Nuevas anécdotas de Viterbo
En alguna fría alborada aprovechó para lucir su traje de pantalón y saco y a eso de las 7 de la mañana se saludó con Rubén Darío Betancourth, estudiante de ingeniería de la Universidad Nacional en Manizales y quien se encontraba de vacaciones en Viterbo.
¡Hola Quico! fue su saludo, como se le solía decir cariñosamente a Gonzalo. ¡Tan cachaco!, supongo que vas para Manizales. Claro que si, respondió Gonzalo. Se te ofrece algo? Si, quisiera pedirte el favor de que le lleves una carta a mi novia. Pues es preferible que la veas personalmente, le respondió Gonzalo, pues voy en carro expreso y regreso en la noche. Al pensar Rubén Darío que este viaje no le demandaría ningún costo, salió apurado a ponerse su traje de paño, acorde para visitar a su novia.
Mientras ello ocurría, Gonzalo fue al café “La Colmena” de Hernán Ocampo a tomarse un tinto y a contarle a Hernàn lo acicalado que llegaría el novio de marras. Cuando éste hizo el ingreso al citado establecimiento, las carcajadas de los dos contertulios no se hicieron esperar, a lo cual Rubén Darío dijo enfurecido: ¡no soporto que me hagan esta marranada! Lo apaciguaron invitándole a una cerveza y como ya eran dos los cachacos le pidieron que fuera cómplice de esta pilatuna para ver que otra persona caería en dicha encachacada.
Después de un buen rato apareció Delio Palacio, quien indagó cual era el objeto de tanta elegancia. Se le informó del “presunto” viaje a Manizales y también salió rumbo a su casa a cambiarse de ropa. Ya a esa hora de la mañana en lugar de tinto tomaban cerveza y Delio preguntaba con ingenua curiosidad para que horas estaba programado el viaje. Tranquilo Delio, que no hay problema pues es en carro expreso y no hay afán de nada le respondían Gonzalo y Rubén Darío.
Al medio día apareció Ancizar Zuleta, quien por motivos de su trabajo debería ir a Pereira por un repuesto que le habían encargado. Este nuevo contertulio fue el verdadero damnificado con el presunto viaje, pues el dinero del pasaje a Pereira lo aportó para unas dos tandas de cervezas, teniendo en cuenta que el viaje ya lo tenia asegurado. Este chasco con vestido de paño a una temperatura de 27 grados dio para todo un día de jolgorio, excepto para Ancizar Zuleta.
Carro de carreras de Germán Villalobos
Cuando a este buen amigo bogotano, mi compañero de labores en el Incomex por el año de 1966 le picó el gusanillo por el deporte de las competencias automovilísticas de observación, destreza y de manejo de promedio de velocidades en estas actividades deportivas, acondicionó para dichas carreras su automóvil Simca con mil perendengues, entre ellos, barras antivuelco, doble carburador, doble tubo de escape de gases, lo cual generaba un sonido espectacular y estridente y muchas otras que verdaderamente daba la sensación de un carro de carreras.
Corría el año de 1972 y Germán, quien galanteaba a mi cuñada María Teresa López, vino a Viterbo con deseos de impresionar a su futura novia con su bólido y por supuesto que logró despertar la curiosidad de su prometida y la de todos los parroquianos, al escuchar el tremendo ruido por las polvorientas calles de mi pueblo.
El día de su retorno a Bogotá le pedimos el favor que llevara a Gonzalo Peláez a Pereira quien debería tomar el avión con destino a la capital del país. Gonzalo, quien siempre le tuvo temor a la velocidad por el vértigo que ello le producía, se negó a subirse a dicho vehículo por la condición de su dotación, ya que el asiento del copiloto quedaba prácticamente en el suelo y la persona que allí se sentaba con los cinturones de seguridad amarrado, daba la sensación de quedar en la indefensión total.
Después de analizar que no tenía mas remedio que aceptar este medio de transporte porque no había otro vehículo disponible para el viaje a Pereira, lo vimos enmudecido y pálido echarse la bendición. Días después confesaba Gonzalo, que a pesar de su poca religiosidad, se dedicó a rezar padrenuestros y avemarías mientras llegaba a Asia, donde empieza la carretera pavimentada y por supuesto nuestro piloto a volar.
Una vez en la carretera central, el retumbar de motores continuaba pero la velocidad no alcanzaba más que 50 o 60 km por hora. En estas circunstancias y cuando los adelantó don Arcesio Mejía, quien nunca remontó esta velocidad, preocupado Gonzalo, lo inquirió para que apurara el paso pues de lo contrario lo dejaría el avión.
Ala es que estoy ajustando motores para mi próxima competición, fue la respuesta de este querido amigo bogotano.