29 de abril de 2025

Las Rutas del Abasto, una posibilidad de economía no – violenta

Es una iniciativa que definirá la política agropecuaria de los próximos 30 años. Un debate abierto, participativo y estratégico para transformar el campo colombiano.
12 de abril de 2025
Por La Despensa de la Ruta del Abasto
Por La Despensa de la Ruta del Abasto
Es una iniciativa que definirá la política agropecuaria de los próximos 30 años. Un debate abierto, participativo y estratégico para transformar el campo colombiano.
12 de abril de 2025

 

Por: Freddy Cante

Introducción:

Ampliar la oferta de alimentos, en aras de la soberanía y de la seguridad alimentarias, es una empresa que generaría enorme valor público, es decir, mayor inclusión social, a nivel del país, y del resto del mundo. En tal sentido, sugiero,  es más pertinente incorporar la pluralidad en la geografía,  y en la oferta alimentaria: no una sola ruta del abasto sino, más bien, una multiplicidad de rutas (desde el auto-abastecimiento, los mercados de cercanías, hasta los mercados de exportación), y pluralidad de caminos (incluyendo no sólo la agro-industria, sino también, y más importante, la agricultura orgánica y la agro-ecología). 

Algunos problemas y retos:

Aquí y ahora, en Colombia, y en el mundo, existe un gran problema de inseguridad alimentaria. En Colombia, un 30.7% de la población, unas 16.3 millones de personas, están en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave. En el mundo, unos 2.330 millones de seres humanos, casi 30% de la población global,  están padeciendo situaciones de inseguridad alimentaria moderada o grave. 

Para el año 2023, según estimativos del ICBF, para tener acceso a una dieta saludable, se requieren, como mínimo, $643.390. Esto significa que, aún el actual salario mínimo vigente, no alcanza para que, en Colombia,  las personas menos favorecidas estén bien alimentadas. 

El exministro de Hacienda, Carrasquilla ⎯tecnócrata de no tan grata recordación⎯, sufrió la burla pública por no saber el precio de una cubeta de huevos. En tiempos del estallido social, debido a los paros y bloqueos, se constató,  para muchos de nosotros, que los insumos para alimentar a las gallinas ponedoras eran importados (ignorábamos los costes sociales y ecológicos de los huevos).

El presidente Petro, en sus estridentes trinos de respuesta a la política arancelaria de Trump, no calibró que, de Estados Unidos, nuestro país importa la gran mayoría del maíz amarillo y de la soya (que sirven de alimento para garantizar la proteína, en forma de huevos, y carne de pollo y de cerdo). Así las cosas, unos aranceles del 25% encarecerían tan importante rubro de la canasta de bienes y, quizás, por la fuerza, nos obligarían a volver la mirada hacia el desarrollo, y renacimiento, de la agricultura nacional.

A pesar de su vocación agrícola, Colombia está importando más del 30% de los alimentos que consume. La agricultura se ha deteriorado, con alta intensidad, desde los años noventa del siglo pasado, debido a la apertura económica y la liberalización, gracias a los buenos oficios del entonces Presidente Cesar Gaviria, y sus figuras de kínder tecnocrático como José Antonio Ocampo. 

Estos y otros problemas de similar gravedad, exigen, desde ahora, una respuesta creativa. Esta,  no exenta de dilemas pues, en el primer cuarto del siglo XXI, la mayor producción de alimentos no puede agravar la explosión demográfica (una población que rebasa los 8.000 millones de seres humanos), y tampoco puede empeorar el calentamiento global (que ha alcanzado el peligroso umbral de 1.5 grados centígrados, por encima de los niveles pre-industriales). 

Pautas para las rutas del abasto desde la economía de la noviolencia:

En el libro Nonviolent Political Economy, Routledge, 2019,  texto del cual soy co-editor y co-autor, se pone de relieve que una economía de la no-violencia tiende a reducir, a su mínima expresión, la violencia entre los seres humanos y, además, a poner fin a la guerra de la humanidad en contra de la naturaleza. Esto significa que una economía no-violenta (antípoda de la actual economía violenta), propende por el humanismo (dignidad, supresión de la pobreza y la desigualdad, erradicación del racismo, el machismo, y de diversas formas de exclusión y rivalidad) y, también por el ecologismo (salvación de todas las formas de vida, y cambio en el modelo económico para afrontar crisis como el calentamiento global, la escasez de agua, la desertificación de tierras, la nueva extinción masiva,  etc.). 

Algunas de las pautas, para fomentar unas rutas del abasto, desde la economía de la no-violencia, se enuncian como sigue:

  • Participación y solidaridad de una ciudadanía activa, para promover el bienestar colectivo a través de la tributación (los recursos públicos son sagrados),  y de la cooperación directa en comunidades (la comunidad como alternativa a los mercados y a los Estados). 
  • Acciones colectivas de no-cooperación, en el sentido de no comprar malos alimentos como la comida chatarra, las golosinas y la comida rápida (muy azucarados, ricos en grasas saturadas, abundantes en sabores artificiales, etc.) que son tremendamente nocivos para la salud. 
  • Fomento de la agricultura orgánica (con abonos naturales) y de la agro-ecología (una agricultura que combina la producción de alimentos, y la protección de los ecosistemas). Es pertinente recalcar que la llamada revolución verde, desde mediados del siglo pasado, aumentó ostensiblemente la productividad agrícola, y garantizó el abastecimiento para facilitar el aumento poblacional; pero es terriblemente nociva, pues los insumos, abonos y aparatos que usa, son derivados de los combustibles fósiles.
  • Generación de empleos en el campo de la economía de los cuidados, tanto del prójimo como de la naturaleza, como una forma de propender por una prosperidad sin crecimiento (en la afortunada expresión del economista Tim Jackson). 
  • Creación de mercados de cercanías (de unas pocas decenas de kilómetros) y generación de cultivos para alimentos cero kilómetros (abastecimiento local, autosuficiencia y soberanía alimentaria).
  • Ampliación de la oferta interna y externa de alimentos, en detrimento de sectores muy nocivos para el medio ambiente, y para la seguridad alimentaria como son los bio-combustibles (monocultivos y agro-industria para alimentar máquinas en lugar de seres vivos). 
  • Rediseño de procesos de agricultura convencional, de agro-industria y de ganadería, debido a que estos implican elevados gastos de agua, y en casos como la ganadería, generan metano (un gas efecto invernadero, más nocivo que el dióxido de carbono). El gran reto es la sostenibilidad ecológica de tales procesos. 
  • Exportación de alimentos hacia lugares como India y China, sólo a condición de establecer altos precios, para no sufrir más deterioro en los términos de intercambio (y pagar salarios más altos y dignos a los jornaleros), y para internalizar y penalizar la huella ecológica (a mayores distancias de transporte, y de bodegaje y preservación de alimentos, es mayor el gasto de combustible y la emisión de gases efecto invernadero. 

Uno de los grandes retos es fomentar rutas del abasto de alimentos, pero haciendo las cosas bien, en el sentido de reducir la violencia social y de erradicar o minimizar los daños ambientales.