29 de marzo de 2024

Por Guillermo Romero Salamanca El Papa Francisco implora por solidaridad con Somalia, víctima de una sequía mortal

14 de agosto de 2022
14 de agosto de 2022

Por Guillermo Romero Salamanca

Este domingo 14 de agosto, después del rezo del Ángelus, el Papa Francisco llamó la atención en búsqueda de la solidaridad mundial por la situación humanitaria que vive Somalia, un país ubicado en el Cuerno de África, al este del continente africano y pidió, una vez más, el fin de guerra en Ucrania.

Las temperaturas récord de este periodo están agravando un problema que siempre ha existido en la región del Cuerno de África y otras partes del continente africano, pero que ahora se presenta con una gravedad sin precedentes. Las poblaciones están sufriendo la sequía que ha llevado ya, desde inicios de año, a un millón de personas a desplazarse hacia otras tierras.

Los desplazados se acumulan en las afueras de las principales ciudades del país. La Iglesia lleva varios años actuando a través de la Cáritas local, que trabaja sobre el terreno con organizaciones somalíes. Este trabajo es a veces difícil en zonas poco accesibles por motivos de seguridad. Nunca en los últimos 40 años se había producido un fenómeno semejante, que también afecta a Etiopía y Kenia.

“Deseo llamar la atención sobre la grave crisis humanitaria que afecta a Somalia y a algunas zonas de sus países vecinos. Las poblaciones de esta región, que ya viven en condiciones muy precarias, están ahora bajo peligro mortal a causa de la sequía. Espero que la solidaridad internacional pueda responder eficazmente a esta emergencia. Por desgracia, la guerra desvía la atención y los recursos, pero estos son los objetivos que exigen el mayor compromiso: la lucha contra el hambre, la salud, la educación”, dijo el Pontífice que viajará el 28 de agosto a L’Aquila, en Italia, donde presidirá el solemne rito de apertura del Perdón Celestiniano.

ANHELOS DE MISERICORDIA

El mundo está muy necesitado de misericordia. Una necesidad especial es la de Ucrania, que lleva casi seis meses en guerra. El Papa Francisco, en la víspera de la solemnidad de la Asunción, tras el rezo del Ángelus, pide al Señor misericordia y piedad para el atormentado pueblo ucraniano. Lo hace recordando lo ocurrido hace 20 años en Cracovia, cuando Juan Pablo II confió el mundo a la Divina Misericordia en la ciudad de Cracovia:

Un pensamiento especial va dirigido a los numerosos peregrinos que se han reunido hoy en el Santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde hace 20 años San Juan Pablo II hizo el Acto de Entrega del mundo a la Divina Misericordia. Hoy más que nunca vemos el significado de ese gesto, que queremos renovar en la oración y en el testimonio de vida. La misericordia es el camino de la salvación para cada uno de nosotros y para el mundo entero.

De ahí la petición para el pueblo de Ucrania que hiciera este domingo 14 de agosto en la Plaza de San Pedro ante unas mil personas que le acompañaron y el mensaje a través de los medios de comunicación del mundo: “Y pedimos al Señor, misericordia especial, misericordia y piedad para el atormentado pueblo de Ucrania”.

Este viernes 12 de agosto el Papa Francisco y el presidente ucraniano Volodymyr Zelenski sostuvieron una conversación telefónica, casi seis meses después del inicio de la guerra en Ucrania.

El Papa, en estos meses, también hizo el llamamiento a no acostumbrarse a la guerra, a no cansarse de hacer el bien a través de la acogida y la solidaridad con los hermanos y hermanas víctimas de este conflicto.

POR CAMINOS DE ENTENDIMIENTO

La Organización de Estados Americanos, OEA, condenó el viernes 12 de agosto a Nicaragua por su «acoso» contra la Iglesia católica, el «cierre forzoso» de las ONG y la «persecución» de la prensa, e insistió a fin de que el gobierno de Daniel Ortega libere a los presos políticos.

En su intervención, el observador permanente de la Santa Sede ante la Organización de los Estados Americanos, monseñor Juan Antonio Cruz Serrano, durante la sesión extraordinaria del Consejo permanente de la OEA celebrada en su sede de Washington, dirigiéndose a la presidenta, afirmó: “La Santa Sede no puede dejar de manifestar su preocupación al respecto, mientras asegura su deseo de colaborar siempre con quienes apuestan por el diálogo, como instrumento indispensable de la democracia y garante de una civilización más humana y fraterna”.

En tal sentido, la Santa Sede hace un llamado para que las partes puedan encontrar caminos de entendimiento, basados en el respeto y en la confianza recíproca, buscando ante todo el bien común y la paz.

XIII CONGRESO NACIONAL DE NUEVA EVANGELIZACIÓN EN COLOMBIA

Entre el 12 y 15 de agosto, en la Diócesis de Sonsón-Rionegro, cerca de 1000 personas, entre obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles de todo el país participan en el encuentro que busca fortalecer la acción pastoral y misionera.

La Diócesis de Sonsón Rionegro acoge la décimo tercera edición del Congreso Nacional de Nueva Evangelización, que se realiza cada dos años en una jurisdicción diferente del territorio nacional, donde tiene presencia el SINE (Sistema Integral de Nueva Evangelización).

Se había elegido para el año 2020 la ciudad de Rionegro, en Antioquia, como sede del Congreso, pero por la llegada de la pandemia y la contingencia provocada por la Covid-19, se decidió aplazar el encuentro.

LA EXHORTACIÓN DEL DOMINGO: CUANDO PASA EL EVANGELIO LAS COSAS NO SE QUEDAN COMO ESTÁN

En el Evangelio de la liturgia de hoy hay una expresión de Jesús que siempre nos impacta y nos cuestiona. Mientras está en camino con sus discípulos, Él dice: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”. ¿De qué fuego está hablando? ¿Y qué significan estas palabras hoy para nosotros, este fuego que nos trae Jesús?

Como sabemos, Jesús vino a traer el Evangelio al mundo, es decir, la buena noticia del amor de Dios por cada uno de nosotros. Por eso, nos está diciendo que el Evangelio es como un fuego, porque es un mensaje que, cuando irrumpe en la historia, quema los viejos equilibrios de la vida, quema los viejos equilibrios de la vida, nos desafía a salir del individualismo, nos desafía a superar el egoísmo, nos desafía a pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la vida nueva del Resucitado, de Jesús Resucitado.

En otras palabras, el Evangelio no deja las cosas como están; cuando pasa el Evangelio, y es escuchado y acogido, las cosas no se quedan como están. El Evangelio incita al cambio e invita a la conversión. No concede una falsa paz intimista, sino que enciende una inquietud que nos pone en camino, nos impulsa a abrirnos a Dios y a los hermanos. Es exactamente como el fuego: mientras nos calienta con el amor de Dios, quiere quemar nuestros egoísmos, iluminar los lados oscuros de la vida -¡todos los tenemos, eh!-, consumir los falsos ídolos que nos hacen esclavos.

Siguiendo las huellas de los profetas bíblicos -pensemos, por ejemplo, en Elías y Jeremías-, Jesús está inflamado por el fuego del amor de Dios y, para hacerlo arder en el mundo, se entrega él mismo el primero de todos, amando hasta el extremo, es decir, incluso hasta la muerte y la muerte de cruz. Él está lleno del Espíritu Santo, que se asemeja al fuego, y con su luz y su poder revela el rostro misericordioso de Dios y da plenitud a los que se consideran perdidos, derriba las barreras de las marginaciones, cura las heridas del cuerpo y del alma, renueva una religiosidad reducida a prácticas externas. Por eso es fuego: cambia, purifica.

Entonces, ¿qué significa para nosotros, para cada uno de nosotros -para mí, para ustedes, para ti? -, ¿qué significa para nosotros esa palabra de Jesús, acerca del fuego? Nos invita a reavivar la llama de la fe, para que no se convierta en una realidad secundaria, o en un medio de bienestar individual, que nos lleve eludir los desafíos de la vida y del compromiso en la Iglesia y en la sociedad. En efecto -decía un teólogo-, la fe en Dios “nos tranquiliza, pero no del modo que quisiéramos: es decir, no para procurarnos una ilusión paralizante o una satisfacción dichosa, sino para permitirnos actuar”. La fe, en definitiva, no es una “canción de cuna” que nos adormece. ¡La fe verdadera es un fuego, un fuego encendido para mantenernos despiertos y activos incluso en la noche!

Entonces podemos preguntarnos: ¿Soy un apasionado por el Evangelio? ¿Yo leo a menudo el Evangelio? ¿Lo llevo conmigo? La fe que profeso y celebro, ¿me sitúa en una tranquilidad feliz o enciende en mí el fuego del testimonio? También podemos preguntarnos como Iglesia: en nuestras comunidades, ¿arde el fuego del Espíritu, la pasión por la oración y la caridad, la alegría de la fe, o nos dejamos arrastrar por el cansancio y las costumbres, con el rostro apagado y el lamento en los labios y los chismes de cada día? ¿Así? Hermanos y hermanas, revisemos esto, para que también nosotros podamos decir como Jesús: Estamos inflamados por el fuego del amor de Dios y queremos “lanzarlo” al mundo, llevarlo a todos, para que cada uno descubra la ternura del Padre y experimente la alegría de Jesús, que ensancha el corazón -¡y Jesús ensancha el corazón!- y hace bella la vida. Recemos por ello a la Santísima Virgen: que ella, que acogió el fuego del Espíritu Santo, interceda por nosotros.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Deseo llamar la atención sobre la grave crisis humanitaria que afecta a Somalia y a algunas zonas de sus países vecinos. Las poblaciones de esta región, que ya viven en condiciones muy precarias, están ahora bajo peligro mortal a causa de la sequía. Espero que la solidaridad internacional pueda responder eficazmente a esta emergencia. Por desgracia, la guerra desvía la atención y los recursos, pero estos son los objetivos que exigen el mayor compromiso: la lucha contra el hambre, la salud, la educación.

Los saludo cordialmente a ustedes, fieles de Roma y peregrinos de varios países. ¡Veo banderas polacas, ucranianas, francesas, italianas y argentinas! Tantos peregrinos. Saludo, en particular, a los educadores y catequistas de la unidad pastoral de Codevigo (Padua), a los universitarios del Movimiento Juvenil Salesiano de Triveneto y a los jóvenes de la unidad pastoral de Villafranca (Verona).

Y un pensamiento especial para los numerosos peregrinos que se han reunido hoy en el Santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde hace veinte años san Juan Pablo II hizo el Acto de Consagración del mundo a la Divina Misericordia. Hoy más que nunca vemos el significado de ese gesto, que queremos renovar en la oración y en el testimonio de vida. La misericordia es el camino de la salvación para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Y pedimos al Señor, especial misericordia, misericordia y piedad para el martirizado pueblo ucraniano.

Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y hasta pronto, también a los muchachos de la Inmaculada.