Recuerdos que enseñan
En días pasados, cuando estaba en Colombia mi único hermano, decidimos viajar de Manizales a Bogotá por tierra, pero hacerlo por una ruta poco convencional.
No son muchos los kilómetros que faltan por pavimentar y, seguramente, si se cumplen los tiempos del contrato, pronto estará concluida. Llegados a ese punto, las autoridades deberán ejercer una rigurosa vigilancia para que el parque no pierda lo conservado.
Después de alcanzar la cima de la montaña se baja hacia el municipio de Murillo. Allí se siembran papa y legumbres y se tienen vacas de ordeño. Es un pequeño pueblo que conserva aún muchas de sus viviendas construidas con tabla por los pobladores iniciales de esa región. Viviendas dignas de conocer por sus calidades y condiciones de construcción, y que deberían ser, además, parte de nuestro patrimonio arquitectónico.
Las crisis de precios de la papa, las heladas y granizadas y las dificultades para la producción agropecuaria no han logrado derrotar a sus pobladores, quienes, con firmeza, se niegan a salir del territorio, así muchos jóvenes se hayan visto obligados a hacerlo.
Continuando nuestro viaje nos adentramos en la zona cafetera del municipio del Líbano, un territorio poblado inicialmente por campesinos y por dueños de tierras que crearon en el Tolima, Caldas, Cundinamarca y Santander lo que se conoce en la historia del café como las ‘haciendas cafeteras’.
Correspondió a un período histórico en el que dueños de grandes extensiones de tierra las explotaban a través de arrendatarios, a quienes les daban un tablón para que lo trabajaran, entregaran una parte de la producción al propietario y tomaran para ellos otra parte, según lo acordado. Formas de producción ancladas en la herencia de carácter feudal que dejara España y que los patriotas no lograron, por múltiples razones, superar.
Y vino a mi recuerdo una historia que me fuera contada por alguien de esa región. En una de esas haciendas el propietario, que era una especie de señor feudal, abusaba de las hijas de los aparceros, haciendo remedo a lo que se conoció como el “derecho de pernada”, una horrorosa práctica contra las mujeres que fue establecida por los señores feudales en Europa, gracias a la cual estos tenían “derecho” a dormir con las mujeres de sus feudos en su primera noche de casadas.
El derecho de pernada se ejerció en el mundo entero y en Colombia se heredó de España. Aquí, era frecuente que se aplicara también en momentos distintos a los del matrimonio.
El propietario de la hacienda a la que me refiero, como muchos de la época, tenía en la parte de la tierra fría ganado para el ordeño; en las tierras templadas del medio, café, plátano, yuca, frijol y otros cultivos de pancoger que sembraban los más de 30 arrendatarios de la hacienda y, en las tierras cálidas, caña para elaborar panela.
Eran más de 660 hectáreas que tributaban a esta familia, emparentada con quienes tenían poder en Bogotá desde cargos en el Estado y en el Congreso de la República. Años después, durante la violencia liberal-conservadora que vivió la nación y que fue muy fuerte en Caldas, Tolima y Antioquia, la hacienda fue tomada por Desquite, uno de los llamados bandoleros, lo que llevó a fuertes enfrentamientos con el ejército que condujeron a la salida del invasor. Años después, la hacienda fue vendida y terminó parcelada entre campesinos que lucharon para trabajarla, al igual que otras más.
Parte del interés de viajar por esa ruta tenía que ver con volver a recorrer lo que fue Armero, donde nací y donde mi madre y la abuela vivieron muchos años. Allí se dedicaron a expender pescado en la galería, pescado que aprendieron a comer desde su tierna infancia y que disfrutan hoy, cargadas de años y como si fuera ayer, ella y su única hermana.
Recordamos las historias de mi madre sobre el colegio donde estudió interna. El recuerdo nos permitió saber, a mi hermano y a mí, las difíciles condiciones que vivió. La discriminación de las monjas alemanas que regían el colegio, violando incluso su correspondencia y evitando entregar las cartas que escribía a su padre, en las que denunciaba el maltrato y los castigos físicos a los que era sometida en el sitio de estudio que él había elegido para ella.