Se fue Mario H.
Pero me abstuve de formular pregunta alguna a su esposa Yolanda y a Ricardo, su hijo médico, presentes en la reunión. En un sofá situado a la entrada de la casa, vi extendido el libro “Operación Jaque”, crónica en la cual Juan Carlos Torres describe el rescate legendario, por parte de la Fuerza Pública, de quince prisioneros en poder de las Farc. La obra, editada días antes, le servía a Mario H. de interesante material de lectura en aquellos días de evasión del ajetreo bogotano.
Nos trasladamos al quiosco casero y allí estuve un buen rato hablando con él sobre diversos aspectos, entre ellos el relacionado con la publicación de un nuevo libro suyo con el sello de la Academia Boyacense de Historia. Estaba feliz con este programa, por tratarse de difundir su palabra en la comarca nativa, a la que tanto fervor le consagró.
Menos de tres meses después, en los funerales del dilecto amigo en la capital del país, supe por Javier Ocampo López que con la aparición de dicha obra, prevista para fecha próxima, la Academia Boyacense de Historia le rendirá un homenaje póstumo. “Lástima que ese homenaje no se le hubiera tributado en vida”, anotó alguien.
Se rescatarán en este libro, según entiendo, viejas piezas literarias escritas por Mario H. dentro del entorno boyacense, hoy olvidadas y dignas de nueva impresión. Se me ocurre pensar que algunos de estos textos saldrán de sus obras “Andanzas y retablos”, “La palabra y la tierra”, “De la entraña a la piel”, “Prólogos de impaciencia”, “Diálogos irreverentes”, “Diario de un recluta”, “Al borde tus sueños” (poemas), entre otras. Tales títulos, ya distantes en el tiempo, nacieron bajo el impulso de la vocación lírica del autor, imbuida de sueños, devoción por la tierra, afirmación de los valores boyacenses y divagaciones diversas, con que hizo vibrar su pluma en aras de lo terrígeno, la autenticidad regional y el amor por Colombia.
Faceta sobresaliente de su labor creativa es su incursión en la historia colombiana mediante el escrutinio sicológico de grandes actores de la vida nacional, como Bolívar, Santander, Núñez, Reyes, Mosquera, Manuelita Sáenz, de cuyas personalidades se apropia para ponerlos a desempeñar los actos ejercidos o presentidos, dentro del torrente de sucesos de las épocas que vivieron.
Los libros de historia de Perico Ramírez, elaborados con portentosa imaginación y con lenguaje vigoroso, punzante, desenfadado, y en ocasiones crudo e irreverente, y que discurren con los recursos de la novela histórica, son necesarios para interpretar el alma de los personajes, a la vez que el nervio de los sucesos. Su estilo no tiene par en la historia colombiana. Lo que otros escritores tapan, disimulan o ignoran, él lo descubre, lo denuncia o lo clarifica.
En estas obras no hace cosa distinta que diseccionar el cuerpo de la patria para ofrecer la realidad como él la percibe (discutible para muchos, como son las tesis controversiales) y dibujar a los héroes como seres de carne y hueso, propensos a las bajas pasiones de la condición humana, lo mismo que a las cumbres de la causas superiores.
Y no se detiene en Colombia, sino que se va por otras latitudes en busca de la verdad que se esconde detrás de los caudillos. En “El gran Capagatos” plasma la biografía del dictador Juan Vicente Gómez; en “Francisco Franco Bahamonde, ¿de Luzbel a Lucifer?” traza el carácter del dictador español; en “Evita y yo, Perón” se adentra en las entrañas del dictador argentino. El caudillismo es para él una idea subyugante, que en ocasiones lo vigoriza y otras veces lo enardece.
Vida útil y laboriosa la suya. Deja una vasta obra signada por el ímpetu de un estilo regido por el precepto gramatical, donde campean el lenguaje castizo, la bella expresión, la idea fulgurante, la inventiva lexicográfica. Es implacable en el juicio mordaz, certero en el análisis sicológico, justo en el reconocimiento. Caminando por la historia novelada, penetra en el espíritu de los protagonistas y los pone a hablar en primera persona, con la fuerza del monólogo interior.
Quizá los hechos del pasado son ya incontrovertibles, pero en ellos buscaba filones ocultos para rehabilitar una conducta o desentrañar una acción engañosa, cuando no toda una vida falseada a lo largo del tiempo. Pienso que este escritor de agudos combates ideológicos fue un iconoclasta irrefrenable. A la vez, un faro de la historia.
Volviendo a nuestro encuentro en Villa de Leiva, vislumbré en el color verde que refulgía en su mirada amable como signo de gallardía, un rasgo opaco que comenzaba a presagiar la marcha final. Mario H. se fue desvaneciendo en silencioso tormento, tal vez con la ilusión de ver publicado su último libro. Yolanda, su afligida esposa, con 56 años de unión inmejorable, queda, en unión de sus hijos, con la misión de salvaguardar una obra de largo alcance.