28 de marzo de 2024

X las lecturas

20 de marzo de 2023
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
20 de marzo de 2023

Recuerda Vicente:                                                                                           Este mismo título, es el primero, esencial, de No hay enemigos a la derecha,  libro en el que expone Silvio Villegas  las ideas de sus primeros años, y en el que menciona los clásicos que leyó mientras estudiaba su bachillerato, y  los primeros años de universidad, y aquellos en los que encontró asidero para el movimiento que inició con sus amigos, y que pensó que los llevaría al poder, así como  los autores con los que sustentó  esa primera década de oposición al gobierno liberal de “la Revolución en Marcha” de López, que lo fueron inclinando hacia una derecha más enfática, al tiempo que en Europa surgían ideologías de extrema.

Leyó “con el mayor desorden lo que entonces era posible leer, en una ciudad de provincia, contrita y patriarcal. Los clásicos en primer término: Homero, Hesíodo, Teócrito, Cicerón, Aristóteles, Platón, Plutarco, Dante, Shakespeare, Cervantes.”. Los debió leer en la misma forma en que algunos de nosotros los leímos, a estos y a otros, en sus obras más sobresalientes, en nada exhaustiva, pero de cada uno y de muchos más, como la de los Leopardos e igual en la suya Vicente, supimos los estudiantes de mi generación en la secundaria, una enseñanza que duró pocos años más.

Sigue Silvio: “Mi intención iba de preferencia hacia los llamados libros prohibidos, que repasaba con morosa deleitación: Renan, Nietzsche, Spencer, Ibarreta, Marx, Nordau, Haeckel, Darwin. Ya no se habla de “libros prohibidos”, pero estos autores reposaban también en la biblioteca de nuestros padres, y sobre ellos continuaba la censura o advertencia por parte de ellos o de los maestros de las materias del pensum que aludían a ellos. Los tres primeros ameritan también un capítulo muy personal. Los últimos los investigué para tareas colegiales en la Biblioteca Municipal. Recuerdo que Ernst Haeckel me suscitó un interés especial, con el otro naturalista, Lamark. Pero quiero confesarle que Ibarreta fue un nombre que nada me dijo, ni nadie mencionaba. Muchos años después supe que Rogelio Herques Ibarreta fue un anticlerical monegasco, escandaloso por sus actitudes y escritos, y por su fin trágico.  Silvio debió leer La religión al alcance de todos, que fue perseguido, lo que ayudó a su éxito. Tenido luego por anticuado, se olvidó pronto, y durante el largo régimen franquista se borró. Al desaparecer este, fue vuelto a editar. “Feliz iniciativa”, según el escritor ateo Puente Ojea.

Los primeros constituyeron una permanente atracción intelectual por el aura que los rodeaba. No por esa mera mención que hizo Silvio, y por sus citas en la obra. Si los ecos de Ernesto Renan llegaron hasta mi generación, como recuerdo de lo sucedido con él, supongo que en la suya fueron más audibles. En mi casa vi una edición ordinaria de la Vida de Jesús, que se sabía, había sido expresamente condenada en el Índice, pero al leerla con ese interés escabroso por la fama, lo encontré más bien inofensivo y bonito. Después supe que esa edición estaba expurgada, pero el aludirla nos servía como pretensión escandalosa en el medio jesuítico y conservador muestro. Y en la biblioteca paterna había varios de Renan. Su nombre y su imagen la encontraba en las viejas Cromos y El Gráfico que hubo en la casa. Y en biblioteca pública, años más tarde repasaba capítulos de los varios tomos de su Historia del Cristianismo, y uno en particular de Renan lo he querido mucho, Recuerdos de infancia y juventud, que incluye la famosa Oración por la Acrópolis que alguna vez nos fue imposible no leer en voz alta.  Y usted mantuvo más presente que yo, la definición del maestro francés que traen casi todos los textos de derecho constitucional sobre qué es Nación: ”¿Qu’est-ce qu’une nation? L’existence d’une nation est un  plebiscite de tous les jours, comme l’existence del l’individu est une affirmation perpetuélle de vue”. Un  plebiscito de todos los días.

Me excusa, porque no se trata de mis lecturas, las que me fueron sugeridas, en primera instancia por Silvio Villegas, no lo dude, sino las que el escritor caldense indica que fueron las suyas: ”La primera influencia decisiva en la formación política de Eliseo Arango y en la mía fue la de Federico Nietzsche. Así hablaba Zaratustra llego a ser para nosotros la biblia del porvenir. Allí aprendimos que la democracia igualitaria es enemiga de toda superioridad; que una minoría selecta conduce la trabajosa marcha de mundo; que el socialismo es el regreso a la barbarie. Este sármata anarquista, ingenioso y bárbaro, nos enseñó a dudar de las soluciones del tumulto. Cada uno de los signos mágicos de Zaratustra, era una invitación a volar sobre las más altas cimas, un exigente deseo de perfeccionamiento, un estimuló permanente a la voluntad de dominio. El pensamiento contra revolucionario de nuestra época se nutre en gran parte de las ideas de Federico Nietzsche. Alemania, que produjo el veneno revolucionario, es decir, El Capital, de Marx, le ha dado al mundo el antídoto. Es una influencia para rectificar, pero una influencia. En el fondo Nietzsche es un latino. Su pasión dominante fue la Grecia clásica…Por otra parte toda su obra es una lucha perpetua contra lo que juzgamos hoy fundamental para toda organización política: el triunfo de la razón”.

A propósito de El Capital, de Carlos Marx, Silvio  Villegas, Eliseo Arango, y es probable que los otros Leopardos, como casi todos los de la generación de Los Nuevos, al menos los que permanecieron más tiempo en el país, pudieron leer esta obra en el resumen de Gabriel Deville, un teórico francés divulgador de esa obra y que circuló en edición mexicana por la América Latina, no sé si pirata como las que después se multiplicaron, y con el apéndice del yerno de Marx, Paul Lafargue. Los de los finales de los sesenta y setenta, Vicente, nos enfrentamos a los tres extensos tomos, con guía, pero Louis Althuser, Martha Harnecker, y varios otros nos dieron la versión de lo que juzgaron esencial.

Los de José Camacho Carreño, con solo saber que sin tener los 13 años ganó el premio de ensayo en su colegio el Gimnasio Moderno sobre un tema del Quijote y que actuó haciendo de Sancho con el poeta Alberto Ángel Montoya haciendo de Quijote en una velada teatral, nos dice de su temprano conocimiento de la obra cervantina. Y fue un adelantado lector de los clásicos españoles, ya que recibiendo clases de historia y literatura castiza, con don Tomás Rueda Vargas, cuenta que “cuando acordé me había leído la biblioteca de Rivadeneira, con la sencillez de quien eleva una cometa y sin que yo sintiese jamás la cuerda que me daba el preceptor, ni la facilidad con que me trasportaba de uno a otro viento”. El solo contemplar los inmensos tomos, como treinta en la Municipal, de esa colección, y abrir unos cuantos, me remitía a los que en otras ediciones se guardaban en casa, por el gran adicto a la literatura española que fue mi padre. Lo fue su generación.

Seamos reiterativos, porque hoy es aún más admirable, lo  que dijo el “maestro por excelencia” de castellano y literatura de la juventud santandereana, y bolivariano como pocos, José Fulgencio Gutiérrez, para ingresarnos a las páginas que le entregó José Camacho Carreño, a sus contemporáneos, y a los que los siguieron, y a los que ha continuado revelándose, que hasta a un joven profesor recién lo deslumbraron los destellos que manaban de ese castellano, puro Siglo de Oro, con una naturalidad de fuente de agua: “La ciencia del idioma y la opulencia en el giro se anticiparon en el muchacho prodigioso a la madurez de los años; pues cuando apenas andaba por los trece años, ya se tenía leídos y consubstanciados los clásicos castellanos, y había vencido en sonado concurso moceril, con una página bruñida y granada sobre la más famosa aventura que pasaron, en felice día, nuestro señor Don Quijote y su ladino escudero. Hasta hace unos años profesaba Camacho Carreño la convicción de no haber superado ese escrito…”,  -como un tiempo la colegial mía sobre él-, y lo que insistió este citado testigo casi diez años mayor: “Muchas veces hemos cavilado indecisos si en Camacho Carreño es más grande el escritor musculado y donairoso, señor de todos los secretos del habla, o el orador que ensalma muchedumbres y postra y ampara de mano poderoso”. Similar nos pasó a nosotros, por el eco histórico y la imaginación.

Por otras menciones que hay en sus escritos, las novelas Navarro Villoslada, los trabajos de Navarro Ledesma, los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, los discursos de Donoso Cortés y de Emilio Castelar, con la lectura gimnasiana de Demóstenes y Cicerón, debieron dejar listo al bachiller Camacho Camacho para el pasmo que causó desde su primera intervención oratoria en la universidad.

Silvio  Villegas ha contado cómo Eliseo Arango compartió sus lecturas cuando condiscípulos  en el Instituto Universitario, y le debió compartir la biblioteca de su padre, aprovechando del análisis de Arango por su manifiesta  tendencia filosófica desde esos días.  Y ya veremos las de  Augusto Ramírez Moreno, que en uno de sus característicos desplantes, negó que lo hiciera. “Pero, entonces, ¿usted no lee? -le preguntó Alejandro Vallejo. -¡Nunca! Nadie puede decir que me haya sorprendido en ese vicio solitario. Soy esencialmente un creador.” -le respondió.