Inguandia; concejo-consejo; coronel-coronela
Todos tenemos palabras o frases favoritas, de las que echamos mano con frecuencia. Gabriel García Márquez las tiene. También José Obdulio Gaviria, una de las cuales es ‘inguandia’, que emplea repetidamente en sus escritos, a veces sin propiedad, como en este ejemplo: “A los peores enemigos del uribismo se les metió la inguandia y la ilusión de que el nuevo gobierno cambiaría los sólidos postulados que le dieron su triunfo electoral” (El Tiempo, VII-22-10). En esta oración, el vocablo ‘inguandia’ puede significar cualquier cosa, tanto así que lo puso descuidadamente junto a ‘ilusión’, sabrá por qué el que todo lo sabe. En artículo anterior, que desafortunadamente no documenté, el señor Gaviria le dio a su vocablo preferido el significado de ‘treta’, muy apropiado en ese caso, porque, precisamente, el “Lexicón de colombianismos”, de Alario di Filippo, le da estos sinónimos: “treta, embuste, invención, ardid, embrollo”. Es más común entre nosotros la voz ‘enguanda’, sinónimo de ‘inguandia’ (“complicaciones, lío, embrollo”) para don Tomás Carrasquilla, y que Alario di Filippo llama ‘enguandias’, con la siguiente definición: “Cosas superfluas o inútiles, o que no vienen al caso; incongruencias. 2. Subterfugios, evasivas, salidas para sortear una situación comprometida”. En su libro, “Voces fatigadas”, Álvaro Marín Ocampo le asigna la siguiente acepción: “Enguande. Embeleco. Fruslería. Cosa de poca monta. Bagatela // Capricho”. ‘Embeleco’, para El Diccionario, es: “Embuste, engaño. // 2. Coloq. Persona o cosa fútil, molesta o enfadosa”. De vuelta a la frase de don José Obdulio, y analizadas todas estas definiciones, es prácticamente imposible darle cabida en ella a la palabra ‘inguandia’, tan del gusto de este escritor.**
‘Consejo’ y ‘concejo’ son, por su origen, voces de significados diferentes. El señor Jairo Patiño quiere saber “por qué “Concejo municipal” se escribe con ‘c’, y todas las demás asociaciones (Consejo de Estado, Consejo Superior de la Judicatura, Consejo Estudiantil, etc.) se escriben con ‘s’ ”. Pregunta parecida se hacían algunos romanos, cuando, en tiempos de Plauto, Ovidio y Catulo, veían en algún papiro la palabra ‘concilium’; y en otro, ‘consilium’. Los eruditos les explicaban que la diferencia se debía a su origen y, por éste, su significación. ‘Concilium’, les decían, se formó de la preposición ‘cum’ (con) y del verbo ‘calare’ (llamar, convocar), y significa: “Reunión, concurso; consejo, junta, asamblea; comicios, junta del pueblo, asamblea deliberante; concilio”. Y ‘consilium’, de origen incierto, como ‘consúlere’ (deliberar conjuntamente, consultar consigo mismo, reflexionar), significa: “Deliberación, consulta; consejo (de jueces, magistrados, senado, etc.); parecer, opinión; determinación, resolución, etc.”. De estas dos palabras latinas proceden, respectivamente, ‘concejo’ y ‘consejo’. La primera, según Corominas, fue tomada en el s. X por ‘ayuntamiento, municipio’ (por lo que se aplica exclusivamente a Concejo municipal), y en el s. XII, por ‘concilio’. En este mismo siglo comenzó a usarse ‘consejo’, con el sentido de ‘asamblea consultiva’. Luego, con las otras acepciones, ésta, especialmente: “Parecer o dictamen que se da o toma para hacer o no hacer algo”. Aunque las dos acepciones (de ‘concejo’ y ‘consejo’) tienen algún punto de contacto, su origen, don Jairo, es la única razón de su grafía.**
Quiere saber el mismo corresponsal si a la mujer, “jefe militar que manda un regimiento”, se le debe decir ‘coronel’ o ‘coronela’. Hasta ayer no más, nos enseñaron que el sustantivo ‘coronel’ es invariable en género, y que para designar a la mujer con dicho grado en la milicia se le dice ‘la coronel’. Pero, como lo temía, la “Nueva gramática de la lengua española”, en su liberalidad y largueza, dice: “La lengua ha acogido, pues, en ciertos medios, voces como ‘bedela, coronela, edila, fiscala, jueza, médica o plomera’, pero estas y otras voces similares han tenido desigual aceptación” (2.6a). Lo que en buen castellano quiere decir: “Escríbalo y dígalo como mejor le parezca”. Según la misma fuente, antiguamente, a las esposas de los coroneles, gobernadores y jueces se les decía, respectivamente ‘coronela’, ‘gobernadora’ y ‘jueza’. Hoy, “se han impuesto los significados en los que estos nombres se refieren a la mujer que pasa a ejercerlos” (2. 6b). Sin embargo, en el numeral siguiente (2. 6c) enseña: “Suelen ser comunes en cuanto al género los sustantivos que designan grados de la escala militar, sea cual sea su terminación: el alférez/la alférez, el cabo/la cabo; el coronel/la coronel”, etc. Y añade: “El soldado/la soldado”. Como, gramaticalmente, debe ser, y no sólo para los militares, sino también para otras profesiones. En El Tiempo leí: “Hace dos años las mujeres sacerdotes pedían ser obispas” (Pie de foto, VII-14-10); y en el mismo diario, días después, vi esto: “Obispa alemana deja el cargo por líos de abusos” (VII-17-10). “El obispo/la obispo”, según la doctrina antes expuesta. No obstante, será para la Academia de la Lengua un cometido difícil de lograr acomodar palabras que fueron creadas para profesiones exclusivas de los hombres al mundo de las mujeres, que ya hacen parte de dichas profesiones. Porque ‘obispa’, ‘soldada’ y ‘caba’ suenan terriblemente mal. Queda, sin embargo, la opción del artículo determinado femenino ‘la’. Como hasta hoy: “La obispo alemana deja el cargo…”.