En el 2026 Colombia necesita un líder que la sienta y la transforme
Parece que el mantra de vivir y disfrutar del presente no aplica para nosotros, los colombianos, especialmente en medio de la incertidumbre que se cierne sobre nuestra democracia. Nunca antes habíamos esperado con tantas ansias unas elecciones (Dios quiera que podamos celebrarlas). Lo cierto es que el 2026 será un año decisivo que marcará la hoja de ruta política del país en los próximos años. Aunque parece lejano, el tiempo corre veloz, y cuando menos lo esperemos, estaremos ad portas de elegir al sucesor designado que tendrá la enorme responsabilidad de reparar el caos que está dejando su predecesor.
No será una tarea fácil. Nos toparemos, una vez más, con campañas de descrédito dirigidas contra los líderes que gozan de mayor popularidad, como ocurrió en las elecciones de 2022. Se repetirán las mismas tácticas sucias y ataques, y las caras electorales serán prácticamente iguales. Los aspirantes a la presidencia no presentan novedades y, lo más grave, no inspiran una verdadera esperanza de transformación.
Aquí es donde comienza a vislumbrarse el verdadero inconveniente: la apatía política generalizada. No es solo que las personas sean las mismas; es que representan lo mismo de siempre. No hay novedad, no hay liderazgo inspirador, y lo que es peor, no hay soluciones creíbles para los problemas que tiene Colombia. La última encuesta presidencial lo deja claro: Juan Manuel Galán, Claudia López y Sergio Fajardo, todos viejos conocidos, ocupan los primeros puestos. No obstante, aunque encabezan las intenciones de voto, lo hacen con porcentajes tan bajos que lo único que demuestran es el profundo escepticismo del electorado.
La encuesta del Centro Nacional de Consultoría, presentada por CAMBIO, nos muestra que el centro político tiene una ligera ventaja. En consecuencia, ese «centro» es el mismo que ya fracasó estrepitosamente en las elecciones de 2022. Galán, con su apellido ilustre pero su falta de logros tangibles, López, que dejó a Bogotá sumida en la inseguridad y el desorden, y Fajardo, el eterno candidato tibio que nunca logra definirse, son opciones que no convencen ni siquiera a sus propios votantes. El hecho de que ninguno de ellos supere el 11% en las encuestas es un reflejo de la crisis de liderazgo que vive el país.
Por otro lado, la derecha se encuentra fracturada y enfrentada a una nueva figura que ha agitado el tablero político: Vicky Dávila, quien ha sabido capitalizar el descontento y se posiciona como una candidata destacada. La falta de nuevos liderazgos en la derecha tradicional es evidente, con figuras como María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Miguel Uribe buscando respaldo en el Centro Democrático. La alianza de Dávila con el Grupo Gilinski le proporciona una plataforma poderosa, que emplea hábilmente para fortalecer a sus aliados y debilitar a sus opositores.
En medio de esta perspectiva, sorprende el resurgimiento de Germán Vargas Lleras, quien lidera la intención de voto con un 8,1%. Después de haber sido considerado políticamente muerto, Vargas Lleras parece haber encontrado una segunda oportunidad, impulsado quizás por la falta de alternativas serias en su sector. Su retorno pone de manifiesto que, en Colombia, el reciclaje político sigue siendo la norma. No importa cuántos fracasos o escándalos acumule un personaje, siempre encontrará una nueva ventana de oportunidad en unos votantes que parecen dispuestos a aceptar el mal menor.
En la izquierda, la situación es incierta. Gustavo Petro, a pesar de ser presidente, no ha logrado encontrar un sucesor que asegure la continuidad de su proyecto. La senadora María José Pizarro lidera las preferencias dentro del Pacto Histórico con un 5,4%, seguida por Gustavo Bolívar y Francia Márquez, quienes no parecen captar un electorado amplio. Petro tiene el reto de consolidar su influencia sin sucesores claros para reemplazarlo, y la derrota de Bolívar en Bogotá debilita aún más las perspectivas para 2026.
Por consiguiente, la verdadera competencia en la política colombiana sigue siendo entre los dos grandes polos: Álvaro Uribe y Gustavo Petro. En una segunda vuelta, un 45,9% votaría por el candidato respaldado por Uribe, frente al 27,2% que lo haría por el de Petro. A pesar de los escándalos y el desgaste de su imagen, Uribe sigue siendo un factor decisivo con una base amplia de apoyo, mientras que Petro mantiene influencia, pero su capacidad de endoso parece limitada.
Esta realidad demuestra el estado actual de la democracia: atrapados en el liderazgo tradicional, donde los líderes históricos siguen dominando y las nuevas generaciones no logran presentar una visión diferente. Las elecciones de 2026 parecen dirigirse hacia una repetición del pasado, con los mismos de siempre disputando el poder sin ofrecer soluciones reales a las dificultades de la nación.
Aquí surge el dilema: la apatía política ha ganado terreno. Las mismas caras, los mismos discursos vacíos y la falta de propuestas concretas han hecho que los colombianos pierdan fe en sus representantes. Los políticos parecen más preocupados por mantener su lugar en el poder que por dar solución a las crisis profundas que afectan al país. A pesar de esto, aunque falten dos años, no perdemos la esperanza de que aparezca una nueva cara, un liderazgo fresco que sepa administrar, que sea un buen ser humano y un gran líder, alguien que realmente sienta el dolor de la patria y asuma con responsabilidad el compromiso de servirle a los colombianos, ya cansados de tanta demagogia e irresponsabilidad.