La barbarie paramilitar contada por Salvatore Mancuso
Produce escalofrío escucharlo. Sin embargo, es necesario hacerlo para no olvidar lo que fue esa guerra que, según las estadísticas del Centro de Memoria Histórica, acabó con la vida de 94 mil 754 colombianos en masacres y asesinatos selectivos. Fue el segundo al mando de esa máquina de muerte llamada paramilitarismo, que se extendió por toda Colombia para sembrar dolor en miles de familias. Bajo sus órdenes, hombres vestidos de camuflado, fuertemente armados, llegaban a las poblaciones para asesinar a quienes señalaban de pertenecer a la guerrilla o de ser sus auxiliadores, produciendo el desplazamiento forzado de sus habitantes. Sus palabras fueron un inventario de esa violencia que desataron con la complicidad de estamentos del Estado. Declaraciones que, hay que decirlo, sacudieron al país.
Lo que Salvatore Mancuso reveló en las audiencias ante la JEP muestra hasta dónde llegó el paramilitarismo en su intento de detener el avance de los grupos alzados en armas. El movimiento que surgió a finales del año 1994 como una fuerza armada fundada por los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño con el nombre de Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá para hacerle frente a los grupos guerrilleros que llegaron a esa región a extorsionar, secuestrar y asesinar, se fortaleció cuando en 1997 se unió con otros grupos delictivos que en diferentes regiones tenían el mismo objetivo, para crear la Autodefensas Unidas de Colombia. Sin embargo, auspiciados por lideres políticos, se convirtieron en despojadores de tierra y asesinos de gente que nada tenía que ver con el conflicto armado.
En su informe sobre el paramilitarismo, el Centro Nacional de Memoria Histórica dice que los intereses de la expansión territorial de las Autodefensas Unidas de Colombia “coincidió con una estrategia deliberada de influir en procesos políticos y respaldar a congresistas y políticos locales para legitimar su poder”. Aquí se está diciendo lo que todo Colombia sabe: que en algunas regiones se aliaron con el narcotráfico para financiarse y, en otras, con la clase política para coaccionar a la gente a que votara por determinado líder político. Esto fue lo que hizo Alvaro García Romero, condenado a cuarenta años de cárcel como determinador de la Masacre de Macayepo. En su audiencia ante la JEP, donde busca ser admitido para recibir beneficios procesales, Salvatore Mancuso reveló varios nombres.
En una confesión donde se advierte que el dolor humano no tenía para los integrantes de ese grupo armado ningún significado, el exjefe paramilitar ratificó lo que en Colombia era vox pópuli: la utilización de hornos crematorios para acabar con la vida de las personas que caían en sus manos, y arrojar cadáveres a los ríos para evitar que incrementaran las estadísticas que se venían manejando sobre el número de personas que eran asesinadas. Dijo que muchos de las víctimas fueron lanzadas a ríos en territorio venezolano a pedido de algunos militares, que estaban preocupados por la cantidad de muertos que registraba la prensa. Dio, además, nombres de oficiales que recibieron cuerpos para hacerlos pasar como falsos positivos. El país no puede olvidar tanta sangre derramada.
Salvatore Mancuso ratificó ante la Jurisdicción Especial para la Paz los vínculos que miembros del ejército tuvieron con su organización delictiva. Que una institución que está llamada a proteger la vida y honra de los colombianos resulte comprometida en masacres y asesinatos selectivos como facilitadores o cómplices es algo que dejó muy mal parado al ejército. La JEP está en la obligación de llamar a esos militares que el exjefe paramilitar señaló para que aclaren qué relación tuvieron con las AUC. Mancuso indicó que el general Rozo José Serrano ayudó a que lo liberaran cuando él y Jorge 40 fueron detenidos en La Guajira. Y repitió lo que ya la justicia comprobó: que José Miguel Narváez puso el DAS al servicio de ese grupo armado, y que fue quien les pidió que mataran a Jaime Garzón.
El segundo hombre al mando de las AUC causó dolor a miles de familias. Es una herida que no cicatriza. Los familiares de quienes fueron asesinados siguen esperando que les digan por qué mataron a sus seres queridos. No basta con el arrepentimiento de los ejecutores de esos crímenes. Quienes vieron descuartizar con sierras eléctricas a sus seres queridos nunca olvidarán esos momentos. Lo que ha hecho Salvatore Mancuso es revivir ese dolor. El hombre que sonreía orgulloso cuando fue recibido con aplausos en el Congreso de la República por parte de quienes llegaron allá gracias al constreñimiento armado debe entregar pruebas sobre esos terceros que financiaron el paramilitarismo. Sería un aporte a la construcción de la verdad y, sobre todo, a que haya reparación y justicia.