Todo está en el clóset
Otro voquible que tuvo sus quince en el diccionario fue “armario”. Pero entró clóset pisando duro y se entronizó como sinónimo de espacio o mueble empotrado en la pared, ese territorio libre donde coleccionamos nuestras precarias vanidades.
Toda cita donde el siquiatra debería ir precedida, o seguida, de una inspección ocultar al clóset. Sin duda, el profesional que nos monitorea por dentro, encontrará allí lo que no halló en los recovecos del alma de su paciente, hurgando en los pliegues de nuestros sueños, niñez, infancia, adolescencia.
Dentro de dos o tres mil años, paleontólogos, antropólogosy demás “ólogos”, encontrarán en el clóset la explicación de cómo era el hombre en su soledad con Blackberry e Internet.
Sorprende constatar que mientras colectivos gay salen del clóset, otros ingresan en él. En Tokio, un súbdito del emperador descubrió que una mujer que no era la suya vivió varios meses en su intimidad, es decir, en lo más profundo de su armario. ¿Dónde, si no en el clóset, se esconden los maridos infieles, reales o ficticios?
No en vano el primer lugar que visitamos todas las mañanas es el clóset. Sucede cuando tenemos que resolver la primera gran incógnita del día: qué traje luciremos para
la jornada. (Aunque, en realidad, el primer objeto que frecuentamos es el espejo que nos dirá, sin piedad, si amanecimos de recoger con cuchara, estética yanímicamente).
Los hay que ordenan su escaparate por colores. La humanidad, para no repetirse, produce de pronto especímenes que adiestran lagartijas para que mantengan limpia la ropa, como un cuarto de hospital. Solo falta la monótona música de una emisora de FM.
Los hay que ponen alcanfor en sitios claves, también por razones de asepsia. Es un detalle de coquetería con el lugar que guarda sus vergüenzas.
Los clósets de muchas divas exhiben zapatos jubilados después de los excesos de una sola fiesta. De pronto, el periódico informa sobre la excentricidad de alguna activista del Jet Set que regaló todo su clóset, con fines benéficos. La nada apetitosa Paris Hilton lo hace, no tanto por solidaridad, sino porque sus trajes tienen una pinche semana de antigüedad.
En los armarios encontraremos ropa íntima femenina – o masculina- toreada en una sola noche. En los de nuestras presentadoras de televisión bostezan vestidos que jamás repitieron noticiero.
Las hay que cambian el tendido de ropa porque les cayó mal el sushi, perdieron el avión o las ignoró un colibrí.
Sin gastarnos una mínima parte del cerebro, podríamos concluir: nuestro ser o no ser está reflejado en el clóset.