29 de marzo de 2024

¡Arre Colombia! ¡Úpale Colombia!

19 de junio de 2022
Por Augusto León Restrepo
Por Augusto León Restrepo
19 de junio de 2022
No he tenido ascendientes campesinos por el lado paterno. Y, por el materno, tampoco. Ni desbrozadores de montañas, finqueros, arrieros, aparceros ni afines relacionados con el agro. No he cogido café ni he echado azadón. Menos, he encerrado terneros. Familias burguesas, de abogados, empleados públicos, uno que otro poeta, maestras, músicos, periodistas, etc.; familias comunes y silvestres, con perdón, si hiero la vanidad de algún pariente. Pero aquella circunstancia no implicó que en muchas ocasiones tuviera contacto con el campo, por gentiles invitaciones de amigos. Muy agradecido con ellos. Buen aguardiente, chicharrones y gallinas en sancocho.
 Yo observaba como llegaban al patio de las fincas, peones a descargar los bultos con los mercados y los abonos. Y las mulas, sudadas y sedientas, con molestias, que, a ojo de buen cubero, eran diagnosticadas: el animal debe tener peladuras. Les levantaban las enjalmas, y preciso. Aparecían las heridas. La veterina, para desinfectar y la pobre mula brincaba y brincaba. La dejaban en reposo hasta que las peladuras desaparecían y lograban de nuevo soportar las enjalmas y las angarillas. Los campesinos tienen humor directo. A las mulas más aguantadoras, las bautizaban con el nombre de Colombia. ¡Arre Colombia! ¡ Úpale Colombia!
A Colombia le levantaron las enjalmas y apareció que sus lomos estaban plagados de peladuras. Con una peladurita de la cola hasta la crin, como dice el estribillo de una canción navideña. Cuál más grave. Supuraban. Carente de paz. Sin instituciones respetables. Un Estado impotente, con inseguridad rumbante en las calles y en los campos. Un gobierno delirante, luz de la calle y oscuridad de la casa. Una justicia, irresoluta, atortugada, cómplice de la impunidad. Un parlamento que no cambió ni lo cambiaron. Sus partidos políticos con olor a cadaverina.
Y a la expectativa, como chulos y cuervos en un barandal, dos veterinarios ofreciendo pócimas mágicas para sus heridas en estado de descomposición. La pobre mula los ha mirado y cree en sus promesas. Al fin y al cabo, las mulas no saben de populismos. ¿O sí? Tendría que ser uno muy mula para saberlo. Pero bueno. La mula de mi cuento, Colombia, no quiere parar sus patas, sus cascos. Y anhela que sus curanderos la vuelvan a poner en forma. Que le sanen las peladuras. Al fin y al cabo, su destino es cargar el pesado fardo de su historia sobre sus lomos maltratados. Desde 1810, se ha repetido el camino. Al borde de los abismos se ha visto. Y cree que tiene futuro.
Los mismos causantes de las peladuras, se han regalado para oficiar de enfermeros.  Los zurriagazos que le han causado, son los que la tienen postrada. Se han hecho los manueles,  y con cara de yo no fui, posan de suaves e inocentes arrieros, que solo  caricias y mimos le han prodigado a la humilde mula, la simbólica de orejas de felpa que calentó con su vaho al Redentor del mundo, al mismo que los veterinarios elevan sus preces para que sus ungüentos demagógicos le calmen sus heridas.
 Yo me uno con toda sinceridad a esos ruegos. Quiero ver a mi mula Colombia, sin peladuras. Para auparla una vez más con el alentador estímulo: ¡Arre Colombia! ¡Úpale Colombia!