Siria: un país en la cuerda floja entre la reconstrucción y la fragmentación
Barcelona, 11 de diciembre de 2024. La caída de la dictadura de Bashar al Assad ha abierto un nuevo capítulo en la historia de Siria, pero no necesariamente uno marcado por la estabilidad. Lo que podría interpretarse como un paso hacia la democracia está plagado de desafíos que van desde divisiones internas hasta intereses cruzados de potencias extranjeras. En este intrincado escenario, el camino hacia la paz y la reconciliación nacional parece tan complejo como incierto.
El caos de la transición
Tras más de una década de conflicto y la reciente salida del dictador hacia Moscú, las celebraciones en las calles sirias contrastan con la realidad de una nación profundamente fragmentada. La coalición opositora, que logró desalojar al régimen, enfrenta ahora un reto monumental: encontrar consenso en un grupo diverso que apenas compartía el objetivo común de derrocar al régimen de los Assad. La designación de Mohamed el Bashir, un destacado líder insurgente de Idlib, como primer ministro provisional, simboliza un intento de unidad, pero no asegura el éxito.
Mientras tanto, el vacío de poder ha generado desorden en varias regiones. Amplias zonas aún están bajo control del Estado Islámico o de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), apoyadas por Estados Unidos. Este escenario no solo evidencia los desafíos internos, sino que también refleja las cicatrices de una guerra civil de 13 años, que, en esencia, no ha terminado.
El tablero geopolítico: intereses cruzados
La implicación de actores internacionales añade una capa de complejidad a la crisis siria. Turquía, con una larga historia de intervención en el norte del país, sigue frenando cualquier intento kurdo de establecer una región autónoma. Israel, por su parte, ha intensificado su presencia militar en los Altos del Golán y continúa realizando bombardeos en suelo sirio, lo que ha llevado a la ONU a exigir el cese de sus ofensivas. Estados Unidos, que mantiene tropas en el territorio, persiste en su lucha contra los restos del Estado Islámico.
Rusia, tradicional aliada de al Asad, emerge como una de las principales perdedoras en este cambio de régimen. Limitada a sus bases militares en Latakia, Moscú enfrenta la reducción de su influencia en la región, al igual que Irán, otro aliado clave del antiguo gobierno.
La constante presencia de estas potencias no solo pone en riesgo la reconstrucción de Siria, sino que perpetúa un patrón de injerencia extranjera que dificulta la autonomía del país. Cada intervención está motivada por intereses estratégicos y no por el compromiso de estabilizar la región, lo que convierte a Siria en un tablero de ajedrez geopolítico más que en un territorio soberano.
El futuro de Siria: reconstrucción en medio de incertidumbre
Para avanzar, Siria necesita algo más que un nuevo liderazgo político. El país requiere una estructura de gobierno inclusiva que respete las diferencias étnicas y religiosas, que promueva la igualdad de género y que garantice los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Sin embargo, mientras persista la influencia extranjera y las divisiones internas, la unidad seguirá siendo un objetivo distante.
Además, la decisión de algunos países europeos, como Alemania y Francia, de considerar a Siria un «país seguro» para detener la concesión de asilo es un error estratégico. Este cambio de narrativa no solo pone en peligro a miles de refugiados, sino que también subestima la fragilidad de un país que aún lucha por levantarse de las cenizas.
Un vistazo al pasado: lecciones históricas
Para entender el presente de Siria, es necesario recordar su historia. Durante siglos, Siria fue un cruce de caminos de civilizaciones, un centro cultural y comercial en el mundo árabe. Sin embargo, las últimas décadas estuvieron marcadas por la opresión de la familia Asad, que gobernó con puño de hierro desde 1971. Hafez al Asad, y más tarde su hijo Bashar, instauraron un régimen autocrático que sofocó cualquier intento de disidencia.
El levantamiento popular de 2011, inspirado por la Primavera Árabe, se transformó rápidamente en una guerra civil. Lo que comenzó como una demanda de derechos y libertades degeneró en un conflicto armado alimentado por intereses internacionales. El precio ha sido devastador: cientos de miles de muertos, millones de desplazados y un país al borde del colapso.
Hoy, Siria tiene la oportunidad de reescribir su historia, pero las lecciones del pasado no deben ser ignoradas. La democracia no puede ser un espejismo en medio de las ruinas; debe construirse desde la reconciliación y el respeto mutuo, sin que las potencias extranjeras dicten el rumbo de un país que merece recuperar su soberanía y su dignidad.