EDITORIAL El Icetex, otra víctima del populismo y la incompetencia.
La crisis financiera que atraviesa el Icetex es mucho más que un problema administrativo. Es la evidencia de un gobierno que parece tener como especialidad querer arruinar todo aquello que, aunque imperfecto, funcionaba. En un país donde el acceso a la educación es un lujo para muchos, dejar a la deriva a más de 200.000 jóvenes no es solo una tragedia social; es un acto de irresponsabilidad descomunal.
El descalabro comenzó con los retrasos en los giros del Ministerio de Hacienda, un asunto que el gobierno intenta maquillar bajo el eufemismo de «reprogramaciones». La realidad, no obstante, apunta a un manejo desastroso de las finanzas públicas, donde los compromisos se acumulan y los discursos superan a las soluciones. ¿Cómo puede una administración que se jacta de su compromiso con la igualdad ignorar a los mismos jóvenes que prometió proteger?
Aún más inquietante es la confusión deliberada entre las entidades encargadas. El Ministerio de Educación se lava las manos asegurando que el Icetex no le compete, mientras el Ministerio de Hacienda admite problemas de caja pero pide paciencia. Este juego de responsabilidades diluidas es típico de un gobierno que nunca termina de definir qué es prioritario, salvo, claro, el espectáculo mediático.
La propuesta de convertir al Icetex en un banco tradicional es el colmo de la incoherencia. ¿La solución a su crisis es transformarlo en una entidad que compita en el mercado financiero? Esto no solo elimina su esencia social, sino que lanza a los estudiantes más vulnerables a las garras de un sistema que privilegia las ganancias sobre las oportunidades. Irónicamente, quienes predican justicia social parecen estar cavando la tumba de una de las pocas herramientas que aún permitía soñar con un país menos desigual.
En lugar de asumir la gravedad de los hechos, el presidente y sus funcionarios han optado por el camino fácil: culpar a los “enemigos ideológicos”. En su narrativa, todo aquel que critica las decisiones del gobierno está al servicio de oscuros intereses privados. Mientras tanto, los jóvenes afectados, esos mismos que sirvieron como estandarte de su campaña, quedan atrapados en un limbo entre la propaganda y la realidad.
El cinismo no se detiene ahí. Los constantes desencuentros entre las versiones oficiales solo aumentan la sensación de improvisación. Mientras el ministro de Educación desmiente recortes presupuestales, los estudiantes viven la amenaza real de perder sus cupos. Todo esto ocurre en un momento donde la educación debería ser la prioridad, pero parece estar relegada al último lugar en la agenda del gobierno.
Este episodio solo puede dejar sinsabores; es decir, cuando la incompetencia se combina con el populismo, las instituciones terminan siendo sacrificadas en el altar de la demagogia. El Icetex no es solo una institución en crisis; es un símbolo del desprecio por la planificación y el profesionalismo. En un país que ya tiene profundas desigualdades, dilapidar los pocos puentes hacia el progreso es imperdonable.
Si algo queda claro, es que este gobierno tiene una habilidad especial para vender ilusiones mientras destruye realidades. La educación, ese motor del desarrollo, está siendo tratada como un problema más que como una solución. Quizá el verdadero reto no sea salvar al Icetex, sino rescatar al país de esta deriva peligrosa donde la incompetencia y la ideología se han convertido en norma.