2 de diciembre de 2023

Gracias, pero no

26 de septiembre de 2023
Por Sebastián Galvis Arcila
Por Sebastián Galvis Arcila
26 de septiembre de 2023

Han venido a invitarme a hacer parte del grupo que cree que justicia social es tener igualdad en las oportunidades y que para lograrlo hay que redistribuir la riqueza entre las personas para que no existan ricos ni pobres. Han venido a incitarme contra el Estado mientras este no logre asegurar a cada ciudadano una vida digna; pero les he dicho que no, porque creo en la equidad y la meritocracia; creo en la responsabilidad particular como fundamento de la acción colectiva, creo que las necesidades se satisfacen tras el esfuerzo común de los ciudadanos; todavía no me considero una víctima del sistema aunque no niego las desigualdades en el mundo; y no creo que la opresión está anclada a las cuentas bancarias de las familias más adineradas de la tierra.

Me vinieron a convidar a la lucha socialdemócrata para agitar con ardentía las banderas del Che Guevara y del comunismo; pero les he dicho que creo firmemente en el matrimonio, en defender la familia tradicional y en el sexo responsable, no en las gestas políticas de Fidel Castro, Hugo Chavez o Cristina de Kirchner. Tampoco en la de Gustavo Petro, aunque por el bien del país es favorable permitirle gobernar desde el sano proceder de una oposición propositiva que defienda los principios constitucionales.

Pero ellos insisten y me exhortan a transformar el país o lo que queda de este, desde la conservación del planeta y el feminismo como formas de defenderse del capitalismo. En tal sentido, me convidan a sentirme huérfano para llenar mi vacío con algún tipo de sustancia: quizá sea con la necesidad compulsiva de comprar en una tienda de ropa o accesorios, o con el consumo de alcohol y drogas psicoactivas. Como sea, no estoy preparado para sentirme centro del mundo ni tan narcisista como para creer que el placer es el principal ideal de la existencia, porque esa forma de pensamiento aburguesado empieza a quedarse sin tiempo en la carrera del presente siglo.

Digo que ese pensamiento tiene que quedar obsoleto una vez defiende el fondo de pensiones estatal y condena los privados, de la misma forma como lucha por la educación pública y sataniza la privada. Ser defensor del estado no implica atacar los bienes particulares, sino participar activamente en dinámicas funcionales del país a través del fortalecimiento de los poderes y de las instituciones o colectivos según su naturaleza. No pretendo ser un militante de una ideología que quiere prevalecer sobre las demás, que se impone en defensa de los gustos y defiende puntos de vista insostenibles como este: “la vida es mejor en la gran ciudad de los rascacielos que en la pequeña aldea cruzada por las sombras de los árboles”.

Han venido a persuadirme de sumarme a la lucha política por la igualdad de la mujer y la exigencia de derechos al gobierno, a compartir cadenas de información en la web y promulgar un crítico activismo contra el sistema. Pero insisto, no estoy preparado para ello, porque no me sentiría bien haciendo huelga ambiental usando dos celulares, o discursando a favor de las comunidades sexualmente diversas si mi hijo estudia en un colegio confesional, y menos aún, hablar del divorcio en tiempos de libertinaje cuando yo he atravesado la separación con ayuda de la religiosidad.

Definitivamente no hay cómo suscribirme a un comunismo superado por la cortina de hierro, ni cómo subirme al bus de un progresismo contradictorio que se fija en dietas y cuerpos esbeltos para hacer campaña publicitaria a favor de ideales superficiales que muy poco pueden decir sobre una sociedad convulsiva que no aprende a convivir todavía.