18 de abril de 2024

Morir tenemos, pero no así

26 de enero de 2023
Por Camilo Ernesto Giraldo
Por Camilo Ernesto Giraldo
26 de enero de 2023

El martes 24 de enero a las once de la noche murió don Luis Hernán a sus 90 años, sus últimos meses, pero en especial, sus últimas semanas, fueron un martirio para él, sus deudos y amigos quienes, impotentes y desolados, veían como por los entresijos de un sistema precario, se esfumaba la vida de quien fue padre y esposo. Su historia es dolorosa no porque termine con la muerte como un hecho ineluctable, sino porque hay de circunstancias a otras para el dies fatalis, y las de don Luis Hernán además de tristes fueron dolorosas, por retratar de cuerpo entero todo lo malo que ha pasado en casi 30 años de Ley 100, el peor asesino en Colombia.

Aquí había contado que don Luis Hernán era un campesino pobre, al igual que el resto de su familia, que después de una gesta de unos amigos liderados por un humanista entusiasta llamado Víctor Andrés, se había trasladado a Manizales en donde lo atendieron, si a eso se le puede llamar así, pero que la solución podría resultar peor que su dolencia pues implicaba una atención que sus allegados no podían prodigarle.

Al llegar a la clínica por primera vez, sus 90 años pesaron como si fuesen 1000, el destino le fue marcado por quienes decidieron que era más costoso tratarle que dejarlo morir, la muerte se tornó así en una salida administrativa “eficiente” dentro de un sistema de salud que privilegia la gestión del riesgo financiero sobre la gestión del riesgo en salud, como lo describe de manera precisa y contundente mi buen amigo Bernardo Useche, experto en estos temas: https://mascolombia.com/reforma-a-la-salud-2023-petro-las-eps-y-el-negocio-de-la-salud-2/

Pero Víctor Andrés no cejó en su empeño, y a fuerza de argumentos y tozudez le arrancó una cita con un especialista, para una semana después, pasada la feria, lo que implicó que don Luis Hernán no podía devolverse a su tierra. Como pudo habitó un pequeño cuarto en el barrio La Estrada de Manizales, hasta allí muchos tuvimos que hacer acopio de nuestra propia fuerza física para cargarlo de un lugar a otro en una silla rimax, transitando escalas pronunciadas y sinuosas lo llevamos a citas de control y mantenerlo con ánimo de seguir viviendo se convirtió en todo un reto. Llegado el momento, estuvo en la sala de espera más de tres horas, en una silla de ruedas, duele contarlo, pero dolió más ser testigo, ver el estado de insensibilidad al que puede llegar una institución llamada a salvar vidas, colapsada por las deudas de las EPS y con un personal atribulado por la explotación y la sobrecarga laboral. Todos, pacientes y personal, pasaban como si se tratase de un mueble y no de una persona.

Víctor Andrés, a empellones, decidió darle cita prioritaria a nuestro paciente y el especialista de turno no tuvo otra opción que acatar el improvisado triaje; después de 15 minutos, la solución definitiva fue la amputación de su pie. La cirugía fue traumática, a su edad, don Luis Hernán nunca entendió por qué tenían que quitarle una parte de su cuerpo, seguramente, no sabemos, hablaba poco, también se preguntaría por qué no lo atendieron antes, o por qué a otros les tratan incluso males menores mientras a él no le salvaron su pie.

Unos días después le dieron de alta y con la ayuda de otra buena amiga, nuestro Luis Hernán volvió a su casa donde terminó sus días. La desnutrición notoria en su cuerpo, el estado avanzado de laceración del pie y quién sabe qué cosas más que nunca se sabrán, se llevaron su presencia física y dejaron una familia no solo con el dolor de la muerte, también con la desazón de no haber podido hacer más, sentimiento que a veces suele acosar más que una partida, así en este caso no fuera prematura.

Al final, don Luis Hernán, no tuvo muchas oportunidades, y la que tuvo fue más caridad y buena voluntad de algunos que la respuesta de una red de atención a nuestros ancianos financiada y organizada por el Estado y sus actores. Para el sistema de salud, la muerte de don Luis Hernán es un alivio, no tiene que atenderlo más, ni procurarle cuidados que estábamos planeando demandar a través de un amparo constitucional, no nos alcanzó el tiempo, él a pesar de su resistencia no aguantó.

A eso nos referimos, todos vamos a tener el mismo final, pero una sociedad humana, una en donde importe el bienestar, concibe la muerte como parte de la vida, y la dignidad por la que luchamos para los nuestros debe acompañarnos hasta el último respiro.

Esa es la reforma de la salud que necesitamos.