Retomo unas pequeñas memorias futbolísticas de infancia a pocas horas de que Francia y Croacia definan quién manda a quién en el fútbol mundial. Mi corazón de arribista está con la historia, con Francia, pero esta vez me monto disidencia a mí mismo.

El presidente Santos y familia están próximos a regresar a la “abyecta condición de peatones”, como decía el inmortal Iáder Giraldo. Se les acaba su cuarto de hora. Los espera el asfalto.

Tienen la libertad por cárcel y el viento por prisión perpetua. Son el Circo del Sol con plumas. Monalisas del paisaje, por donde vuelan siempre es domingo. La soledad es un pájaro que contiene todos los pájaros (y no sé a quién estoy plagiando)

El séptimo día Dios inventó el fútbol. Después pondría a Caliche en Aranjuez, en Medellín. Un barrio se parece a su fútbol y Aranjuez tuvo un tiempo que tenía la cara de mi amigo. En Caliche, el balón era su sexto sentido. Su corazón adicional.

¿Está convencido de que todos los Duque de Colombia tienen origen en los 13 hijos del español Pedro Duque de Estrada “afincados en Marinilla”? ¿Cuando habla del presidente electo se refiere a Iván o a “mi primo”?

Unos van a la ceca. Los musulmanes prefieren La Meca. Un  cristiano es capaz de quedarse sin un peso para pagar el metro de regreso a casa con tal de visitar Tierra Santa. Los hindúes añoran un duchazo en el Ganges. A otros les da por tirar piedra.

La operación Jaque que les dio la libertad por cárcel a Ingrid y a sus muchachos, parece diseñada por un híbrido de García Márquez, Sherlock Holmes, Hitchcock y Bobby Fischer. Esa aséptica operación, ejecutada con guantes, tiene mucho de mamagallismo..

Limpio, ordenado, mimado, el metro de Río, en el que solo se escucha música clásica por los altoparlantes. Empate técnico. Nos aventajan en un vagón rosado, solo para damas. Así la garotas se ponen a salvo de piropos masculinos con los dedos.

Y como estamos de mucho mundial de fútbol, hablemos de un consentido de las musas deportivas que mereció jugar en la selección colombiana. Retomo, entonces, lo ocurrido esa tarde de domingo.

Mejoré mi hoja de vida balompédica con una visita al Maracaná, de Río, y perdón por la redundancia. En el estadio “o mais grande do mondo”, cabían ese día cien mil “torcedores”. (Digo cabían porque ahora caben menos.