EDITORIAL Horror en el Catatumbo
El Catatumbo, una de las regiones más olvidadas y violentas de Colombia, se ha convertido en el símbolo más crudo de un gobierno que prometió transformar al país, pero que hoy no puede ni proteger a sus ciudadanos. El saldo de más de 80 muertos y cientos de desplazados en los enfrentamientos entre el ELN y las disidencias de las FARC no es solo una tragedia humanitaria; es la evidencia irrefutable de un Estado incapaz de ejercer control y de un presidente que parece más cómodo con la palabrería que con las soluciones.
El proyecto estrella de Gustavo Petro, la «paz total», no solo ha fallado: ha profundizado el caos. Desde su llegada al poder, el presidente ha apostado por un discurso ambicioso de reconciliación, pero sus acciones han sido tímidas, erráticas y, en ocasiones, contraproducentes. Las negociaciones con el ELN y otros grupos armados han sido un desfile de promesas incumplidas y concesiones unilaterales que no han logrado contener la violencia. Ahora, con la suspensión de los diálogos con el ELN, Petro vive en carne propia el colapso de su principal bandera política.
¿Es esta la paz que se prometió al país? En el Catatumbo, la respuesta es un lamento de desesperación. Las comunidades indígenas y campesinas viven entre el fuego cruzado de grupos armados que se disputan un territorio estratégico para el narcotráfico. El gobierno, mientras tanto, observa desde la distancia, incapaz de imponer el orden y garantizar los derechos más básicos.
La declaración de «conmoción interior» no es más que un recurso extremo que evidencia la impotencia del Ejecutivo. Este mecanismo, diseñado para otorgar poderes excepcionales al presidente, llega tarde y se percibe más como un intento de ganar tiempo que como una solución efectiva. Petro podrá emitir decretos y concentrar el poder en sus manos, pero eso no resolverá la inseguridad ni devolverá la confianza a una población que se siente abandonada.
El fracaso no es solo militar o estratégico; es político. El mandatario ha sido incapaz de leer la realidad del país que gobierna. En lugar de fortalecer la presencia estatal en regiones como el Catatumbo, se ha aferrado a una visión romántica de la negociación, ignorando la complejidad de los actores armados y su conexión con economías ilícitas. Su apuesta por la paz se ha reducido a una serie de diálogos frágiles y poco efectivos, mientras el territorio sigue siendo controlado por las armas.
La frontera con Venezuela añade otra dimensión al desastre. El Catatumbo, históricamente utilizado como corredor por grupos armados y narcotraficantes, necesita una estrategia binacional seria y coordinada. Pero el gobierno colombiano, en su intento por mantener relaciones cordiales con el régimen de Nicolás Maduro, ha optado por el silencio frente a la complicidad que existe en el lado venezolano. Esta omisión no solo fortalece a los grupos ilegales, sino que también deja a las comunidades en una situación de doble vulnerabilidad.
Lo más preocupante es que el gobierno parece más pendiente de proteger su imagen que de asumir la realidad. Petro no ha ofrecido una hoja de ruta clara para hacer frente a la crisis, y cada nuevo comunicado oficial genera más incredulidad que el anterior. Mientras tanto, las cifras de muertos y desplazados aumentan, dejando al descubierto un liderazgo completamente desconectado de las necesidades del país.
El Catatumbo es el espejo de una nación al borde de la angustia. Las promesas de cambio de Gustavo Petro, que movilizaron a millones de colombianos, se están desmoronando bajo el peso de la violencia y la ineficacia del gobierno. La «paz total» no solo es una promesa rota; es una herida abierta que sigue sangrando.
En un momento en el que el país necesita liderazgo y firmeza, Petro se encuentra en un grave dilema: o toma medidas concretas y asume las consecuencias de su falta de preparación, o seguirá pronunciando discursos fallidos mientras el Catatumbo, y con él todo el país, se hunde aún más en el abismo de la violencia. La paz no se construye con palabras ni con decretos; se construye con acciones. Y hasta ahora, las acciones de este gobierno han sido tan insuficientes como decepcionantes.