El deber
Hernando Arango Monedero
Ofendido; Sí, ofendido hasta la médula. Así me sentí ante las palabras de la nueva presidente de la Corte Suprema de Justicia, la señora Cabello Blanco. Y no podía ser de otra manera, cuando anunciando al país la elección de los 7 Magistrados que a esa Corte la faltaban para integrar la Sala Plena, manifestó que la Corte ha cumplido con su deber.
Vaya “deber” el que ha cumplido la Corte con esta designación, luego de que por más de un año se ha venido postergando la designación de uno, luego de otro y otro, hasta que ahora, finalmente y ante el desprestigio total, pueden designar a 7 Magistrados. Sí, 7 Magistrados, porque, de no hacerlo, la parálisis de la Corte era inminente ya que con los Magistrados que le quedaban le era imposible integrarla nuevamente.
Y llama a eso deber con desfachatez increíble. Vaya forma de calificar lo que por todo este tiempo ha distinguido a un ente que debe dar ejemplo de trabajo, dedicación y cumplimiento de sus obligaciones. Vaya forma de llamar a la politiquería de baja estofa que vienen practicando quienes no han sabido honrar sus nombres, ni la dignidad a la que han sido elevados en mala hora. Vaya bofetada la que le dan a todo un país que espera en ellos encontrar justicia, como dar a cada cual lo suyo, y por tanto tiempo se la han negado.
Es una lástima que en nuestro país nos hayamos acostumbrado a aceptar que se haga desde los altos cargos de representación y mando lo que les viene en gana a quienes a tales dignidades son elevados. Lástima es que nos detengamos con mayor enjundia en la tendencia sexual de un funcionario que en lo que concierne a sus obligaciones y a la posición desde la cual tienen que irradiar en el cumplimiento de sus deberes, ejemplo y majestad. Tal parece que la corrupción explayada ha llegado también a la conciencia de quienes tienen por obligación ser conciencia de la sociedad y mantener en alto los criterios que deben exigirse de los funcionarios en todos los órdenes. Por eso, por la corrupción rampante, las otras formas de corrupción, como la que se ha demostrado imperar en la Corte Suprema de Justicia, vamos como vamos. Porque corrupción también es faltar a los deberes. Corrupción también es negociar los particulares intereses de quienes la integran, sólo por el prurito de sus vanidades o como quiera llamársele a las razones que no les permitieron hacer las designaciones debidas en el tiempo en el que debieron hacerse.
Y, con el ejemplo de arriba, ya vemos de que manera se administra justicia de allí para abajo. Y cómo exigir de estos una conducta recta cuando sus superiores andan en las que andan. Y, en esa revoltura de principios pisoteados, nada raro debe parecernos que no importe a jueces de toda índole que los casos puestos a su consideración duerman el sueño de los justos, mientras las huelgas se realizan para defender primero sus intereses olvidando los de la comunidad que espera. Si eso mismo se da en las altas cortes, entonces qué más da.
Y, adormecidas las cortes, el ejecutivo, el legislativo y la sociedad entera, que entre el diablo y disponga. Aquí todo puede hacerse sin que pase nada. Así los juicios se posponen ante la marrulla de un abogado que carece también del sentido del deber y busca, por cuanto atajo haya, la prescripción de las acciones contra quien representa. A ese se le denomina “buen” abogado. Al otro lado, se buscan “testigos” para que digan o contradigan, y todo se acepta, sin verificar la rectitud o credibilidad de quien lo afirma o niega, bastando que satisfaga lo que se busca. Así, nos dicen: Estamos cumpliendo con el “deber”: Deber que para nadie es claro, con excepción de quién sardónicamente esgrime su felonía como trofeo para reclamar un aplauso. Y lo peor: Lo recibe. Acabamos de verlo, cuando nadie, N A D I E reclamó de las palabras de la nueva presidente de la Corte Suprema, sindéresis a sus afirmaciones ya que, frente a lo que nos encontrábamos, era una incuestionable y flagrante falta a los deberes.
¡Y la sociedad entera calla!
Manizales, marzo 15 de 2016.