El Congo, un conflicto que el mundo prefiere ignorar

Goma: la ciudad olvidada en la tormenta de la guerra africana
Barcelona, 8 de febrero de 2025. Mientras la atención mediática global se concentra en conflictos de alto perfil, la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo (RDC), vive una de las crisis humanitarias más devastadoras de la actualidad. La ofensiva del Movimiento 23 de Marzo (M23), un grupo rebelde con nexos en Ruanda, ha dejado miles de muertos y ha sumido a la población en un estado de terror constante. Naciones Unidas reporta al menos 900 fallecidos, mientras que el gobierno congoleño eleva la cifra a más de 2.000 cadáveres aún sin sepultura.
La caída de Goma en manos del M23 a finales de enero marca otro capítulo sangriento en un conflicto que se remonta a la tragedia del genocidio ruandés de 1994, cuando 800.000 tutsis y hutus moderados fueron masacrados. Desde entonces, la región ha sido un campo de batalla donde se cruzan rivalidades étnicas, intereses económicos y luchas de poder entre países vecinos. En el centro de todo esto está el coltán, un mineral estratégico indispensable para la fabricación de dispositivos electrónicos y cuya explotación ha sido uno de los principales motores de la violencia en el este del Congo.
La mano invisible de Ruanda y el silencio de Occidente
Detrás del resurgimiento del M23, las miradas apuntan al gobierno de Paul Kagame en Ruanda, cuyo ejército ha sido acusado por la ONU de suministrar armas y entrenamiento a los rebeldes. Ruanda, a pesar de su pequeño tamaño, ha logrado posicionarse como un jugador clave en la región, utilizando su influencia diplomática y su colaboración militar con potencias occidentales para evadir sanciones o presiones internacionales. Mientras tanto, el ejército congoleño, mal equipado y con problemas de disciplina, se encuentra en desventaja frente a un enemigo mejor preparado y con acceso a recursos de guerra sofisticados.
Occidente, que proclama su compromiso con los derechos humanos, ha optado por la indiferencia ante la crisis congoleña. El coltán sigue fluyendo hacia las fábricas de teléfonos móviles y computadoras en Estados Unidos, Europa y China, mientras la explotación minera ilegal, controlada en gran parte por grupos armados, financia más violencia. La hipocresía del discurso internacional se hace evidente: se condenan dictaduras y abusos en otras partes del mundo, pero se ignora la brutalidad que consume al Congo en la medida en que no afecte el suministro de minerales esenciales para la tecnología moderna.

Goma: una ciudad al borde del abismo
Para los habitantes de Goma, la guerra no es un asunto de geopolítica, sino una lucha diaria por sobrevivir. La infraestructura ha colapsado: no hay agua potable, la electricidad es un lujo intermitente y las comunicaciones han sido destruidas. La anarquía ha dado lugar a niveles inhumanos de violencia, con saqueos y ataques indiscriminados. Miles de reclusos escaparon de la prisión local tras los combates, aumentando la inseguridad. El episodio más atroz ocurrió cuando un grupo de hombres armados irrumpió en el ala femenina de la cárcel, violó a decenas de presas y posteriormente incendió el edificio con ellas adentro.
Las mujeres y los niños son las principales víctimas de este conflicto. La violencia sexual es utilizada como un arma de guerra, y los grupos armados emplean el terror para someter a la población. Los campos de refugiados improvisados se multiplican en la región, con miles de personas huyendo de una ciudad que ya no ofrece garantías de vida.
El peso de la historia y la repetición de una tragedia
El conflicto en Goma no es un episodio aislado. La República Democrática del Congo ha sido escenario de algunas de las guerras más sangrientas de la historia moderna. Entre 1996 y 2003, dos guerras consecutivas provocaron la muerte de más de cinco millones de personas, muchas de ellas víctimas del hambre y las enfermedades derivadas de la guerra. Hoy, la historia parece repetirse con la misma crudeza, mientras el mundo mira hacia otro lado.
Las potencias occidentales, que han explotado los recursos africanos durante siglos, siguen aplicando una lógica colonial disfrazada de modernidad. En lugar de promover soluciones reales al conflicto, prefieren una estabilidad superficial que garantice el flujo ininterrumpido de minerales estratégicos. La comunidad internacional tiene una deuda histórica con el Congo, pero sigue sin asumirla.
Goma arde, y con ella, la esperanza de una región atrapada en un círculo de violencia sin fin. La pregunta es si esta vez la historia será diferente o si, como tantas otras veces, el dolor de África será simplemente un pie de página en la agenda global.