28 de marzo de 2024

De cómo narra García Márquez la  peste del cólera que vivió Cartagena

25 de mayo de 2023
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
25 de mayo de 2023

En El amor en los tiempos del cólera Gabriel García Márquez habla sobre la peste que azotó a Cartagena por los años en que transcurre la historia de amor entre Florentino Ariza y Fermina Daza. Lo hace con una minuciosidad sorprendente, deteniéndose en detalles simples como “el canal de aguas áridas, cuyo puente de argamasa tenía una marquesina con un letrero esculpido por orden de algún alcalde clarividente”. Al llegar a la página 155, el lector entiende que el interés de la novela está centrado en las peripecias que hace Florentino para acercársele a Fermina, y en la historia que ella vive con Juvenal Urbino, no en la peste que para ese tiempo asoló a la ciudad ni en las personalidades de “algunos muertos insignes que eran sepultados bajo las losas de las iglesias”.

¿Cómo describe García Márquez la ciudad que está padeciendo el cólera? Miremos algo de lo que escribe: “Los menos ricos eran enterrados en los patios de los conventos”, mientras que los pobres “iban al cementerio colonial, en una colina de vientos separada de la ciudad por un canal de aguas áridas”. Fueron tantos los muertos que ”el aire de la catedral se enrareció con los vapores de las criptas mal selladas, y sus puertas no volvieron a abrirse hasta tres años después”. Como el cementerio no daba abasto para enterrarlos a todos, muchos cuerpos tuvieron que ser depositados en lugares sagrados convertidos por la necesidad en camposantos. Entre estos lugares sagrados estaba el claustro del convento de Santa Clara, que “quedó colmado hasta sus alamedas en la tercera semana”.

El amor en los tiempos del cólera no es una novela donde se narre desde un principio cómo fue esa epidemia. Simplemente es el trasfondo de la historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza. Las frases de la primera página, “El refugiado antillano Jeremiah de Saint-amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños”, adversario en el juego de ajedrez de Juvenal Urbino, que “se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro”, pone al lector en aviso de que la historia que va a leer no es la de esa enfermedad. Lo que si ocurre con La peste. En el libro de Albert Camus se sabe, desde la primera línea, que se van a narrar unos hechos trágicos. En la novela de García Márquez se sabe que se va a disfrutar una narración donde el eje central es una historia de amor.

Gabriel García Márquez no es tan exhaustivo como Albert Camus en la descripción de lo que pasa en Cartagena por esos días. Se limita a decir que el cólera fue tan encarnizado en la población negra que fue necesario habilitar como cementerio el huerto de una comunidad religiosa, que se excavaron sepulturas profundas para enterrar en tres niveles y que el suelo se volvió como “una esponja que rezumaba bajo las pisadas una sanguaza nauseabunda”. Y que ante tanto muerto, las autoridades debieron disponer de una hacienda de ganado de engorde “que más tarde fue consagrada como Cementerio Universal”. El escritor dice que la enfermedad cesó de pronto, que nunca se conoció el número de muertos y que la víctima más notable fue el médico Marco Aurelio Urbino.

Cuando el doctor Marco Aurelio Urbino se dio cuenta de que tenía la enfermedad se apartó del mundo para no contagiar a nadie. Incluso, al morir no se permitió ver su cuerpo. Cumpliendo su última voluntad, fue enterrado en el cementerio común. De su familia se despidió con una carta de amor donde agradecía haber existido. García Márquez dice que en sus últimos días estuvo “encerrado solo en su cuarto del hospital de la Divina Misericordia, sordo al llamado de sus colegas y a la súplica de los suyos, ajeno al horror de los pestíferos que agonizaban por los suelos de los corredores”. A su hijo Juvenal le informaron de su muerte tres días después. Se encontraba en Paris, y durante una cena hizo un brindis con champaña a la memoria de su padre.

En Cartagena se vivieron las cuarentenas. Dos niños murieron en distintos lugares de la ciudad, y sus familiares fueron separados mientras en los barrios donde vivían todos los pobladores fueron sometidos a una estricta vigilancia médica. La ciudad se fue recuperando lentamente, y de esas cifras abultadas de muertos que registró en los primeros días se pasó a fallecimientos aislados. El éxito del proceso para evitar contagios se le debió a Juvenal Urbino, que al regresar de Paris quiso asumir el trabajo de su padre. Narra García Márquez que nunca reclamó haberlo logrado “porque él mismo estaba entonces con un ala rota, atolondrado y disperso, y decidido a cambiarlo todo y a olvidarse de todo lo demás en la vida por el relámpago de amor de Fermina Daza”.

En cuatro páginas de El amor en los tiempos del cólera está sintetizado todo lo que fue el cólera en la ciudad amurallada en ese año 1849, que paradójicamente fue el mismo en que se presentó en Orán, Argelia, la epidemia que Albert Camus llevó a su novela La peste. Un testigo de los acontecimientos, el general Joaquín Posada Gutiérrez, coincide con el novelista de Aracataca. Lo relata de esta manera: «De las personas que fueron atacadas ninguna vio ponerse el sol. En la noche de ese día la mortandad se duplicó y en los siguientes en progresión creciente. El gran patio del cementerio se llenó de cadáveres. Fue preciso hacer largas y hondas fosas para sepultar a los muertos. Se hacían tiros de cañón creyendo que podía purificarse el aire con las detonaciones”.

El cólera produjo la muerte de la cuarta parte de la población de Cartagena. García Márquez escribió que las primeras víctimas “cayeron fulminadas en los charcos del mercado”, y que fueron once semanas con una mortandad inmensa. Y agrega que en las dos primeras semanas “el cementerio fue desbordado, y no quedó sitio disponible en las iglesias, a pesar de que habían pasado al osario común los restos carcomidos” de próceres ya olvidados. Finaliza diciendo que desde la proclamación del bando del cólera, “en el alcázar de la guarnición local se disparó un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche”, y que nunca se tuvo noticia sobre todos los estragos que produjo. Las descripciones de Gabriel García Márquez sobre el brote de cólera asiático que azotó a Cartagena son frases de fina textura literaria.