EDITORIAL La nueva canciller
El nombramiento de Laura Sarabia como Ministra de Relaciones Exteriores ha desatado una ola de críticas e indignación en diversos sectores políticos y académicos. La designación de una persona sin trayectoria diplomática ni experiencia en relaciones internacionales pone en entredicho el criterio del presidente Gustavo Petro para dirigir la política exterior del país. En un momento geopolítico tan complejo como el que vivimos en la actualidad, Colombia necesita una diplomacia fuerte, no una canciller de bolsillo.
Si bien la Constitución de 1991 no exige requisitos específicos para ser Ministro de Relaciones Exteriores, la tradición ha llevado a que este cargo sea ocupado por juristas, diplomáticos o políticos con un profundo conocimiento en estos menesteres. Sarabia cumple con las condiciones básicas para ser ministra: ser ciudadana colombiana, mayor de 25 años y no estar inhabilitada. No obstante, su falta de formación específica y experiencia en asuntos diplomáticos es una preocupación válida.
La carta firmada por más de un centenar de académicos y expertos es solo una muestra del desagrado que ha suscitado esta decisión. En ella, se advierte que su nombramiento «transgrede principios fundamentales de la transparencia, el mérito y el profesionalismo». La Cancillería es una base fundamental en la construcción de la imagen internacional del país, y su liderazgo debe estar en manos de alguien con trayectoria comprobada, no de una persona cuya principal credencial es la confianza del presidente.
Además, el historial de Sarabia no está exento de fuertes polémicas. Su vínculo con el escándalo de las «chuzadas» a la exniñera Marelbys Meza y su papel en la campaña presidencial de Petro generan dudas sobre su idoneidad para representar a Colombia ante el mundo. Los asuntos exteriores requieren no solo conocimiento, sino también una imagen intachable. La falta de credibilidad en un canciller puede derivar en la pérdida de confianza por parte de otros Estados y organismos multilaterales.
El reto diplomático de Sarabia es monumental. La relación con Estados Unidos, la integración regional y la defensa de los derechos humanos en diversos entornos serán pruebas de fuego para una funcionaria sin destreza en negociaciones bilaterales. Asegurar la estabilidad de los acuerdos comerciales y la cooperación internacional requiere de experticia diplomática, no de improvisaciones.
A esto se suman las declaraciones del excanciller Álvaro Leyva, quien insinuó que el ascenso de Sarabia responde a su conocimiento de «secretos non santos» dentro del gobierno. Sin aportar pruebas, Leyva dejó en el aire una duda inquietante: ¿es este nombramiento el resultado de una transacción de lealtades dentro del poder? Si la Cancillería es un premio a la discreción y no al mérito, Colombia está en serios problemas.
Petro ha defendido su decisión con argumentos endebles. «Y usted, ministra, joven, dicen que sin experiencia, ¿quién tiene experiencia en estas luchas?», dijo durante la ceremonia de posesión. Pero la diplomacia no es una «lucha». No se trata de activismo, sino de estrategia, negociación y conocimiento profundo de los intereses nacionales en el tablero global.
La política exterior de un país no puede depender de la cercanía personal con el mandatario. Se necesita conocimiento, prestigio y criterio. El nombramiento de Laura Sarabia es una muestra de cómo el amiguismo está desplazando el profesionalismo en los altos cargos del Estado. Colombia pagará un alto costo por esta falta de preparación, y la factura podría llegar antes de lo esperado.
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UN DATO: Este gobierno no deja de sorprendernos. Mauricio Jaramillo Jassir, como nuevo vicecanciller de Colombia, ha despertado curiosidad debido a sus claros elogios hacia Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En sus publicaciones en X (anteriormente Twitter), Jaramillo expresó un afecto particular por el mandatario venezolano, dedicándole un mensaje que decía: «Para ti, comandante, compañero y presidente Nicolás Maduro Moros». Un guiño amistoso, sin duda, al más puro estilo de la vía diplomática … revolucionaria.