Un viaje al pasado de mi Aranzazu del alma
Antiguo templo
Ese diminuto universo despertaba cada día con sus bostezos de aurora, con un hilillo tímido de luz sobre las estribaciones de Santa Elena que poco a poco se volvía un fastuoso incendio cuando el sol emergía con potentes irradiaciones. Palpitaba entonces el milagro de la vida. En las huertas caseras se enracimaban alondras y sinsontes, afrecheros y garzas níveas, en sonoras orquestas musicales. En las faldas vecinas mugía la vacada acosada por toretes lascivos. Se escuchaba el relincho de las potrancas de narices anchas, en amores con unos sementales potentes que con instinto certero olfateaban el anca de sus virginales compañeras.
Se prendìan los fogones, y la colmena humana dejaba oir los afanes de sus trajines rutinarios. Asi comenzaba la diurna tarea. Cada madre aderezaba su pipiolada estudiantil, de moños coquetos las quinceañeras, con sus uniformes de ensueño, y los hombrecillos con botines pantaneros y morros de cuero virgen , urna de cuadernos y de lápices. Era una nascencia de ruidos, de presurosas interjecciones, de precavidos encargos sentimentales.-
En esos maitines, la ciudad era un río de alegres estudiantes que desembocaba en el estuario de los colegios públicos. Teresita Gallo con Tinita Gómez, inolvidables pedagogas, esperaban impacientes en cada madrugada el arribo de esa vocinglería con calcetines tobilleros, que llegaba con pequeños jotos de trabajos arrugados, libros descuadernados con entreveración de esquelas perfumadas escritas por lampiños efebos de la población.-
Abajo en la escuela Manuel Gutiérrez Robledo hacían espera Roberto Agudelo, Pedro Luis Alzate y José Abel Montoya. El primero hosco, gruñón, de mirada fiera. El segundo dulce y condescendiente, ligeramente ladeado y con sonrisa de acidez. Y Montoya de intenso color bermejo, rabietas explosivo.-
El pueblo se volvía una fragua. Menudeaban las cantinas, se descargaban las cantimploras de leche traídas de Alegrías, Fernando Velásquez aparecía con vaquillas en tránsito para una feria de ganado, José Luis Muñoz (Mola), amanecido , hacía monólogos enredados sobre política, abajo la banda de los Osorios ensayaba unas marchas tediosas, y de Cachipay , en fila india, subían rabiosos los enamorados conducidos por una policia moralista que no permitía los amancebamientos.
Frente al Colegio Pio Xl Julito Garcia y Gonzaga Gutiérrez (Rasguño) afanosamente aplanchaban vestidos y pulían los sombreros de los cachacos.
Patio de antiguo Seminario Mayor en Aranzazu
Siempre en horas matinales Tomás Botero Peláez, nuestro Porfirio Rubirosa, salìa con temple militar a la calle, a indagar por qué el alcalde estaba ausente y por qué la autoridad no encerraba a Mola que en el Centro Social hacía incendios de peligrosas guachafitas conservadoras. Después Tomás sacaba unos despampanantes caballos a la plaza, los hacía caracolear ante la espectativa alelada de los curiosos.
De la imprenta de Eliud Osorio subían José Luis Ramirez y Tomás Mejía luego de llevar el material para el periódico que salía todos los fines de semana. A José Luis le gustaban los nepentes, atendía pleitos chicos, y le agradaba conversar con los jóvenes en quienes adivinaba futuro promisorio. Tomás era alto, pulido, conversaba saboreando las palabras, y era un perrungo delicioso. Los dos conservaron la silueta intelectual de Aranzazu.
El colegio tuvo un rector que injustamente hemos olvidado: Eduardo Aristizábal. Nuestros paisanos son descomplicados para vestir, conversan a gritos, cuando palmotean le sacan el pulmón al amigo; son un tropel de carcajadas. Don Eduardo no parecía paisano nuestro. Tenía la delicadeza de una dama exquisita, hablaba en diapasón menor, de cultura refinada, siempre vestido con inusual elegancia, y cuando conversaba era para dar consejos. Fue ejemplar como forjador de juventudes.
Jesus Marìa Restrepo y Jesus Maria Serna Hoyos (Pistola) eran los grandes compradores de café. Todas las mañanas llegaban recuas de mulas que se apoderaban de la plaza. En largos camiones se arrumaban los bultos, subidos en medio de emvalentonados carajos por Leonidas, Absalón, Odilio y Mario César. Estos mismos muchachos, atrás sobre el capacete de esos enormes armatostes, viajaban a Manizales, en donde nuevamente con los bulteadores de las trilladoras de Lolo Gómez hacian el descargue. Mario César aun ostenta una cicatriz impresionante que le dejó la cabuya vinagre de un costal confeccionado en Palmichal. Esas escaramuzas con el trabajo material los alejó, para siempre,de la arriería. Lástima . Habrían sido unos formidables baquianos para estos trajines menores. Prefirieron ser abogados, economistas y exitosos comerciantes.
Fuimos perniciosos. Elias Arias ( Barbera), Salvador Serna, Rasguño, Fabio Robledo, Gilberto Jiménez, fueron maestros disolutos. Barbera era un camaján descomplicado, aventurero, rey en el campás del fox. Cuando escuchaba la música de Armando Moreno se apoderaba de la pista con amigas que le competìan en el arte del bailongo. Salvador Serna era un filósofo pueblerino. Un tanto volteriano, enjoyado en reminiscencias, travieso y enamorado, gustaba además de la política. Fue un servidor gratuito del conservatismo. Gonzaga Gutiérrez (Rasguño) fue de todo. Artista de tablas veredales, cantinero en suburbios procelosos, vendedor de ungüentos chinos, sastre remendón, reconstructor de sombreros, manejó planchas al vapor para alizar vestidos, y se disfrazaba de “loca” en las fiestas de la cabuya. De estómago abultado, de ojos grandes libidinosos, caminaba cansadamente. Fabio Robledo, el único supérstite, ofició siempre en el altar del dios Vaco. Desorganizado en el vestir, de blanca barba descuidada, la mano extendida y doblado sobre las mesas, es un bohemio puro, que navega sobre lagos de alcohol. Y Gilberto Jiménez. Alto como un espadachín, caminaba con repique melindroso, dueño de un cinismo agradable. Era barítono de triste voz en las Semanas Santas, secretario de golillas, celestino de pecados mortales y servicial. Fue siempre un pobre alegre.
Tuvimos la mejor banda de música de Caldas.Juan Crisóstomo Osorio fue un alcohólico elegante. Le madrugaba a los alcoholes que desgranaba espaciadamente hasta finalizar fundido en horas de la noche. Vestía de color oscuro, con chaleco que le hacía aparentar un volumen mayor a su enorme estómago, y caminaba yéndose para los lados. Hablaba con dejo perezoso, con mirada triste. Exhibía una leontina que le atrevesaba de lado a lado la corpulenta cintura. En sus guayabos, que eran diarios, reunía la familia con la que tenìa organizado un espléndido conjunto musical. Además eran suyas las retretas dominicales en la plaza de Bolívar, que se convertìan en un vistoso festín nocturno para las familias que salían con traviesas chiquillerías, las parejas de los enamorados y los pocos intelectuales peripatéticos que hacían garrulerías intrascendentes.
Charcos de "El Guarango"
Tres charcos profundos nos atraían irresistiblemente . El del puerto en la quebrada Doña Juana, el Guarango y Bonillas en la vereda de La Honda. Muchas veces capábamos escuela para trasegar camino cementerio abajo , recorrer una larga travesía entre glaucos cafetales, hasta llegar a un enorme pozo de aguas nacaradas. Era ancho, profundo, de remolinos turbulentos. A lado y lado se amurallaba una naturaleza feraz, de enormes bejucales, entreverados de gramilla rebelde y pringamosas. El Guarango estaba metido en un cajón de piedras, con una orillera mole rocosa desde la cual nos lanzábamos con loca irresponsabilidad. Lo convertimos en clandestino sitio de celestinajes concupiscentes. El de la quebrada Doña Juana era recatado, un poco pantanoso, sin mayor atracción. A Los tres los visitábamos con baquianería de párvulos, emulando con las sabaletas en el arte del chapoteo.
Tuve contendores que no enemigos. Cuando cursaba bachillerato Marino Alzate Ospina, Gilberto Mejía Ocampo, Carlos Ramírez Arcila, José Luis Mejia Ocampo, los López Garcia, Manuel Gutiérrez Ocampo, ya eran doctores de prestigio. Por cierto, Alzate Ospina fue un oftalmólogo de fama continental. Gilberto Mejía Ocampo un ínclito abogado de severa conducta cristiana. Ramírez Arcila un jurista superior. José Luis Mejìa ingeniero imaginativo. Los López García un almácigo de familia, todos con techumbre profesional. Manuel Gutiérrez inteligente, experto en relaciones públicas y finalmente parlamentario liberal por el Valle del Cauca.
La mía fue una generación posterior. Manteníamos una emulación sangrienta. Luis Rivera Giraldo administraba secretas relaciones incestuosas con las musas, era orador caudaloso y además abogado de postín.
Fenibal Ramirez Serna abandonó la tradición ganadera de su familia y se hizo médico . Era un cardiólogo acertado, que de haber ejercido en una populosa urbe, habrìa conquistado fama cimentada. Escogió a su pueblo para vivir. En Aranzazu fue de todo. Además del permanente servicio caritativo con la poblaciòn pobre, fue político. Era insensible, indoblegable, frentero, aguerrido. Lo sufrí como contraparte por muchos años. De intemperancia atroz, Sansòn en su fortaleza física, trabajador electoral de perseverancias inauditas. Al final de su vida hubo una fraternal reconciliación y pude conocer los secretos repliegues de su alma. Sus enemigos ponían en tela de juicio su cultura. ¡Que va!. Era un políglota, un erudito en letras, con memoria privilegiada para los versos, guardaba en su cerebro los grandes discursos de Alzate Avendaño, además de ser galeno de infinitas sabidurías. Terminè queriéndolo como a un hermano. Nos dejó un retoño maravilloso. Su hijo José Ramon Ramirez Castaño, hoy abogado, sorprende ya por su cultura. En el inmediato futuro, mucho se hablará de este joven jurisperito. Tiene elan.
Después vino un diluvio de hombres importantes. Si por los años 50 del pasado siglo eran escasos los profesionales de Aranzazu, en esta nueva centuria se cuentan por centenares y viene detrás, empujando, otro renuevo ejemplar de gran dimensión intelectual .
La Divina Providencia nos regaló un encumbrado rapsoda: Javier Arias Ramírez. Nuestro simpàtico “Cucharas” está ahora en el Olimpo de los grandes, manoseando a los dioses sodomitas, entonando canciones napolitanas, pulsando liras y descrestando con sus recitales poéticos a los alelados contertulios de la eternidad.
Pedro Nel Duque González (Crispín) , quien fuera nuestro alcalde, rollizo de carnes, sentimental, un poco taciturno y también bohemio nostálgico. Su vena era humorística. Dejó escritos tres libros de gracejos que hay que rescatarlos del olvido.
El otro faro intelectual era Carlos Ramirez Arcila. Cinco obras enjundiosas suyas, de apolíneo rigor jurídico, se encuentran en todas las librerías de América . No es pequeña la gloria que Aranzazu ha conquistado con este sabio del derecho, fallecido el año ante pasado.
Cierra este capìtulo intelectual José Miguel Alzate. Es nuestro García Márquez. Tiene vena esplendorosa, imaginación creadora y genuina vocaciòn de escritor. Con el poeta Arias Ramírez y el prosista José Miguel Alzate nos levantamos ufanos en el panteòn de los consentidos por las musas.-
Cuántas cosas más para escribir, cuántos recuerdos que pujan , cuántas ilusiones y tambien, ¡què desgracia!, cuantas frustraciones. Esa es la vida.