29 de abril de 2025
Mario García Isaza


En la Linterna Azul del viernes 8 de marzo, aparece un artículo suscrito por el señor Juan David Escobar Valencia, con este título: ¿Todavía necesitamos el matrimonio?


Sin la menor duda, el secuestro es uno de los crímenes más abominables que pueden cometerse en una sociedad humana. Cualesquiera sean las razones con que se pretenda justificar lo que jamás, en ninguna parte, será justificable. Cuando se trata de hacer de la víctima una mercancía, por el secuestro extorsivo, se está atentando en la forma más vil y execrable contra la dignidad del ser humano, al que se convierte en objeto de repugnante y criminal compraventa (...)


El gobierno que para desgracia de nuestra querida Colombia va a cumplir pronto un año de gestión ha dado tantas pruebas de su desvergüenza y de su desconocimiento o desprecio de toda norma moral, que uno podría pensar que ningún exceso, ningún desvarío, ninguna barbaridad proveniente de quien, con muy dudosa legitimidad, nos rige, resulta increíble.


“Colombia va mal”: así estaba estampado en la carátula del N° 2127 de la revista Semana, a mediados del mes de marzo. Desde entonces, han venido desarrollándose hechos de toda índole, tan graves y nefastos que justifican el adverbio con que yo le atribuyo un grado de superlativo a la deplorable situación de nuestro pobre país.


Sí, sin duda: admirable y digna de todo encomio fue la llamada “operación esperanza”, gracias a la cual fueron hallados y rescatados de la selva inmisericorde los cuatro niños indígenas sobrevivientes de un accidente aéreo, tras permanecer por más de cinco semanas perdidos en la manigua.


La Iglesia de Dios es santa. Así lo profesamos en el Credo. Lo es por su divino Fundador; lo es porque la asiste el Espíritu Santo; lo es porque a ella le confió Jesucristo los tesoros de la salvación y santificación de los hombres; lo es porque en ella, a lo largo de los siglos, se han dado y siguen dándose frutos espléndidos de santidad y perfección.


He visto en estos días, en la prensa escrita y en otros medios, unos cuantos de los muchos análisis que se han hecho de los cien primeros días del gobierno actual. Y percibo un país sumido en una terrible perplejidad.


Una de las características de todo buen católico es el amor a la Iglesia. Y éste tiene, entre sus manifestaciones irrenunciables, el amor al Papa. Un amor que hunde sus raíces en la fe: es que creemos que el Sumo Pontífice es el Cristo visible.


El siete de agosto juró, como nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego. Y el acontecimiento, no hay duda alguna, es el principio de un período, Dios sabrá de cuántos años, que marca un viraje radical en nuestra historia. Por primera vez asume las riendas de la dirección de nuestra patria un mandatario de ideología marxista y abiertamente opuesto a los fundamentos antropológicos y éticos de la civilización cristiana.


Vivimos, quién lo duda, una época de desconcierto; es como si ya no tuviésemos certeza alguna; como si anduviésemos sin norte ni brújula; como si hubiésemos entrado en un dédalo inextricable y no tuviésemos, para buscar la salida, un hilo conductor.
