15 de febrero de 2025

Venezuela, entre la incertidumbre económica y el desgaste político

13 de enero de 2025
13 de enero de 2025

 

Crédito foto: instagram Nicolás Maduro

 

Caracas, 13 de enero de 2025. El inicio del nuevo mandato de Nicolás Maduro no solo confirma la continuidad de un liderazgo desgastado, sino que también refleja la profundidad de las heridas sociales y económicas que marcan a Venezuela. Tras una década de crisis estructural, el país se encuentra atrapado en una frágil recuperación que no logra ocultar el colapso de su tejido productivo y el incremento abismal de la desigualdad.

Una economía al borde del abismo

Desde 2014, la economía venezolana ha experimentado una de las contracciones más severas de la región y del mundo. En solo seis años, el tamaño de su Producto Interno Bruto (PIB) se redujo en más de un 80%, dejando a su aparato productivo operando a una capacidad mínima. La crisis se agravó con la hiperinflación, que alcanzó picos históricos como el 9.500% en 2019, destruyendo salarios y pulverizando el poder adquisitivo de los ciudadanos.

Las reformas adoptadas por el gobierno en los últimos años, entre ellas la dolarización parcial y la flexibilización de controles económicos, han permitido cierta estabilización en indicadores como la inflación y el consumo. Sin embargo, estas medidas llegan tarde para un país donde la pobreza de ingresos afecta al 80% de la población y el salario mínimo no supera los 3 dólares mensuales.

La economía petrolera, tradicional columna vertebral de Venezuela, sigue siendo un reflejo de la crisis. De producir casi tres millones de barriles diarios en su apogeo, el país llegó a mínimos de 300,000 en 2019. Aunque hoy la producción se aproxima al millón de barriles diarios, las dificultades técnicas, la corrupción y las sanciones internacionales mantienen al sector en estado crítico.

El peso de las sanciones y el aislamiento internacional

Desde 2016, el endurecimiento de las sanciones internacionales, liderado por Estados Unidos y respaldado por la Unión Europea, ha restringido severamente las opciones de Venezuela en los mercados globales. Esto ha complicado la recuperación de la industria petrolera y reducido las posibilidades de financiamiento externo. Aunque el contexto geopolítico, especialmente el conflicto en Ucrania, permitió una cierta distensión en las relaciones entre Caracas y Washington, las perspectivas no son alentadoras. La posibilidad de un regreso de Donald Trump a la presidencia estadounidense plantea un escenario de mayor presión internacional para el gobierno de Maduro.

Un tejido social descompuesto

El impacto de la crisis no se limita a las cifras macroeconómicas; también ha dejado profundas cicatrices en la sociedad venezolana. Programas sociales que alguna vez fueron pilares del chavismo, como las misiones de salud y los mercados subsidiados, han colapsado en medio de la corrupción y la falta de recursos.

El éxodo masivo de entre siete y ocho millones de venezolanos, según Naciones Unidas, es uno de los mayores desplazamientos en la historia reciente de América Latina. Estas cifras no solo reflejan el drama humano de la diáspora, sino que también han transformado las remesas en una fuente clave para la supervivencia económica de muchas familias en el país.

Mientras tanto, las medidas implementadas por el gobierno, como el carnet de la patria y las bolsas CLAP, aunque siguen siendo esenciales para millones de venezolanos, han perdido su eficacia. Estas ayudas, insuficientes ante el deterioro generalizado, apenas contienen un descontento popular que crece con cada crisis no resuelta.

Un panorama político debilitado y centralizado

La estrategia de Nicolás Maduro tras la derrota parlamentaria del chavismo en 2015 fue concentrar el poder en un núcleo reducido de aliados, neutralizando a la oposición y asegurando el control de los principales resortes del Estado. Sin embargo, esta centralización no ha logrado revertir la pérdida de popularidad del chavismo, que no se recupera desde su caída en 2014.

A las tensiones internas se suman las acusaciones de fraude electoral, que han intensificado la presión internacional sobre el gobierno. Estas denuncias refuerzan la percepción de que el chavismo se sostiene sobre una estructura institucional diseñada para perpetuar su hegemonía, en lugar de atender las necesidades de una población agobiada.

Un país fracturado

El panorama actual de Venezuela es el de un país al límite, donde las modestas señales de recuperación no alcanzan para aliviar el desgaste estructural acumulado durante años. La crisis económica, la creciente desigualdad y el desgaste político han creado un escenario de incertidumbre que amenaza con nuevas tensiones internas y mayores dificultades en el ámbito internacional.

Maduro afronta un periodo decisivo, no solo para sostenerse en el poder, sino para intentar reconstruir un país que parece alejarse cada vez más de su capacidad de recuperación. En un momento donde la política y la economía están profundamente entrelazadas, Venezuela sigue siendo un caso emblemático de cómo el mal manejo gubernamental y el aislamiento internacional pueden llevar a un Estado al borde del colapso.