El Mirador II
Desde entonces sale a recorrer las calles, observando aquí y allá, como queriéndole encontrar el alma a las cosas que admira. Era algo que hacía con frecuencia en Macondo, sobre todo cuando salía de la pieza del clavicordio después del cotidiano encierro para estudiar los manuscritos. Aquí les va a contar qué cosas ha encontrado en esta Manizales que ha convertido en su segundo Macondo.
MANIZALES DE ANTAÑO
Una novela leída durante el transcurso de la semana anterior le ha traído a Melquíades el recuerdo de los tiempos idos en esta Manizales que lleva cosida al alma. Se trata de “Abajo, en la 31”, de Adalberto Agudelo Duque, ganadora del premio Aniversario Ciudad de Pereira en el 2007. Para este anciano que hace mucho tiempo dejó de reír porque el escorbuto le ha arrancado los dientes, es placentero tener en sus manos una novela corta que habla de esos tiempos en que Manizales era un pueblo grande donde todavía se escuchaba el sonido de las campanas de la Catedral convocando a misa. Agudelo Duque narra, en una prosa de elevada calidad literaria, sucesos de una ciudad que hace varios años despegó hacia el desarrollo urbanístico.
LOS JUEGOS DE ENTONCES
La lectura de “Abajo, en la 31” ha invadido de nostalgia el alma de Melquíades. ¿Saben por qué? Porque muchos de los hechos que el escritor Adalberto Agudelo Duque narra en su libro son ya historias del pasado. Leyéndolo, Melquíades no pudo ocultar su tristeza por una serie de cosas que, en Manizales, fueron y ya no son. Por ejemplo los tiempos aquellos en que los muchachos jugaban, en las esquinas, con canicas, o a las escondidas, o a policías y ladrones, o cuclí cuclí, o a la lleva, o lanzando por el borde de los andenes tapas de gaseosa rellenas con cáscara de naranja. La tecnología acabó con estos pasatiempos de la infancia. Hoy los muchachos se entretienen con el Xbox, o chateando por Internet, o viendo películas en el DVD, o escuchando música en el Ipod.
PERSONAJES DE ENTONCES
Melquíades siempre ha creído que la literatura esta llamada a rescatar las costumbres de los pueblos, a darles permanencia en el tiempo a esos personajes que identifican a una ciudad, a rescatar historias que todavía son un referente en la imaginación popular. ¿Qué sería de Aracataca si Gabriel García Márquez no hubiera rescatado la tradición oral para convertirla en poesía en las páginas de “Cien años de soledad”? Simplemente no existiría como referente literario. A Manizales, afortunadamente, sus escritores la han tomado como motivo de inspiración para contar historias. Eso es lo que han hecho autores como Eduardo García Aguilar, Adalberto Agudelo Duque, Orlando Mejía Rivera, Octavio Escobar Giraldo, Carlos Eduardo Marín y Roberto Vélez Correa.
UN ESPACIO GEOGRAFICO
El libro de Adalberto Agudelo Duque que ha motivado esta nota, “Abajo, en la 31”, está escrito sobre un sector de la ciudad que hace tiempo perdió elementos que lo identificaban, como la casona que durante muchos años ocupó la famosa Madre Anatolia, o los rieles de la carrilera por donde en otros años circuló el ferrocarril. El escritor recrea, de manera magistral, el entretenimiento de elevar cometas. Antes estas se hacían en la casa, utilizando engrudo para pegar el papel en la varillitas de madera. Ahora simplemente se compran. Es decir, la novela muestra cómo se perdió ese encanto de salir a comprar los elementos en la cacharrería de la esquina para hacerla en la casa. Además, narra la emoción que produce verla mientras se eleva pidiendo que le suelten piola del carretel que se tiene en la mano.