le amputaron una pierna y fue amigo de también escritor Roberto Louis Stevenson, el del La Isla del Tesoro.

Invictus se convirtió en un himno, en su oración y su razón de ser. Incluso se la leía a los demás presos, leyó parte de él cuando obtuvo la libertad, después cuando recibió el Premio Nobel y cuando asumió la presidencia de su país.

Rolihlahla –como era su nombre, pero en la escuela se lo cambiaron por Nelson– también lo llamaban como Madiba, en homenaje a su tribu natal. En 1943 fundó la Liga Juvenil con la cual organizó protestas contra el “apartheid” y un año más tarde fue capturado y condenado a cadena perpetua. Se convirtió en el preso más famoso del mundo y 27 años después recobró su libertad, después de pasar la más dura condena. Sólo se le permitía una visita y una carta cada seis meses, por ejemplo, pero a pesar de su aislamiento, sus seguidores seguían en pie de lucha y esperaban su libertad. Soportaron toda clase de represiones y cantaban el poema que recitaba cada día Mandela en su prisión.

Si había tristeza, él sacaba su poema del bolsillo y comenzaba a recitarlo, si era golpeado se encerraba en su cuarto y lo leía una y otra vez. Con ese escrito hizo muchos ratos de oración, se inspiró y creó un movimiento con el cual le cambio la vida da miles de personas en continente africano y el mundo le prestó atención cuando lo recitaba.

Convenció a sus seguidores de la posibilidad de obtener la paz, apaciguó los ánimos de sus adversarios y les dio la credibilidad para construir una nación por medio del deporte. Cuando se reunió con el capital del equipo de Ruby le entregó el poema y le pidió que hiciera todo lo posible por ganar ese campeonato entonando ese himno. Así lo hicieron los deportistas y ganaron. El pueblo sudafricano con blancos y negros se abrazaron, lloraron y se perdonaron.

Mandela acogía a sus enemigos, hablaba con ellos, les planteaba sus pensamientos y sacaban conclusiones en común. Era detallista. Muchas veces salía de su casa para darles refrigerio a sus escoltas. Era amigo de sus amigos.

Fue dueño de una inmensa paciencia, soportó con heroísmo el encierro y se convirtió en un líder de todas las razas. Era un gran negociador y dominaba las leyes de la conversación.

Era un sabio para perdonar y no tuvo un solo reproche contra quienes lo acusaron y juzgaron sin más razones que buscar la libertad de su pueblo. Cuando lo eligieron presidente, ese mismo día puso la fecha de su despedida. No quiso saborearse con el poder.

Aprendió de sus errores, sobre todo en su vida personal. No sabía hablar y sus primeros discursos eran considerados como un verdadero “fiasco”. Fue un gran visionario y comprendió que el deporte uniría a la nación.

Fue tal su magia personal que a la mismísima reina de Inglaterra la llamaba simplemente como Elizabeth y ella no lo criticaba ni si siquiera su séquito de protocolo le hacía un reclamo.

Después de seis meses hospitalizado por un padecimiento respiratorio, falleció en la tarde del 5 de diciembre del 2013 y de inmediato el mundo puso una cinta negra en sus pechos y en sus mentes.

Los líderes del mundo se unieron a los sentimientos de pesar de quienes buscan un mundo mejor. “Es difícil elogiar a un hombre, sus alegrías y tristezas privadas; los momentos de tranquilidad y cualidades únicas que iluminan el alma de alguien. Es mucho más difícil hacerlo para un gigante de la historia, que llevó a una nación hacia la justicia, y en el proceso llevó a miles de millones alrededor del mundo”, dijo el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Ese día también todos recordaron el poema de William Ernest Henley que inspiró a Mandela:

En la noche que me envuelve,

negra, como un pozo insondable,

doy gracias al Dios que fuere

por mi alma inconquistable.

En las garras de las circunstancias

no he gemido, ni llorado.

Bajo los golpes del destino

mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos

acecha la oscuridad con su horror.

Y sin embargo la amenaza de los años me halla,

y me hallará sin temor.

Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino

ni cuantos castigos lleve a mi espalda:

soy el amo de mi destino,

soy el capitán de mi alma.