La procesión va por dentro
“Lo veo de muy buen semblante, Excelencia”, le dijo la religiosa. La respuesta: “De buen semblante, hija, pero la procesión va por dentro”.
El prelado paisa, de 71 años, nació en 1938 en Armenia, municipio del occidente antioqueño, situado a 51 kilómetros de la capital paisa. El pueblo tuvo por nombre primitivo La Mantequilla por el gran número de yarumos blancos que a lo lejos semejaban bolas de este fiel acompañante de la arepa a la hora del desayuno. El apelativo lácteo terminó atado al nombre, a manera de apellido, para diferenciarlo de la Armenia capital del Quindío. Ordenado sacerdote en 1964, veinte años después se convirtió en el primer Obispo de La Dorada-Guaduas, diócesis que celebró esta semana sus cinco lustros de existencia. Monseñor lloró en la emotiva conmemoración en el puerto caldense sobre el Magdalena.
El pastor—que en 1996 dio el gran salto a la arquidiócesis manizaleña, en sustitución del nonagenario arzobispo José de Jesús Pimiento Rodríguez– es el mayor de los ocho hijos que hubo de la unión matrimonial de don Heriberto Betancur y doña Rosa María Tirado. La mazorca comenzó a desgranarse con la partida anticipada de Guillermo y Amparo. Sobreviven Blanca Luz, (la única soltera); María Elena, (monja capuchina); Margarita, (radicada en USA); Jorge, Carlos y Fabio.
Monseñor Betancur –que a su paso por esta jurisdicción eclesiástica ha sostenido sonoras confrontaciones con diversos sectores de la sociedad manizaleña– arrastra serios problemas de salud que lo han forzado a renunciar a su alta investidura eclesiástica, cinco años antes de arribar a la edad límite de los 75 calendarios que establece el Vaticano para el retiro de los obispos en funciones.
Monseñor Betancur carga una niña en una gira pastoral
Por lo pronto, el Arzobispo se halla en esta disyuntiva: si el Papa Benedicto XVI le acepta la renuncia presentada en febrero, ante el Nuncio Aldo Caballi, en el marco de la Conferencia Episcopal, liará bártulos hacia Medellín para compartir el resto de sus días con su hermana Blanca Luz, en Patio Bonito, un tranquilo sector residencial adyacente al Éxito de El Poblado. Si el Sumo Pontífice le pide que permanezca otro tiempo al frente de la Arquidiócesis que regenta hace 13 años, seguirá con su grey, mediante un esfuerzo supremo, debido a sus dolencias físicas que se concentran en la mácula del ojo izquierdo y en la garganta. Si hay aceptación, la que se avecina podría ser su última Semana Santa como rector de los destinos espirituales de los caldenses.
Cuando empeoraron sus quebrantos, monseñor Betancur abandonó la tradicional residencia arzobispal del bucólico barrio La Francia y se estableció en la atractiva colina de Villa Kempis, donde lleva una vida todavía más apacible que la que le ofrecía el acogedor vecindario en el que habitan amigos tan entrañables como Carlos Alberto Mejía, Iván Darío Góez, Jesús Franco y Álvaro Marín. Siempre está al cuidado del Pastor la acuciosa Sor Rosa Emma.
Según las normas vaticanas, son cinco los pasos que conducen al retiro de un arzobispo en funciones: 1) Debe renunciar ante el Nuncio apostólico y dar cuenta de su decisión a la Conferencia Episcopal. 2) La Nunciatura reporta la dimisión a Roma para que el gobierno pontificio decida si la acepta o no. 3) La renuncia se da por aceptada cuando aparece publicada, como noticia, en el periódico El Observatore Romano. 4) El Nuncio envía al Vaticano una terna de candidatos para suceder al arzobispo que desea pasar a retiro. 5) El Papa nombra el reemplazo y el Episcopado colombiano da a conocer la información por los canales acostumbrados.
La apostilla: En los anales de la historia eclesiástica regional ha quedado escrita, en tinta indeleble, aquella famosa frase que pronunció, en 1959, el entonces Arzobispo de Manizales y futuro Cardenal Luis Concha Córdoba, cuando se le preguntó, antes de su partida para Bogotá, cómo se había llevado con la sociedad caldense: “Ni me quisieron, ni los quise”.