14 de diciembre de 2024

A propósito de la muerte de un ícono de la televisión colombiana

30 de marzo de 2013
30 de marzo de 2013

jose fernandezPor entonces ya la revista semanal VEA empezaba a convertirse en gran suceso periodístico, dirigida por José Fernández Gómez, nacido en Málaga, España, pero radicado en Colombia desde comienzos de la década del 50.
«Er Pepe», como le decía Lucas Caballero «Klim», legendario columnista de El Tiempo de Bogotá, se dedicaba a manejar una pequeña agencia suya de relaciones públicas y publicidad; y para satisfacer su pasión de informador, escribía en «Cromos» una sección de noticias variadas llamada «Qué Hubo». Fue cuando los hermanos Fernando y Gabriel Restrepo, propietarios de la publicación, le propusieron hacerse cargo de VEA, medio que acababan de comprar y que fuera fundado por empresarios chilenos que llegaron a Colombia huyendo de Augusto Pinochet  tras el derrocamiento por un golpe de estado del presidente Salvador Allende.

El plan —alguien nos lo advirtió en secreto— era que VEA desapareciera en tres meses, lapso de ley para la terminación de contratos laborales de quienes la conformábamos, y quienes de un día para otro amanecimos con nuevos patrones. Los Restrepo, con Guillermo Cortés y Fernando Gómez Agudelo, sólo planeaban aprovechar el gran negocio de la distribuidora de impresos El Dorado, que hacía parte del paquete adquirido.

Y bastaron esos tres meses para que los compradores se dieran cuenta de la mina de oro que llegó a sus manos y que muchos denominaron la hermana prostituta de «Cromos», donde ya empezaban a sonar dos estupendos reporteros, Juan Gossain y Henry Holguín. Sin embargo del recorte sólo nos salvamos dos personas: Barbarita, la chica de los tintos, y yo.
José Fernández, quien muchos años atrás fue redactor de planta del diario El  Siglo, puso en marcha en VEA un sistema simple pero efectivo: las páginas debían divertir a la gente con noticias serias, pero tratadas con lenguaje que todos pudieran entender. Decidió igualmente que ninguna parte del país estaría ausente, y deberíamos llegar hasta allí como fuera, a pie, en bus, en avión, en lancha, hasta a lomo de mula, como varias veces aconteció.

Se contrató con una agencia de Argentina las fotos de modelos muy lindas, en poses picantes (no vulgares), que siempre adornaron el cover. «Si giran la cabeza para admirar la mona (así se refería a las modelos), se encontrarán con los otros temas», decía él de los potenciales clientes. Los eventos de gran convocatoria y los crímenes de resonancia, así como los criminales famosos, eran notas obligadas.

«Sangrecita, sangrecita, necesitamos sangrecita en las páginas», exclamaba sonriente.

Alguna vez don José le ordenó a Francisco Pardo, uno de los reporteros, que cubriera la Semana Santa en un lugar costero llamado Santo Tomás, siendo lo más importante estar pendiente del momento que Jesús llorara al transportar la cruz. Francisco, siempre tan conflictivo, le preguntó qué hacer si el llanto no se producía. Y don José lo retó inmediatamente:
-Joder, pues usted lo hace llorar, pero necesitamos esa foto.

Igual cuando nos invitaban al reinado de Cartagena, la obligación era desarrollar un ángulo diferente y llamativo, por ejemplo, captar a las candidatas sin maquillaje, leerles con un experto la planta de los pies, entrevistar a sus novios… Hasta en paños menores las fotografiamos. Varias veces fuimos vetados por doña Teresa Pizarro de Angulo, dueña del evento.
Los títulos tenían que ser cortos y acompañados de un largo antetítulo. Le gustaban las citas entre comillas acompañando al texto principal. Editaba las gráficas con la precisión de un relojero y en un papel hacía un diagrama de lo que debía ser la presentación. Cuando escribía lo hacía a mano, nunca en máquina, y le pasaba las hojas a su secretaria. Revisaba los originales por lo menos tres veces antes de enviarlos a la imprenta.
Lo mejor de José Fernández era que disfrutaba como un niño cada tema y reía ante las dificultades, una virtud muy suya. Nunca lo vi enfurecido, preocupado, o deprimido. Aseguraba que eso se lo debía al budismo, filosofía que aplicaba a su vida.

Tampoco mencionaba a su familia, por ningún motivo. Sabíamos que era casado y que telefónicamente llamaba «má» a su esposa, pero hasta ahí. Nunca la llevó a reuniones sociales, ni la presentó a nadie, ni paseaba con ella. Su  vida privada la mantuvo en total secreto. Alguna vez muy especial me contó que tenía dos hijos, entre ellos una chica que estudiaba en la Universidad Javeriana y a quien le acaba de aconsejar que se comprara un caja de condones, porque él no iba a interponerse en su vida y felicidad, aunque lo único que le pedía era no encargar hijos hasta que terminara su carrera.

En otra ocasión le dio por asistir a un baile gay, pues quería experimentar ese ambiente. Un peinador que conocimos en Cartagena lo sacó a bailar y él aceptó con toda la naturalidad y tranquilidad del mundo. Jairo Valencia captó el momento… Fue la única vez que vetó una foto.

Cuando me invitaba a comer la condición era que yo pagara el vino. Normalmente íbamos a un restaurante español ubicado a una cuadra de la oficina en la calle 20 con carrera Quinta de Bogotá. Una noche estábamos allí cuando cuatro atracadores aparecieron en escena y tras golpear al dueño se llevaron los relojes y el efectivo de todos los clientes. Don José no se inmutó y permaneció con los brazos en alto igual que todos durante el tiempo que duró el atraco. Cuando los asaltantes se marcharon, exclamó:
-Menos mal que no se llevaron la botella de vino.

Unos tres años más tarde su amigo César Simmonds le propuso ser el moderador en un programa de TV llamado «El Juicio» que empezaría a emitir RTI, programadora que a la sazón era parte de la empresa a la que pertenecíamos. Ahí inició don José su rotundo éxito en un medio diferente y difícil. Por lógica se produjo su retiro de VEA, donde había renacido como periodista, y donde tuve el honor de sucederlo.

Al igual que su vida privada fue su muerte, a los 95 años de edad, sin llanto, sin funerales, sin discursos ni sermones. Tampoco quiso flores… Así era él.