30 de noviembre de 2023

Direccionar, prefijos, solo-sólo, pleonasmo

28 de julio de 2009
28 de julio de 2009

Horroroso, este vocablo ‘direccionar’. No soy yo quien lo dice. Lo dice María Isabel Rueda, columnista que fue de la revista ‘Semana’; hoy, de El Tiempo: “Pero dicen que “direccionado” (nuevo y horroroso término) por el ministro de Transporte, Gallego” (VII-12-09). Y el redactor de “Supimos que”, del periódico de Caldas, encontró la palabra que expresa la acción y el efecto de dicho verbo: ‘direccionamiento’. Esto escribió: “Dentro del nuevo direccionamiento estratégico de la Fundación Universidad Empresa Estado…” (VII-12-09). La formación de palabras nuevas, necesaria siempre en cualquier idioma, se justifica sólo cuando no existe la que expresa la idea correspondiente. En castellano, son muchos los vocablos que expresan la idea de ‘enderezar, guiar, encaminar, aconsejar, orientar’, etc., sin necesidad de echar mano del espurio ‘direccionar’. Son ellos ‘encauzar, conducir, orientar, abanderar, encabezar, educar, canalizar, enfocar’, y muchos más, según el contexto de la oración en que se emplean. Y cada uno de ellos, por descontado, tiene el sustantivo pertinente, así: ‘encauzamiento, conducción, orientación, abanderamiento, encabezamiento, educación, canalización y enfoque’. ¿Para qué, entonces, ‘direccionamiento’? Horroroso, este vocablo ‘direccionamiento’.
Hay gazapos simples y los hay de dos yemas, como éste de Rudolf Hommes: “…o se ha dado cuenta (el señor Presidente) de la seria situación fiscal y financiera en la que se encuentra su gobierno y está comenzando a reconocer, a su manera, que parte del problema es auto infringido y que requiere ajustes de política” (VII-6-09). De dos yemas, digo, porque no es ‘auto infringido’ sino ‘autoinfligido’. El prefijo ‘auto’, señor, como tal, tiene que ir pegado a la palabra a la que se antepone. Y son muy distintos los significados de los verbos ‘infligir’ e ‘infringir’. Cualquier léxico castellano lo saca de ese desconocimiento. Los prefijos tampoco se separan con guiones, como lo hizo el redactor de ‘Mundo’: “No informar al Congreso sobre un programa anti-terrorista” (LA PATRIA, VII-13-09). “Antiterrorista”, señor. La interesantísima, muy agradable y, ya ve, bien escrita columna sabatina de Carolina Martínez Bretón me inspiró la creación de un refrán que comienza, como muchos de su clase con las palabras “no es lo mismo”, perfecto para demostrar la sensatez de la norma que rige los prefijos: “No es lo mismo ‘una autoayuda’ que ‘un auto ayuda’ ”. ¡Más gráfico, imposible!
Si yo escribo “el domingo pasado estuve solo en cine”, quiero decir que nadie me acompañó; pero si lo hago de la siguiente manera: “el domingo pasado estuve sólo en cine”, aseguro que no fui a ninguna otra parte. Es éste uno de esos casos en los que la Academia de la Lengua pide que se le ponga tilde al adverbio ‘sólo’ (solamente) para, dice ella, evitar confusión. Confusión que tuve cuando leí lo que escribió Daniel Samper Pizano: “La manifiesta incapacidad de las autoridades para impedir que (el ya famoso hipopótamo) escapara solo es igual a su ineficiencia para capturarlo y buscarle un hogar” (El Tiempo, VII-12-09). Según mi criterio, debió ponerle tilde a ‘sólo’, porque en esa oración es adverbio, así: “La incapacidad de las autoridades para impedir que escapara sólo es igual a…”. Entonces, si un periodista del kilometraje del citado tomó la decisión equivocada de no tildar el adverbio, o, acaso, de no poner una coma después de ‘escapara’, ¿quién diablos puede determinar si hay o no confusión? Por esto, desde siempre he sostenido que, para diferenciar el adjetivo ‘solo’ del adverbio ‘sólo’, este último debe llevar siempre la tilde. No ‘sólo’ por uniformidad, sino también para facilitarle al lector la comprensión de lo que lee, y para darle buena presentación a la escritura, puesto que las tildes, como todos los signos ortográficos, son parte esencial de ella. Además, mientras analizamos y decidimos si en determinado caso hay o no confusión, nos deja la buseta. O perdemos el año.
Sergio Muñoz Bata, periodista de un ‘currículum vitae’ envidiable, columnista de docena y media de periódicos, escribió para El Tiempo: “Y aunque la sabiduría política convencional aconseja siempre concentrarse en las prioridades principales de la agenda…” (VII-15-09). ‘Prioridad principal’ es una locución pleonástica, puesto que los términos que la componen se excluyen semánticamente, no importa que la ‘precedencia’ de la primera sobre otras personas o cosas sea de tiempo; y la de la segunda, de importancia o estimación. Porque, precisamente, el mayor o menor grado de estas cualidades les confiere a los asuntos que hay que tratar o a los problemas que hay que resolver aquella prioridad. Por ejemplo, “de los proyectos principales que un gobierno debe ejecutar, la prioridad le corresponde al que tiene que ver con la libertad de todos y cada uno de los habitantes del respectivo país”.