29 de mayo de 2023
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Deshaciendo pasos: Santa Bárbara

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
4 de agosto de 2022
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
4 de agosto de 2022

Desde niño soy deudor moroso y amoroso del municipio de Santa Bárbara, el Balcón del Suroeste. Así como nadie se baña dos  veces en el mismo río, Santa Bárbara no repite amaneceres, meridianos ni atardeceres.

El municipio se llama así en honor de Santa Bárbara, una de las primeras santas y mártires cristianas griegas cuya leyenda o realidad, o ambas, se remontan al siglo VII. Es la patrona de quienes trabajan con explosivos y otros cacofónicos artefactos. Es invocada  en las tempestades.

En La Quiebra del Churimo, en casa de los abuelos paternos, Amalia y Carlos (en la foto), pasábamos las vacaciones. Nos mimaban tres tías y siete tíos.  Todavía, felizmente, nos acompañan Gabriela y Pacho.

Mi asustada madre consumó su luna de  miel en  casa de los suegros. Mínimo, Fray Ferruco, mi hermano, anacoreta citadino, fue hecho esa erótica noche.

El pueblo de 185 kilómetros cuadrados, situado a 52 kilómetros de Medellín, está con el Cristo de Espaldas desde mayo pasado cuando  las dos bancas se vinieron de bruces en “La Quiebra del Guamo”. Solo ahora empezaron los trabajos. El alcalde Luis Fernando Tangarife pide que se utilice mano de obra local.

El poeta José María Ruiz, habitante del Cauca Río, y a quien le hacen vale en las fondas desde La Pintada hasta el Alto de Minas, comenta que “en otro país menos folclórico y tercermundista que el nuestro, debieron iniciarse reparaciones desde el momento en que se detectó el problema”. Poetas como Ruiz son mentirosos que siempre dicen la verdad. Sostiene Cocteau.

Mis primeros oficios los realicé en Santa Bárbara: mensajero, recolector de café, plátano y yuca, encerrador de terneros. De tanto comerlos, me volví catador de mangos, los mejores de la creación. Allí padecí mi primer despecho. Mi traga nunca se enteró.

A los tres años, el 9 de abril del 48, oimos por radio que habían asesinado a Gaitán. En esa misma radio oi  que el mundo se iba a acabar. Falso positivo. Especulando, pienso que en esas noticias está la semilla mía como reportero.

Le hacía la segunda a  mi abuelo Carlos en un negocio que era tienda de día y bar de noche. Recuerdo la orden de mi pulcro abuelo: a la hora de vender grano, es  mejor equivocarse en favor de los clientes para no tumbarlos. Eso de “enriquecerse primero y honradecerse después” nunca fue con él.

Mi primer gran contacto con el dinero lo tuve allí: en el camino real me encontré un lleritas, como les decían a los billetes de cincuenta centavos. Sólo lo convertí en mecato después de preguntarles a los arrieros, por instrucciones de mi abuela jericoana, si se les había perdido esa fortuna.

En Santa Bárbara no me cambiaba ni por Dios mano a mano. Cuando paso por allí se me hace un nudo en el “hueso” donde anida la nostalgia.