Es una Lástima
Las elecciones presidenciales en Venezuela fueron una vergüenza. Pero las reacciones de organismos, gobiernos, medios de comunicación y usuarios de redes fueron una lástima por sus características cerriles. La diplomacia y la política saben que ese tipo de reacciones suelen ser inconvenientes, infructuosas, inútiles. La política es el arte de lo posible y, por lo mismo, es preciso manejarla con cabeza fría. Alguien lo dijo mejor: cuando surgen estos problemas hay que ponerse un bloque de hielo en la cabeza y un pañuelo en la nariz.
También es una lástima que analistas y ciudadanos influyentes de distintos países respondan en forma tan visceral a la idea de estimular negociaciones entre las dos partes enfrentadas en Venezuela. Es como si la región quisiera revivir, sesenta y cinco años después, los errores del presidente Dwight Eisenhower, cuya dura mano se empeñó en apretar a Cuba hasta ahogarla, con resultados adversos. Cuba no está bien, pero está ahí y es un factor de perturbación más que una muestra de pluralismo. ¿Acaso se quiere repetir semejante equivocación con Venezuela? La oposición venezolana tendrá que seguir protestando contra la dictadura y la comunidad internacional tendrá que mantener su postura crítica, pero también procurar una negociación a favor de la democracia, de manera que el pueblo venezolano no termine encerrado en un callejón sin salida.
Es una lástima que los propios colombianos minimicen las propuestas del presidente Gustavo Petro, bajo las cuales subyacen la obligación y la responsabilidad de alguien obligado a conducirse con tino: Colombia no puede cometer, otra vez, la torpeza de un pasado gobierno que, ignorando las dinámicas propias de una frontera tan activa y dinámica como pocas, puso en peligro la tranquilidad interna. El propio Maduro le recordó a Petro y a Lula la necesidad que tienen sus gobiernos de colaborar con Venezuela en materia de seguridad fronteriza.
Por fortuna la comunidad internacional terminó asumiendo el realismo de aproximar criterios para apoyar el liderazgo mediador de Brasil y de Colombia. Incluso para suscribir un comunicado conjunto en el que por primera vez van de la mano Estados Unidos, la Unión Europea y los países de América Latina. No es fácil saber cómo termina ese proceso, pero es una lástima que haya colombianos anteponiendo su sectarismo doméstico o su vocación tribal, sobre el buen suceso de unos desarrollos relacionados no solo con la democracia en la región, sino con la misma gobernanza territorial colombiana.
Independientemente de las afinidades y de las antipatías entre gobiernos vecinos, es esa vecindad la que hace de Brasil y de Colombia los países ideales para mediar en la crisis venezolana. La propuesta de repetir las elecciones, formulada por Lula, encontró rechazo en el gobierno y en la oposición. La de Petro, en el sentido de mirar la experiencia colombiana del Frente Nacional podría seguir girando en el radar diplomático. Pero, si no hay opción de negociar, la crisis se enquista y el régimen se eterniza, como en Cuba. Eso no lo evitan las condenas teóricas, sino la negociación pragmática. Si ésta resulta imposible es una lástima; peor aún, es una vergüenza.