28 de marzo de 2024

Daniel Arango Jaramillo.

7 de mayo de 2009
7 de mayo de 2009

Cuando Álvaro Castaño Castillo, condiscípulo de Arango Jaramillo en la Universidad Nacional y amigo suyo de todas las horas en aquella gran empresa cultural que fue la HJCK, me comentó que los organizadores del evento nos habían designado para calificar los trabajos presentados en este concurso, además de sorpresa por tan amable encargo, sentí una gran alegría.

Fue una ocasión inestimable para reencontrar lo que fue la opulenta vida intelectual de Arango Jaramillo. Durante cerca de cincuenta años ejerció una especie de decanatura de honor en la cultura colombiana. Él y su hermano Jesús- hijos como tantos otros de gentes antioqueñas que llegaron durante los comienzos del siglo pasado a colonizar el pie de monte llanero- fueron dos de los mejores exponentes de la cultura colombiana en la segunda mitad del siglo XX.

Daniel Arango fue, ante todo, un crítico literario de alta jerarquía. Basta revisar su precioso libro “La ciudad de Is” publicado por el Instituto Caro y Cuervo para comprender que su obra de crítico está a la altura de un Baldomero Sanín Cano o de un Rafael Maya. Ahí quedan sus soberbios ensayos sobre Barba Jacob, sobre Silva, sobre Machado, sobre el maestro Valencia, o su célebre carta a Neruda, como modelos de inmejorable crítica poética en nuestro país.

Pasó largas temporadas en Francia. Fue embajador de Colombia ante la UNESCO, estudiante de humanidades en la Sorbona y asesor cultural de las Naciones Unidas. Cuando un grupo de amigos lo despidió con motivo de su primer viaje a la Ciudad Luz, Eduardo Carranza, también llanero como Arango Jaramillo, pronunció unas bellas palabras de despedida: “Si los sueños Daniel aún fueran verdad/ aún tendríamos arena en los cabellos/ y los pies húmedos del Guaitiquía/ pues al alba soñé que lo cruzábamos/ entre un canto de estribos al galope/ y, las riendas en el puño radiante”.

Durante el gobierno del presidente Valencia fue su gobernador del Meta, departamento recién creado para aquel entonces, y luego Ministro de Educación donde brilló el gran humanista que era desactivando con tacto una de las huelgas del magisterio más ásperas que ha vivido el país.

Arango Jaramillo quien tenía una voz maravillosa y una capacidad didáctica formidable, acrisolada en décadas de profesor estrella de humanidades y de cultura griega en la Universidad de los Andes. El país le conoció estas condiciones en el célebre debate que durante dos sesiones consecutivas adelantó como representante en la Cámara sobre la educación y el hombre colombiano. Defendió la fuerza de la razón sobre la razón de la fuerza. Y cuestionó demoledoramente una represión injustificada que estaba ejerciendo el gobierno de entonces en la Universidad Industrial de Santander. Fue su mejor momento en el foro público y uno de los más memorables debates que recuerda el parlamento colombiano.

Este homenaje a la memoria de Arango Jaramillo que en buena hora organizó la casa de la cultura de Villavicencio comprobó además lo que a veces olvidamos del Departamento del Meta: que es- y ha sido siempre- algo mucho mejor que el paramilitarismo y la corrupción con que a veces se le identifica injustamente.